jueves. 18.04.2024
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Un plebiscito, contaminado por ruidos de sables en salas de banderas, hizo posible que el sucesor de Francisco fuese Juan Carlos

Ataúlfo, Recaredo, Recesvinto, Wamba (el mejor colega, lo llevabas en los pies y sin chuleta),… y así hasta el aprobado, para subir nota era preciso una lista interminable y si era cantada, modelo rap de los 60, mucho mejor. Rescato de la niñez recuerdos que nos hablan de unos reyes con carácter y personalidad propia. Personajes revestidos de historia, marcados a fuego y mucha sangre. Incluso los visigodos y suevos, por no hablar de los vándalos, rivalizaron en singularidad. Más tarde llegaron los tiempos de monarcas en serie numérica, donde lo importante no era su nombre, sino el ordinal que le acompañaba. Incluso para complicarlo más, podría ocurrir que un Carlos fuese I y a la vez V, distantes el uno del otro el espacio que separaba Aquisgrán de Madrid, con los tercios de Flandes repartiendo estopa y ganándose el odio de los flamencos, pero en color belga. Desde la alta edad media hasta la actualidad, todo un rosario, nunca mejor dicho, de reyes, emperadores, zares, incluso ducados (con filtro) pueblan los siglos de Historia y hacen de ella un martirio para los alumnos, más proclives a comprender que a memorizar.

Para finalizar este recurso histórico, no es necesario insistir en una obviedad: Fernando VII fue posterior a su colega Fernando IV, lo saben, incluso aquellos que desconocen su linaje. Ahora bien, si se trata de averiguar quién reinó antes, si Carlos IV o Fernando III, comienzan las dificultades y la moneda al aire puede resolver el acertijo. Trasladado a nivel europeo, el conocimiento supera al de la física cuántica.

¿Cuál es el denominador común de esta interminable lista? El linaje, una especie de ADN particular, pero sin doble hélice; un ácido desoxirribonucleico  de la jet set, con pedigrí hereditario… Le añadimos a este cóctel la consanguinidad propia de las monarquías, junto a la endogamia compulsiva y el resultado fue explosivo: Europa y los europeos fuimos víctimas durante siglos del capricho de reyes que, en el colmo de la estupidez, se recreaban en definirse de sangre azul, daltónicos intelectuales. Decenas, cientos de luchas entre reinos, todos emparentados, con una pequeña peculiaridad: los muertos los ponían los pueblos y así hasta hace dos telediarios, salvo en algún país, ya pocos, donde la realeza en progreso a la extinción, se adorna con infinidad de títulos, pero cada vez más decorativos.

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Francia y su Revolución marcaron un antes y un después, hasta que Napoleón decidió ser Emperador y una gran coalición de reyes y reyezuelos se unieron para impedir que un plebeyo se auto coronara, y menos con una mano en el pecho. No es casualidad que dos guerras mundiales tuvieran su origen en el “viejo continente”, con aires de modernidad y odios encriptados en su corazón.

Dejemos Europa en manos de los estudiantes más aventajados y volvamos nuestra mirada a España. Corría el año 1873 cuando las Cortes proclamaron la I República y aquello duró “lo que duran dos peces de hielo, en un güisqui on the rocks” Once meses transcurrieron entre caballos de Pavía hasta que el general Martínez Campos restauró en su trono a un Borbón, Alfonso para más señas. Comenzó una triple Alianza: Iglesia, Oligarquía financiera y la Milicia, ungidos por la obscenidad de salvar a Españñña del abismo (esto no lo verán por los libros de texto… no hay tinta para tanta infamia). En julio de 1931 se instaura la II República y un Borbón, otro más, Alfonso XIII, abandonó el país.

Cinco años más tarde, otro general, Franco, se sublevó contra el orden constitucional y tras miles de muertes y asesinatos masivos mantuvo una dictadura durante más de 40 años -esto tampoco lo leerán en los textos, dicen que sólo fue un dictador-. Tras su muerte, Juan Carlos I le sucede en el trono de acuerdo con el famoso: “todo queda atado y bien atado”. Una transición a la carta y una Constitución sometida a amenazas golpistas, intentaron darle apariencia legal, cuando en realidad fue un “trágala” en toda regla. Un plebiscito, contaminado por ruidos de sables en salas de banderas, hizo posible que el sucesor de Francisco fuese Juan Carlos. Una anomalía servida a fuego lento. 

El ciudadano Felipe, debería ser consciente de que sólo es el sexto monarca con ese nombre. Una democracia parlamentaria rechaza orígenes divinos, o privilegios por razones de linaje. Todos los ciudadanos somos iguales ante la Ley. Esa es la razón fundamental por la que mientras no se restituya la voz al pueblo español, mediante un referendo, la interinidad del Ciudadano Felipe seguirá en vigor.

Carta a los Reyes Godos