jueves. 18.04.2024
A wind turbine is pictured in Dorenaz near Martigny, in Southern Switzerland, August 9, 2008. REUTERS/Denis Balibouse (SWITZERLAND) - RTR20TOH

“Unos pierden y otros ganan, pero la transformación del modelo energético contribuye a una sociedad más justa y equitativa”

Este 2016, la lucha contra el cambio climático está protagonizando buena parte de los esfuerzos de la política internacional. El próximo 22 de abril, coincidiendo con el Día de la Tierra, se va a firmar en Nueva York el Acuerdo de París, por el cual la gran mayoría de países se comprometen a luchar contra el cambio climático.

La preocupación internacional por la mitigación del calentamiento global nunca había sido tan alta. No hay para menos, las consecuencias del cambio climático son evidentes en los sistemas naturales de todo el planeta. Pero además, los efectos directos sobre las sociedades humanas están alcanzando niveles sin precedentes.

Son precisamente las sociedades en desarrollo, cuyas actividades están más influenciadas por el clima, las que sufren más el cambio climático. Mientras tanto, los efectos sobre las sociedades occidentales son mucho menores; pues durante la industrialización hemos desconectado nuestras actividades diarias de los procesos naturales. Quizás, este vínculo con la Naturaleza también marca las diferencias de sensibilización y de valores entre las comunidades subdesarrolladas y occidente.

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A pesar de nuestros diferentes vínculos con los sistemas naturales y las distintas percepciones de la realidad climática, todos dependemos completamente de nuestro entorno natural. Comemos, bebemos y nos abastecemos de energía gracias a sistemas naturales, todos influidos por el clima.

Irónicamente, la adquisición y control de los recursos naturales ha marcado las diferencias entre las sociedades en desarrollo y las desarrolladas. El uso desenfrenado de combustibles fósiles ha pilotado el desarrollo de los países occidentales, pero también ha lastrado éstos con la mayor parte de responsabilidad sobre el calentamiento global.

A día de hoy, el sistema de las energías fósiles contribuye al cambio climático con el 68% de las emisiones de gases de efecto invernadero. Ante estos datos se nos presenta una dicotomía: el consumo de energía es necesario para el desarrollo de la mayoría de la humanidad, pero el sistema actual solo hace que agravar las condiciones climáticas globales. Entonces, la única opción para respetar el derecho igualitario al desarrollo y la mitigación del calentamiento global es un cambio de modelo energético a escala mundial.

Muchos conocen el imperativo del cambio desde un punto de vista ambiental. Pero la urgencia de la transformación energética también se exige desde la dimensión socioeconómica. El actual modelo eléctrico está basado en la centralización de la producción en grandes centrales eléctricas: térmicas de carbón, nucleares,  cogeneración, grandes hidroeléctricas, etcétera. Este esquema demanda grandes inversiones financieras y favorece la concentración de poder en las manos de contadas corporaciones bien conocidas en el estado Español.

El oligopolio juega en contra de los intereses de los consumidores per se. Pero con la energía, al tratarse de un sector estratégico, la acumulación del poder en las manos de unos pocos juega en contra de los derechos básicos de las personas. Y si no, pregúntenselo a los 265.175 hogares a los que Iberdrola cortó la electricidad en 2015.

Los vínculos de los poderes económicos y el poder político son evidentes en el sistema representativo actual. Quizá esto explicaría que durante la pasada legislatura se usó todo el músculo político para luchar contra el autoconsumo y la descentralización del sistema. Tal confabulación económico-política culminó la semana pasada con la entrada en vigor del llamado “impuesto al Sol”.

La última maquinación del exministro Soria – que recientemente dimitió debido a su aparición en los Papeles de Panamá – representa un ataque frontal al autoconsumo. Esta alternativa tuerce el brazo del oligopolio energético; la energía eólica y la fotovoltaica no requieren de financiaciones millonarias. El autoconsumo confiere a las personas libertad en la producción eléctrica y garantiza la redistribución de la riqueza y el poder socioeconómico. Unos pierden y otros ganan, pero la transformación del modelo energético contribuye a una sociedad más justa y equitativa.

Pero no nos engañemos, el consumo eléctrico supone el 23,4% del consumo total de energía en el estado Español. El porcentaje restante lo consumimos en forma de combustibles fósiles, recursos de los que no disponemos en España. De modo que la mayoría de la energía que consumimos viene del extranjero. Con lo cual, estamos a merced de los cambios sociopolíticos que se den en zonas lejanas del Globo. Esta situación perjudica nuestra seguridad energética y no ayuda al acceso libre de la energía. Además, podríamos discutir que tampoco favorecemos la justicia y libertad a nivel global, ya que algunos de los países de los que importamos petróleo cuentan con regímenes, cuanto menos, autoritarios.

Con todo esto, podemos dibujar las grandes bazas del nuevo modelo energético. Para avanzar hacia una sociedad sostenible, justa e igualitaria, solo podemos confiar en las tecnologías que cumplen las tres condiciones básicas. Para ser sostenibles, estas tecnologías deben basarse en recursos naturales inagotables; para ser igualitarias deben poder aplicarse con independencia de divisiones territoriales; y finalmente, para ser justas deben ser tecnologías modulares y ajustables a cualquier escala. Así, considerando estas tres condiciones, podemos diferenciar cualquier falso substituto a los combustibles fósiles de las verdaderas tecnologías del futuro.

Entonces, conocedores del potencial energético que nos proporciona el clima local, ¿porqué no volvemos a invertir en energía solar? El Sol no sólo sirve para atraer a millones de turistas todos los años, también podemos utilizarlo para producir electricidad limpia, equitativa y justa. Asimismo, con el Sol que tenemos deberíamos estar a la cabeza en investigación y desarrollo de combustibles renovables, movilidad eléctrica y almacenamiento de energía para substituir al petróleo y a sus derivados.

El cambio climático global no nos va a dar ninguna prórroga; no habrá mejor oportunidad para una transformación socioeconómica. La transición energética es urgente y necesaria, utilicémosla para garantizar una sociedad justa, libre y en equilibrio con la naturaleza.

Clima, energía y sociedad