jueves. 28.03.2024
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Ésta es la Europa que tenemos. Critica a Trump por discriminar a las personas migrantes por razón de origen o creencia y ella misma discrimina por razones económicas

Samuel, el niño de 4 años conocido ya por el Aylan español, sin vida fue depositado por las olas en las arenas de Barbate. El cadaver de Verónica Nzazi, su madre, apareció hace unos días en una playa argelina. La patera había salido de Marruecos rumbo a España el día 14 del pasado enero.

Trinidad Deiros, en El Periódico del día 12/febrero, nos ofrece desde Kinshasa detalles de una historia que denuncia a gritos la criminal política migratoria y de circulación de personas de la Unión  Europea.

Resulta que Verónica Nzazi, con domicilio en la comuna de Lemba en Kinshasa, capital de la República Democrática del Congo, madre de 6 hijos, estaba enferma de un tumor en el cuello. A pesar de dos operaciones el tumor crecía y, según el esposo Aimbe Kabamba, los médicos habían aconsejado que se operara en Francia o España ya que en el Congo no se podía hacer nada. También refería que tras conocer el diagnóstico, se informaron  sobre los requisitos para solicitar un visado médico en Europa. Se encontraron con que, sólo para tener una oportunidad de obtener ese documento, necesitaban poseer entre 20.000 y 30.000 euros, eso sin contar con los gastos de la operación una vez en la UE.

Incapaces de afrontar el coste del visado médico decidieron solicitar visado de turista a pesar del elevado importe de la operación quirúrgica que ya tenían presupuestada. Justo un año antes de encontrar la muerte en el Estrecho, les llegó la resolución denegatoria. Razones: insuficiencia de medios económicos y falta de “garantías” de que Verónica volviera a República Democrática del Congo. “¿Cómo iba a quedarse mi mujer en Europa? Tenemos seis hijos”, manifestó el padre de Samuel indignado. La denegación venía de la “Maison Schengen”(Casa Schengen), el organismo que gestiona los visados de la mayor parte de los países de la Unión Europea en Congo. Fue una denegación de la Unión Europea a que Verónica y Samuel, también aquejado de “problemas pulmonares”, según su padre, traspasaran sus fronteras para asegurar la salud y la vida.

Ésta es la Europa que tenemos. Critica a Trump por discriminar a las personas migrantes por razón de origen o creencia y ella misma discrimina por razones económicas. Exige papeles a los/as migrantes para acceder a ella y se los niega cuando los solicitan. Hace necesarios y llama mafias a quienes trafican con las personas migrantes que buscan refugio en Europa por motivos de salud, violencia física o económica y descarga en ellos la responsabilidad de tanta muerte y sufrimiento. Se asusta al ver crecer la marea de xenofobia dentro de sus murallas e impregna de xenofobia su política migratoria. Sabe que es la causante de una emergencia humanitaria, pero sigue cerril en su empeño de muerte, desoyendo el clamor de los pueblos europeos y renegando de compromisos firmados. Sabe que la solución está en abrir rutas legales y seguras a los migrantes, pero no le tiembla el pulso para levantar, con el dinero de sus ciudadanos, un muro de países que con trabajo sucio y cruel, impiden su acercamiento.

La tragedia de Samuel y Verónica conduce de forma imparable a contemplar la situación real de República Democrática del Congo. Allí queda Aimbe Kabamba con sus cinco hijos en duelo por unas pérdidas familiares que no debieron ocurrir. El sentimiento de solidaridad se hace presente y con fuerza. Pero no puede olvidarse que la solidaridad lleva a cuestionar la responsabilidad. República Democrática del Congo, un país o conjunto de países con un índice de riqueza en el subsuelo como el de ningún otro del mundo ¿no debería disponer de algún hospital de igual o superior oferta de servicios que los Madrid o París? Es un país empobrecido. Tiene arrebatadas la soberanía y la riqueza. Al índice de riqueza le han colocado el correlato de país con mayor índice de violencia del mundo. Coltán de sangre, minerales de sangre, políticos manchados con sangre, multinacionales enriquecidas a precio de sangre. Aquí está el comienzo del recorrido migratorio al que se ven forzadas tantas personas.

Cuando España y Europa rechazan de plano a toda persona que busca refugio por motivos médicos, de violencia o económicos, no muestran ningún interés por preguntarse si ellas mismas tienen alguna responsabilidad en el tránsito migratorio. No es momento de descubrírselo, pero sí lo es para decirles que cuando externalizan fronteras y ponen como muro al otro lado del Mediterráneo a países-gendarme para que los rechacen, se lo están haciendo a personas cuya emigración forzaron o contribuyeron a forzar. Existen responsables desde antes del inicio del tránsito migratorio hasta el final, sobre todo si éste es con resultado de muerte. Los que anteponen el lucro por delante de la vida de las personas y los políticos que les facilitan los medios para su éxito, lo saben. Lo saben y siguen proporcionando a los pueblos empobrecidos dolor y muerte.

También deben saber que mientras así actúan, habrá una condena de la ciudadanía que, desde la solidaridad, les señalará como culpables de tanto dolor y muerte.

Mientras termino estas líneas, me llega la magnífica noticia de que el Ministerio de Asuntos Exteriores de España ha concedido a Aimbe Kabamba visado para someterse a pruebas de ADN con el fin de identificar a Samuel. Aunque pueda parecer un gesto humanitario elemental, Aimbe hubo de reiterar la solicitud y ha sido la denegación lo común en tragedias similares. Es de esperar que este gesto positivo marque el inicio de una política migratoria, española y europea, congruente con el respeto a toda persona y a todos sus derechos. Las vidas truncadas de Samuel y de su madre Verónica, con las de tantas vidas disueltas en el Mediterráneo, son un grito de exigencia.

Samuel y Verónica Nzazi, la Unión Europea sigue matando