sábado. 20.04.2024
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Afirma que actualmente vivimos una vida sin rumbo determinado, pues al perder la solidez que antes manteníamos ante ciertos conceptos de la vida, ésta se licua y, con ello, nuestras vidas  se precipitan en la precariedad y la incertidumbre

Zygmunt Bauman, premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2010, sociólogo, filósofo y ensayista, ha investigado, durante años, la forma en la que vivimos en las sociedades modernas y la ha definido como, “la vida líquida”. Afirma que actualmente vivimos una vida sin rumbo determinado, pues al perder la solidez que antes manteníamos ante ciertos conceptos de la vida, ésta se licua y, con ello, nuestras vidas  se precipitan en la precariedad y la incertidumbre.

En su libro, La vida líquida, nos muestra un panorama un tanto desolador. Bauman sostiene que el sistema consumista a la vez consume a los seres humanos; advierte que nos alejamos cada vez más de nuestro interior, que perdemos gran parte de nuestra  capacidad de reflexión y ello nos conduce a una incapacidad de poder decidir sobre nuestras formas de vida. Muestro aquí algunos fragmentos del discurso que ofreció Bauman cuando recogió el Premio, Príncipe de Asturias, discurso cuyo referente fue Cervantes:

(…) “Hacer pedazos el velo, comprender la vida… ¿Qué significa esto? Nosotros, humanos, preferiríamos habitar un mundo ordenado, limpio y transparente donde el bien y el mal, la belleza y la fealdad, la verdad y la mentira estén nítidamente separados entre sí y donde jamás se entremezclen, para poder estar seguros de cómo son las cosas, hacia dónde ir y cómo proceder” (…) “Y fue el camino de salida que nos aleja de esa servidumbre el que Cervantes abrió para que pudiésemos seguirlo, presentando el mundo en toda su desnuda, incómoda, pero liberadora realidad: la realidad de una multitud de significados y una irremediable escasez de verdades absolutas. Es en dicho mundo, en un mundo donde la única certeza es la certeza de la incertidumbre, en el que estamos destinados a intentar, una y otra vez y siempre de forma inconclusa, comprendernos a nosotros mismos y comprender a los demás, destinados a comunicar y de ese modo, a vivir el uno con y para el otro”.

Bauman afirma: “La sociedad líquida produce triunfadores, personas egoístas, que solo les importa el dinero”. Todo vale; se asienta el relativismo moral.  Y a la vez se configura la inestabilidad, ya que las condiciones de actuación de los seres humanos cambian antes de que las formas puedan consolidarse en hábitos y en una rutina determinada. Y dicha situación tiene sus consecuencias sobre las personas y las sociedades en su conjunto; en ellas se instala el desconcierto permanente. El texto de Bauman nos ayuda a identificar las causas que ocultan el mundo que habitamos, nos ayuda descorrer las veladuras donde solo se reflejan las sombras de la realidad, las deformaciones. Y nos anima a buscar la luz que está más allá de las apariencias, más allá de tanta farsa guiñolesca.

Sostiene que la sociedad moderna líquida está orquestada por el consumo y ésta consigue hacer de los animales, de las personas y de la naturaleza simples objetos. En una sociedad así la lealtad y el compromiso son motivo de vergüenza más que de orgullo. Es un mundo brutal, un mundo que busca el beneficio inmediato, en donde la historia, la música, la filosofía, que contribuyen al desarrollo integral del ser humano, se convierten en un peligro.

