jueves. 28.03.2024
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La propaganda fue un arma más empleada por los contendientes de la Gran Guerra. No era la primera vez que se usaba en un conflicto. Un caso muy cercano en el tiempo sería el de la Guerra de Cuba y Filipinas con intensas campañas de la prensa amarilla norteamericana contra España. Pero, sin lugar a dudas, el empleo de la propaganda política llegó a su mayoría de edad con la Primera Guerra Mundial. A partir de entonces, vivirá un extraordinario desarrollo.

En el interior de los países, los gobiernos emplearon la propaganda para fomentar el patriotismo y elevar la moral frente al derrotismo, especialmente cuando los efectos del conflicto comenzaron a llegar a los hogares de la mano de la escasez y el racionamiento, cuando las opiniones públicas comprobaron que la guerra sería larga y que los frentes eran mataderos constantes, sin proporcionar grandes ventajas territoriales sobre el enemigo. Las técnicas comerciales nacidas con la Segunda Revolución Industrial, como los carteles en las calles y los anuncios en la prensa, se pusieron al servicio de la causa patriótica y para intentar controlar o manipular a la opinión pública.

La propaganda como arma contra el enemigo tuvo un marcado carácter subversivo, es decir, había que aprovechar sus tensiones internas, especialmente cuando la duración de la guerra hizo que los problemas aparcados por la inicial euforia volvieron a aflorar con fuerza. La profunda crisis interna del Imperio Ruso, y que se arrastraba decenios atrás, regresó en 1917. Los alemanes facilitaron mucho que las ideas y agentes bolcheviques consiguieran expandirse en el frente y en la retaguardia. El gran éxito de esta política subversiva llegó cuando Berlín ofreció un tren para que Lenin regresara a Rusia, eso sí, sellado para que no tuviera contacto alguno con la población alemana en su viaje. En el caso del frente occidental, los alemanes agitaron el evidente malestar de las tropas francesas en ese mismo año, cansadas ante una guerra sangrienta que no reportaba beneficio territorial alguno de importancia ni terminaba de agotar al enemigo, además de producir miles y miles de bajas. Uno de los factores, aunque no el único, que explican los motines franceses tiene que ver con esta agitación. También se puede detectar la mano enemiga en el fomento del derrotismo italiano después del desastre de Caporetto.

Pero los alemanes no se vieron libres de las armas propagandísticas del enemigo. Cuando comenzó a crecer la contestación interna en el año 1917, la llegada a la guerra de los Estados Unidos tuvo, además de su importancia militar, otra consecuencia inesperada en el terreno de la propaganda política. El discurso de Wilson fue sumamente inteligente cuando planteó la diferencia entre el militarismo de las autoridades alemanes, al que había que derrotar sin miramientos, y el sentido democrático del pueblo alemán, al que alentó para que derribara a esas autoridades. Los británicos, que luego se destacarían en fomentar las distintas resistencias internas contra los nazis, en desarrollar el espionaje y la inteligencia, ya en la Gran Guerra comenzaron a explotar estos medios para desmoralizar al enemigo. Londres creó un organismo encargado de la propaganda en los países enemigos, con fondos, hombres y medios técnicos para promoverla.

Por fin, la propaganda política también debía ser fomentada en los países neutrales para que se inclinasen a favor de la causa propia, para conseguir tratos de favor o para mantener dicha neutralidad, intentando influir en la opinión pública, en los estados mayores y en las autoridades políticas. Se dedicaron muchos fondos para promover campañas de prensa, grupos de presión, o para sobornar a personajes influyentes. España fue uno de los escenarios donde más se desarrollaría este tipo de propaganda.

La propaganda política en la Gran Guerra