jueves. 28.03.2024

La cultura republicana, la laicidad, la democracia participativa...  son sinónimos y la base de las señas de identidad del concepto de ciudadanía moderna que se originan en las ciudades

Estamos abocados a unos procesos electorales a lo largo de 2015, que muy previsiblemente van a dar como resultado unas mayorías y minorías diferentes a las actuales.  Este viernes se inicia la campaña de las municipales y de varias autonomías.

Hace unos días, concretamente el día 2 de mayo me invitaron en Madrid a participar en una mesa sobre concepto de ciudadanía en la Europa del siglo XXI. Coincidía con la celebración de la fiesta de la Comunidad, en donde políticos de diferentes corrientes ideológicas participaban de actos oficiales para conmemorar el levantamiento del pueblo de Madrid frente al imperio napoleónico. Gran error. Porque lo que apenas se resalta, y no se enseñan en las escuelas y apenas en las Universidades... es el lado más oscuro de esa fecha, que significó el aislamiento de España de las corrientes ilustradas y liberadoras que surgieron en Europa entre los siglos XVIII y XIX. La iglesia católica más integrista y la monarquía absolutista impusieron sus dogmas a las corrientes liberadoras de los atavismos históricos. Hecho que nos persigue hasta hoy.  Hago esta cita porque es muy significativo y trascendente. Y hoy, muchos de los candidatos y candidatas (de los viejos y de los nuevos) parecen desconocer esta realidad.

La cultura republicana, la laicidad, la democracia participativa...  son sinónimos y la base de las señas de identidad del concepto de ciudadanía moderna que se originan en las ciudades y que dio pié a los Estados nación y a la soberanía popular. 

Las señas de identidad de la ciudadanía se caracterizan por la diversidad y la pluralidad de sus miembros; por asumir la cooperación y la solidaridad como valor fundamental de esa convivencia; por la asunción del hecho cultural y educativo no alienante; por el intercambio de actividades, de bienes y de servicios; y por el autogobierno que se ha de dotar de unas normas de convivencia y de justicia social asumidas por el conjunto y que dé como resultado que todos y todas son iguales ante la ley.

La lucha de los pueblos por su emancipación y el reconocimiento de la “lucha de clases”, como un hecho histórico y científico, hace que en entre los siglos XVIII y XIX cambie el panorama político y resurja el principio de ciudadanía universal y participativa

Por ello las ciudades deberían de ser lugares de expresión máxima del civismo y de la participación colectiva en los quehaceres públicos. 

Debería de ser el “lugar básico de la política” y -por lo tanto- el concepto de ciudadanía debería de ir ligado a la democracia representativa y, sobre todo a la participativa, para lograr el bien común y general. Derechos y Obligaciones compartidos y asumidos, con un apoyo, fundamental a la “res pública”, como base de una organización social solidaria e igualadora.

Durante siglos y a la caída del Imperio romano, la estructura jerárquica y de poder adoptada por la Iglesia católica en Europa y en América, con la complicidad de las monarquías, anularon Derechos adquiridos anteriormente  y -con ello- las señas de identidad de ciudadanía.

La lucha de los pueblos por su emancipación y el reconocimiento de la “lucha de clases”, como un hecho histórico y científico, hace que en entre los siglos XVIII y XIX cambie el panorama político y resurja el principio de ciudadanía universal y participativa.

Después de innumerables y trabajosas conquistas durante los siglos XIX y XX, se plasman los derechos laborales, el derecho de sufragio (aunque muy tarde para las mujeres), el derecho universal a la sanidad, a la educación y las pensiones (recientísima conquista), el derecho al divorcio... a la interrupción del embarazo, a la muerte digna... etc.

También a la libertad de pensamiento, conciencia (y por lo tanto de religión) que desembocan, ya en la mitad del siglo XX después de dos cruentas guerras, en la “Declaración Universal de los Derechos Humanos” de 1948 y en los diversos Convenios y derechos de la Infancia, que se plasman en las modernas constituciones de las democracias formales.

Hoy, resurge el esclavismo laboral y toman relevancia los deberes, frente a los derechos, muchos de los cuales están muy amenazados en toda Europa, por un capitalismo depredador y codicioso en lo económico y en lo político

Los valores y principios laicos de la Tercera república francesa y, sobre todo, de la II República española fueron espejos en donde muchas democracias de todo el mundo trataron de mirarse a lo largo del siglo XX. Y aun hoy deberíamos de tenerlas muy en cuenta. Por ser principios vitales para que perdure la Democracia y muchos de los Derechos conquistados.

Sin embargo, hoy, resurge el esclavismo laboral y toman relevancia los deberes, frente a los derechos, muchos de los cuales están muy amenazados en toda Europa, por un capitalismo depredador y codicioso en lo económico y en lo político. También tratan de desmontar el Estado y lo público. Siendo cómplices de excepción corporaciones religiosas y fanáticas que, como en la Edad media, quieren someter al ser humano a viejos atavismos fundamentalistas, en versión siglo XXI.