Zygmunt Bauman afirma que nos hemos convertidos en seres asediados. Y en ese asedio desmedido las personas buscan su individualidad, y con ella viene la gran contradicción. Entonces, ¿qué autenticidad busca este individuo asediado? La autenticidad, la individualidad en una sociedad moderna líquida es ser como todos los del grupo; es decir, los individuos han de ser asombrosamente parecidos, deben seguir una misma estrategia vital y usar señas compartidas, reconocibles e inteligibles por el resto del grupo. Nada de buscar en nuestro interior; la autenticidad se encuentra bebiendo un determinado producto, llevando una marca de ropa interior, hablando con un determinado móvil, conduciendo un determinado coche, ir a los sitios que se han puesto de moda. Todos serán más o menos singulares dependiendo de la capacidad de compra y actualización de los objetos, y para ello hace falta dinero. Así, la búsqueda de esta “singularidad” se ha convertido en una carrera de consumo donde hay unos pocos ganadores y muchos perdedores. Esto ha provocado la consiguiente polarización no tan solo de las sociedades, sino del planeta.

A este individuo asediado Bauman lo define como homo eligens, hombre elector (que no hemos de confundir con el ser humano que realmente elige). El homo eligens es un yo permanentemente “impermanente”, completamente “incompleto”, definidamente “indefinido”, auténticamente “inauténtico”. El homo eligens y el mercado de consumo conviven en perfecta simbiosis. Bauman argumenta que esta sociedad de consumo justifica su existencia con la promesa de satisfacer los deseos humanos materiales, aunque esta promesa de satisfacción lleva consigo la permanente insatisfacción. La realidad es que la no satisfacción es el motor de la economía. La sociedad de consumo consigue esta permanente insatisfacción por dos vías:

1) Denigrar y devaluar los productos al poco tiempo de haber salido, sacando otros nuevos.

2) Satisfacer cada necesidad o carencia de tal forma que dé pie a nuevas necesidades o carencias.
El consumismo es una economía de engaño, exceso y desperdicio; avanza como una fábrica de residuos. El éxito, la mayoría de veces, no depende de la calidad sino de la campaña de marketing que se tenga detrás. Una sociedad de consumidores no es solo la suma de individuos consumistas; es un cúmulo de actitudes y estrategias, de disposiciones cognitivas, juicios y prejuicios de valor sobre el funcionamiento del mundo y cómo desarrollarse en él, imágenes de felicidad y cómo alcanzarla. El mercado se ha introducido en áreas de la vida que se habían mantenido fuera de los intercambios monetarios. La educación, la cultura, todo está supeditado a unas cifras económicas que hacen que un objeto o servicio, independientemente de su calidad, sea exitoso o no.

Bauman explica que el consumo sería una versión moderna del sueño del rey Midas, hecho realidad en el siglo XXI. Todo lo que el mercado toca se convierte en un artículo de consumo, incluso las cosas que tratan de escapar a su control. Afirma que la actual crisis económica está haciendo aflorar conductas egoístas y mezquinas a nivel de Gobiernos y de personas e individuos.

 Zygmunt Bauman alerta de que las dos acusaciones que lanzó Karl Marx contra el capitalismo, su carácter derrochador y su iniquidad moral, reflexiones que siguen totalmente vigentes. Lo único que ha cambiado es el alcance del derroche y de la injusticia; ambos han adquirido dimensiones planetarias. El deterioro de las condiciones de vida ha llegado también al Primer Mundo, ya que todos los que compartimos el planeta dependemos unos de otros para nuestro presente y nuestro futuro y, por tanto, las respuestas deben ser globales. Bauman afirma que estamos ante un desenfrenado relativismo, donde nada es absoluto, donde nada es malo ni bueno, de esta tolerancia interminable nace la indiferencia.

La pérdida de referentes claros y fuertes nos hace caminar a ciegas. La sociedad moderna líquida es artificial, y poco tiene de humana; el precio que se paga por ello es convertirse en ese ser humano asediado o esa persona “Light” que escoge egoístamente lo que más le conviene o gusta en cada momento. Pero el ser humano es algo más que un cuerpo que produce y consume, que tiene todo, pero nunca acaba de estar satisfecho. El filósofo aclara que al ser humano los objetos materiales nunca le podrán satisfacer del todo, porque no vienen de nuestro interior.

El texto de Ziygmunt Bauman pone a la actual sociedad ante el espejo.

La vida líquida