viernes. 29.03.2024

Erase una vez un tiempo en el que existía algo llamado trabajo. Gracias al trabajo la mayoría de la población de aquellos lugares recibía algunos euros que les servía para poder tener un techo, comida de cierta calidad, comprar juguetes a sus hijos e hijas y salir a bailar de vez en cuando. Es cierto que había trabajo que no se pagaba y también que había otros, los más duros e ingratos, por los que el montoncito de euros era muy reducido, pero bueno, el hecho es que había trabajo y éste jugaba un papel central en la sociedad y en la vida de las personas adultas. Hombres y mujeres ocupaban casi un tercio de sus días en faenas que reportaban beneficios a un tercero. Tiempo, dedicación, habilidad, fuerza, creatividad, energía y esfuerzo se consumían en unas labores que les mermaban la viva y la salud, pero que también les estimulaban y reconfortaban al compartir, convivir y cooperar con otras y otras en el desarrollo de algo colectivo porque aunque hoy casi no me creáis, es cierto que hubo un tiempo en el que existió el trabajo y en él las personas dejaban parte de su personalidad y de su persona.

Curiosamente, cuando esta etapa de la historia se inició, en el trabajo encontraron los pensadores de la época el elemento fundamental de cohesión social, lo que nos mantendría unidos/as en una sociedad de individuos libres. Ante una nueva era, donde se avecina un cambio civilizatorio, el trabajo busca su recambio para que la sociedad no estalle en pedazos mientras nos destrozamos los unos a los otros. Pueden ser alucinaciones, pero cuando el Gobierno del PP está acabando con los derechos sociales y laborales y, el Estado de bienestar está bajo mínimos - con la sanidad, la educación públicas y la dependencia amenazadas- y todos los días se golpea a la democracia, se me llena la cabeza de imágenes de las calles ocupadas por la protesta de una ciudadanía consciente. Frente a la nostalgia de otros tiempos y la tristeza en la que nos quieren sumir existe la esperanza que imponen todas las personas que luchan contra viento y marea por tomar las riendas de su destino. El quehacer colectivo que se construye y anuda en el espacio físico y con las conexiones virtuales y las redes sociales ha creado un campo de comunión, comunicación y expresión de afectos nuevo entre personas distintas, pero iguales.

Lejos del caos que los medios de comunicación retratan, la calle es un hervidero político en un intento fraternal, creativo e incesante de buscar la democracia real lejos de los subterfugios y las apariencias de esta democracia impostada fruto de una transición que no fue tan ejemplar como nos la presentaron. Cuando del trabajo ya casi no nos queda ni el nombre, se impone la política entendida como acción de coexistencia pacífica y armoniosa de lo heterogéneo de la sociedad. En medio de este nuevo campo de batalla donde estamos librando una original guerra de guerrillas, perdimos el trabajo, pero nos queda la palabra, nos quedan los cuentos y nos queda la política como lugar de superación de diferencias. Si pensamos así nos daremos cuenta de en realidad 2012 fue una fiesta donde la solidaridad y la fraternidad se coló por casi todos los rincones. Que el espíritu de respeto, cuidados y confianza que se despertó el pasado año nos acompañe en este nuevo que comienza.

Con todo mi cariño a las personas que lucharon en 2012 y las que lo siguen haciendo todos los días de su vida.

Un deseo para un año nuevo