jueves. 28.03.2024

El final del procés

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El balance del procés no solo registra un fracaso total en su objetivo sino que, además, ha creado un notable problema económico en Cataluña (y en España, por ende)

Es difícil encontrar un proyecto político que haya fracasado tan rotunda, tan rápida y tan desastrosamente como el procés. Los líderes independentistas catalanes, empezando por Mas, diseñaron una detallada hoja de ruta que desembocaría, unos cuantos meses después de las elecciones de 2015, en la independencia de Cataluña. Es evidente que Cataluña no es hoy una república independiente, sino una CC AA intervenida por el Gobierno. El procés, pues, ha marrado su principal y único objetivo.

Pero ¿realmente los promotores del procés creían que la independencia era posible? Por lo que ahora se sabe,  buena parte de ellos tenían claro que la independencia era imposible, pero no era eso lo que decían a sus seguidores,  a los que prometieron que la república llegaría en plazo y por un camino de rosas, lleno de sonrisas y felicidad. Ha sido, obvio es decirlo, un engaño, uno de los engaños más monumentales que recuerdo. Pero lo importante es que los “procesistas” han creado una masa de creyentes en la independencia que, por un lado, es su principal apoyo electoral pero, por otro, son un obstáculo insalvable a la hora de buscar otra salida distinta de la independencia ya que quien lo intentara se perdería un apoyo que no tiene sustituto.

El balance del procés no solo registra un fracaso total en su objetivo sino que, además, ha creado un notable problema económico en Cataluña (y en España, por ende) con la salida de miles de empresas de Cataluña, la caída del turismo y, en general, con la baja de la actividad económica. De propina, el Govern, que, se supone, iba a ser el primer Gobierno de la nueva República, está en la cárcel o huido. Es notable que,  inmediatamente después de proclamar la república, los consellers (ya transformados en ministros de la República) se fueran a casa, aceptando sin rechistar la aplicación del 155. Creo que si alguien presentara un resultado de un proyecto político tan apabullantemente negativo debería retirarse de la política. Pero no es así: los líderes del procés se afanan en buscar explicaciones del fracaso, algunas verdaderamente sorprendentes.

Así, unos echan la culpa del fracaso a los líderes europeos que han dado su apoyo cerrado al Gobierno español y se han negado a reconocer a la non nata república. Hombre, no hay que ser muy listo para darse cuenta de que la secesión catalana era una patada en el escroto a la UE y que, por eso, los líderes europeos harían todo cuanto estuviese en su mano para evitarla, por lo que ningún apoyo debían esperar de ese lado. Los escasos apoyos cosechados por el independentismo en el plano internacional han venido de los partidarios de deshacer la UE, especialmente de la extrema derecha nacionalista, que, acertadamente, veían en la secesión catalana un duro golpe a la UE. Todo esto estaba bastante claro antes de proclamar la independencia. ¿Por qué siguieren adelante entonces con la famosa DUI? Para no perder el apoyo de los fieles creyentes a los que les prometieron que habría independencia si o si.

Otros afirman que ha sido el “Estado” quien ha impedido, con su dureza, la independencia. No será porque no estaban avisados: Rajoy ha hecho pocas cosas, pero avisar sí que lo ha hecho. La única sorpresa del 155 ha sido la convocatoria de elecciones autonómicas inmediatamente: todo lo demás estaba anunciado. En todo caso, no alcanzo a comprender qué esperaban. ¿Esperaban que el Gobierno colaborase en la secesión? ¿Qué negociara sus términos y sus plazos? Bastaba con haber escuchado a Rajoy para saber que eso no iba a suceder. Según dicen, optaron por la vía de la declaración unilateral de independencia porque Rajoy no les dejó “otra salida”, es decir, porque no había secesión negociada. Pero ¿en qué cabeza cabe que un Estado se ponga a negociar la secesión de una parte de su territorio? Antes, al revés, se opondrá a ella con todas sus fuerzas. Abortar la secesión ha sido sencillísimo y no ha sido necesario ninguna fuerza: ha bastado con aplicar el 155. Para muchos ha sido una sorpresa que el segundo escalón de la administración autonómica, formado por cuadros de los partidos del procés, haya seguido en sus puestos colaborando con el nefando Gobierno de Madrid, sin tener la decencia de dimitir. La experiencia que se saca de este dato es que el 155 hay que verlo como un instrumento muy útil para restablecer la legalidad constitucional, o sea, la legalidad. Por ello, la izquierda debería dejar de tener reticencias respecto a este artículo de la Constitución.

Otros ahora se desayunan ahora con que el independentismo no tenía fuerza suficiente. Bueno, bastaba con observar los resultados electorales para percatarse que en ninguna de ellas el voto a las tres formaciones que apoyaban el procés alcanzó el 50 % del voto emitido y se situaba en un tercio del censo. Plantearse  la independencia con tal apoyo es una locura; pero como ya he dicho, los del procés nunca han creído de verdad en la independencia.

El independentismo catalán ha construido un relato que no es nada original. Hace cuarenta años la izquierda abertzale justificó la lucha armada porque nada había cambiado en España, que, según ellos, seguía siendo franquista. Si a un terrorista los jueces le condenaban por asesinato puro y duro, para ellos era un preso político vasco. La libertad de tales presos políticos fue una bandera del independentismo vasco durante décadas. Y también los abertzales planteaban el diálogo y la negociación en torno a la famosa “alternativa KAS”, una negociación exigida en las calles y que consistía en establecer los términos y los plazos en que se los “Estados” (en este caso, en plural, puesto que se trataba de los estados francés y español) iban a reconocer la independencia de Euskadi. Hoy, el independentismo catalán copia el relato de una España franquista (¡cuarenta años después de la Constitución!) que encarcela por ideas y que reprime al pueblo. Lo insólito es que Podemos sea uno de los más entusiastas difusores de este relato. En todo el procés Podemos ha sido un apoyo constante del secesionismo, todo y diciendo que ellos no son independentistas, pero avalando el relato contra el “Estado” y participando en primera fila de cuantas movilizaciones han convocado. Es un error notable, pero es un error que trae causa en el soberanismo de regiones y nacionalidades que es el núcleo duro de la propuesta política de Podemos, que abraza una suerte de nacionalismo periférico. De una forma muy gráfica, en el Ayuntamiento de Barcelona rompen el acuerdo de izquierdas para preparar un acuerdo de soberanistas tras las elecciones.

En este marco las elecciones del 21 de Diciembre cobran gran importancia. Los independentistas plantean estas elecciones (a las que tras la proclamación de la república, por coherencia, no deberían acudir) como un refrendo de la mayoría independentista existente en el disuelto Parlament para continuar el procés. Pero me parece que empezar otro procés, o sea volver al día de la marmota, es imposible y creo que no todos van a estar de acuerdo. En todo caso, en estas elecciones la cuestión no es independencia sí o no. Son elecciones autonómicas y nada más y lo que se va decidir es si Cataluña sigue en la inestabilidad o no. A fin de cuentas, el independentismo no tiene fuerza suficiente para conseguir la independencia, pero sí que la tiene para crear un buen lío. Quiere esto decir, que, como ya he dicho en otras ocasiones, la crisis catalana no se resolverá con la aplicación del 155, ni con las elecciones: es una crisis de largo  recorrido con la que habrá que  lidiar durante muchos, muchos años. Y es sobre esto sobre  lo que los partidos “constitucionalistas” deben hablar y ponerse de acuerdo.

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