lunes. 29.04.2024

La celebración de la Cumbre del Clima 2023 en Dubái a partir del próximo 30 de noviembre va a colocar en la agenda internacional de los gobiernos durante unos días los problemas derivados del calentamiento global, que habían quedado relegados por los dramáticos conflictos de Ucrania y Gaza. El fracaso de la comunidad internacional para evitar vulneraciones masivas de derechos humanos viene eclipsando otro gran fracaso de la misma comunidad internacional en evitar que el incremento de la temperatura en el planeta sobrepase los umbrales de lo admisible.

Poco queda de las esperanzas que generó el Acuerdo de Paris en 2015, cuando 193 países más la Unión Europea firmaron el compromiso de mantener el calentamiento global por debajo de los 2°C e incluso de los 1,5 ºC. Las emisiones de dióxido de carbono han alcanzado un nuevo récord en 2022, como también lo alcanzaron la producción de carbón y petróleo. El Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) ha alertado, incluso, del riesgo de alcanzar los 2,9 ºC a final de siglo. Y aunque algunos datos sobre la generación de energías renovables son esperanzadores, no parece que el ritmo de transición sea el necesario para alcanzar los objetivos mínimos que permitan mantener el planeta en umbrales de seguridad ambiental.

Aunque algunos datos sobre las renovables son esperanzadores, no parece que el ritmo de transición sea el necesario para alcanzar los objetivos mínimos

Los esfuerzos por descarbonizar la economía resultan insuficientes como viene advirtiendo la gran mayoría de la comunidad científica. Desde su creación en 1988, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, conocido con sus siglas en inglés IPCC, viene elaborando informes periódicos que predican en el desierto sobre los graves riesgos para el planeta de un incremento de temperatura superior a los 2º. Por encima de ese rango la acidificación de las aguas, el incremento del nivel del mar y el cambio de los ecosistemas darán lugar a consecuencias que resultan difícilmente previsibles. No hace falta ser alarmista para constatar que no vale no hacer nada.

¿Somos incapaces de tomar medidas cuando estamos aún tiempo? ¿Es inherente a la condición humana anteponer intereses locales o individuales a resolver lo que afecta al planeta en su conjunto? La respuesta es necesariamente negativa. Cuando la comunidad internacional ha tenido una voluntad resuelta de atajar los problemas se ha conseguido, y de forma muy exitosa, como se demostró con la adopción en 1987 del Protocolo de Montreal para la reducción gradual de las sustancias químicas que destruyen la capa de ozono. Desde entonces se ha producido la recuperación paulatina de la capa de ozono y, de este modo, un informe reciente de la ONU estima que será completa antes de 2066. En definitiva, se hizo lo que había que hacer.

Ahora, sin embargo, no se hace lo que hay que hacer. Los acuerdos internacionales recogen compromisos tibios o difícilmente exigibles, lo que dificulta el cumplimiento de los objetivos propuestos. Los países con mayor peso en la producción de emisiones de carbono no quieren renunciar a maximizar su crecimiento económico, aunque mantengan un discurso aparentemente ambientalista. Así, vemos cómo China, el país con la mayor flota de autobuses eléctricos, continúa abriendo centrales de carbón, cómo Estados Unidos y los países árabes siguen batiendo récords en la producción de petróleo, y cómo algunos países del este de Europa siguen manteniendo una economía fuertemente dependiente de los combustibles fósiles.

Los países con mayor peso en la producción de emisiones de carbono no quieren renunciar a maximizar su crecimiento económico

Es evidente que la sustitución del carbón y las energías fósiles es mucho más complicada que la supresión de los CFC. Sabemos que la transición energética es un proceso complejo, con incertidumbres tecnológicas que deberemos afrontar. Es lógico que los ciudadanos y las empresas duden al optar por vehículos eléctricos más caros o la instalación de paneles solares que no se amortizan hasta pasados unos años. Y es deber de los gobiernos intensificar los esfuerzos para facilitar esa transición. Pero esas dificultades no justifican en modo alguno la indiferencia ante lo que parece remoto, ni el escepticismo ante lo que no se quiere ver. Todavía resuenan las críticas cuando el Presidente francés Macron limitó los vuelos de corto recorrido en Francia en trayectos razonablemente cubiertos por transporte ferroviario.

Falta liderazgo de los gobiernos en la causa ambiental y un compromiso más consistente de los dirigentes políticos. La sostenibilidad se ha convertido con frecuencia en una marca, carente de contenido sustantivo, que sirve para justificar actuaciones muy diversas, algunas de ellas muy poco sostenibles. El concepto de sostenibilidad se ha devaluado por nuestros dirigentes de tal manera que hay que quien piensa que se puede seguir extrayendo recursos naturales, expandiendo nuestras ciudades, incrementando el consumo y la producción ilimitadamente...siempre que lo hagamos de forma sostenible. Y el crecimiento económico sigue siendo la arcadia feliz de los gobiernos obviando, a menudo, los costes ambientales que pueda tener.

Es necesario también que los gobiernos aborden la crisis climática con la seriedad con que se abordó en los ochenta el descubrimiento del agujero en la capa de ozono

Pero además es imprescindible un compromiso individual. Según datos de la ONU el sector textil produce más emisiones de carbono que todos los vuelos y envíos marítimos internacionales juntos. Sabemos que compramos un 60 % más de ropa que hace una década, pero con menor uso que nunca. Para revertir las tendencias del cambio climático no es ya suficiente la autocomplacencia por tirar el papel en el contendor azul mientras siguen incrementándose las emisiones globales, sino que debemos poner en cuestión el modelo de consumo en su conjunto.

Es necesario revisar los modelos de producción y los hábitos de consumo para que la sostenibilidad y la reducción de emisiones no sea sólo un mantra que se repite en todas las cumbres climáticas y congresos ambientales. Y es necesario también que los gobiernos aborden la crisis climática con la seriedad con que se abordó en los ochenta el descubrimiento del agujero en la capa de ozono.

La presidencia de la Cumbre del Clima de Dubái recaerá en esta ocasión en Sultan Ahmed Al Jaber, ministro de Industria y Tecnología Avanzada en los Emiratos Árabes Unidos y responsable de la empresa petrolera estatal. Resultaría irónico que, con su currículum, en su discurso de apertura hiciera un llamamiento a los gobiernos para que acelerasen la transición hacia las energías renovables.


Juan de Dios Sanz Sánchez | Licenciado en Derecho, letrado urbanista

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