Ello significa que la feroz “lucha de clases”,  vigente hoy más que nunca, (a pesar de que algunos modernos politólogos se empeñan en decir que está superada)... hoy la estamos perdiendo la mayoría social. Hecho muy grave y relevante, que nos aleja del concepto y señas de identidad de ciudadanía y del compromiso con la política, es decir con la convivencia solidaria y en libertad. Creciendo la desigualdad y el número de personas que han perdido la dignidad, por falta de trabajo, de alimentos o de otras carencias básicas.

Una determinada y modernizada ideología fascista, populista y religiosa, que corre por toda Europa en este inicio del siglo XXI gana adeptos, aprovechándose de la pérdida de derechos, de la corrupción generalizada, del alejamiento de la política con la realidad social, pero, sobre todo, por las carencias en la capacidad crítica y política de una gran cantidad de ciudadanas y ciudadanos, muchos sólo atentos a hiper-liderazgos políticos elaborados en los laboratorios de los más media y de las redes sociales que, generalmente, controlan los de siempre. Ahora a través de una renovada burguesía en clave siglo XXI, que no duda en alinearse con el poder religioso –a veces de su cara buena- para obtener poder político.

Por ello, las nuevas tecnologías de la comunicación y participación en red suponen un nuevo reto y un elemento a tener muy en cuenta a la hora de referirnos al concepto de ciudadanía en este siglo XXI, ya que están jugando un papel trascendental en los nuevos procesos políticos y sociales. Para lo bueno, pero también para lo malo.

La democracia y las señas de identidad de la ciudadanía no se encuentran arraigadas en nuestro código genético, sino que son una construcción cultural muy costosa, desde la infancia y la adolescencia, que no se enseña con una simple asignatura en la escuela, sino que forma parte de las vivencias permanentes que cada ser humano tiene a largo de su vida, hoy muy influenciado, además, por los nuevos medios de comunicación.

Por ello es fundamental en este nuevo tiempo, asumir como un Derecho fundamental: La libertad de pensamiento, de conciencia y de expresión; desarrollar nuestra capacidad crítica y reflexiva, para tomar decisiones de forma autónoma; aprender a razonar, sin atavismos; aprender a vivir en democracia (cosa nada fácil); tener sentido de equidad y de solidaridad; conocer y ponernos en el lugar del otro, es decir, aprender a dialogar y a convivir.

Como en la actualidad estas carencias son un hecho palpable, la decadencia de las señas de identidad del concepto de ciudadanía es bastante profunda y tanto las viejas, como las nuevas corrientes políticas que nos inundan estos días, con promesas y discursos, no parecen ayudar mucho.

Es una evidencia que vivíamos un letargo bipartidista (en una parte corrupto, no en toda) que en nada ayudaba a superar una situación irrespirable en lo político y que, además, contribuía a desmontar derechos y al propio Estado, privatizándolo todo.

Pero en las campañas electorales que estamos viviendo durante estos días, observo pocas novedades  a otras anteriores. Los  debates sobre la economía están sobre dimensionados, al igual que lo está, en mi opinión, la corrupción política (aunque, evidentemente, hay que acabar con ella), los chascarrillos y el ¡tú más!... pero, sobre todo, se debate sobre la competencia política por conseguir el poder a costa de todo. Con o sin pactos.

También se habla de “regeneración democrática”, de un nuevo proceso constituyente... Está bien y es necesario, pero el problema que se plantea es que no se expresa -con claridad- en qué consiste... y como abordarlo.  Quizá no se den cuenta de que sin una fuerte conciencia y cultura ciudadana, no es posible.

Con excepciones muy minoritarias, apenas se debate sobre derechos fundamentales de la persona relacionados con la libertad de pensamiento y de conciencia, sobre laicidad de las instituciones o sobre el modelo ideológico del sistema educativo o sobre el aborto, la eutanasia, o el modelo de Estado, o los derechos de la Infancia... sobre la lucha de clases, el por qué la codicia anida en la misma raíz de la sociedad... o el significado del Estado de Derecho y de la justicia social, ya no digamos sobre cultura republicana...  Y ello si conlleva señas de identidad de democracia, es decir de verdadera ciudadanía, de igualdad ante la ley... Pero a algunos  parece no importar demasiado.

Entre lo que podríamos calificar de “centro derecha”, políticamente hablando, quizá podría estar justificado, consecuencia de su proyecto de sociedad. Pero en el otro arco (si es que están ahí situados, si es que no son un espejismo)... es totalmente injustificable. Pero, el voto es el voto. La inconsciencia, en política, no tiene límites y nunca dejará de asómbrame.

Muchos asesores de campaña de casi todo pelaje y color dicen: ¡¡Cuidado!!: Esto y aquello resta votos. Como siempre, nada nuevo. Aunque sea un gran error que a la larga se paga con creces.

Así que pasamos, hasta ahora, buena parte del tiempo electoral sin entrar -a raíz- en los verdaderos problemas, origen del declive del concepto de ciudadanía. Hecho muy peligroso, gane quien gane estas elecciones. 

Procesos electorales, laicidad y ciudadanía