martes. 16.04.2024
amaia

No es ningún secreto que uno de los grandes éxitos televisivos del 2017 haya sido el redescubrimiento de Operación Triunfo. El regreso del formato ha conseguido que TVE, esa cadena de dominio no tan público, presente a jóvenes que representan la diversidad del siglo XXI. Durante su estancia en la academia, los concursantes debaten sobre temas como el feminismo, la transexualidad, la homosexualidad y la aceptación propia. Además, nos han brindado momentos tan emotivos y divertidos como el reencuentro de Marina con su novio, concursantes hablando de la regla, Amaia a favor de las relaciones abiertas, los besos de Agoney y Raoul o Nerea y Aitana, e incluso las clases de los Javis, con la participación de Brays Efe en una de ellas.

Lamentablemente, en el 2018 todavía existen personas de segundo rango y, debido a ello, aficiones y gustos de segunda o tercera categoría. En la mayoría de los casos, esta jerarquía responde a una clasificación heteronormativa y patriarcal, por lo que tienen menor valor aquellos intereses de mujeres o personas LGTBIQ que no se asocien a los gustos de los hombres heterosexuales. Entre los ejemplos más comunes aparecen las carreras de coches o motos y, entre los deportes, el fútbol.

En 1990, Justin Fashanu fue el primer futbolista en declarar abiertamente su homosexualidad, ya que todavía hay que hacerlo. Por ello recibió el desprecio y el rechazo de muchos otros jugadores y se convirtió en el blanco de los insultos de la afición. Justin Fashanu se suicidó en 1998

Si no eres hombre heterosexual y disfrutas viendo o jugando al deporte rey, tras una muestra de sorpresa e incredulidad, y generalmente después de demostrar que sabes qué equipo ganó la Liga en 1986, llega la aprobación; es difícil que, al no disponer de la virilidad necesaria, te guste con la misma intensidad. Para más inri, dichos señores heterosexuales (seguidores del movimiento cuñados somos más) sienten la irremediable necesidad de juzgar o criticar otros gustos menos “varoniles”, sin tomar en serio aquellos que no sean aprobadas por ellos. A pesar de que Operación Triunfo domine el prime time de los lunes, se enfrenta al rechazo de los que lo ven como un programa sin valor y de los que critican el gastar 60 euros en un concierto, mientras que llorar en un partido es sinónimo de expresar un sentimiento y es lícito gastarse 600 euros por un uno; el fútbol jamás se enfrentará a tal rechazo ni necesitará ganarse un respeto social que ya posee.

La heteronormatividad no considera igual de relevantes el disfrute de un partido de fútbol que el de un concierto de Beyoncé o Lana del Rey. No es viril ver películas o series con un reparto mayoritaria o enteramente femenino (The Hours, Big Little Lies, Orange is the New Black), calificadas como películas o series “de mujeres”, leer novelas de Chimamanda Ngozi Adichie o Toni Morrison, o ser fiel seguidor de Eurovisión. Obviamente, la crítica viene derivada de la obligada exigencia que tienen los varones heterosexuales a demostrar su hombría, masculinidad y cuñadismo frente al resto de la sociedad.

Sin embargo, y vuelvo al fútbol, es muy peligroso para la sociedad que el deporte rey, nunca reina, sea también el que alimenta y difunde notablemente el machismo y la homofobia. Además, por supuesto, si se habla de fútbol en sí, del que importa y al que cubren los medios de comunicación, se habla de equipos formados plenamente por hombres y parece casi imposible hablar de equipos de fútbol integrados por mujeres o, a dónde vamos a llegar, mixtos. Ya el denominar algún aspecto como “femenino” demuestra que la norma es otra.

El futbolista británico Liam Davis trata actualmente de luchar contra la homofobia desde dentro; lleva desde 2014 animando a que otros jugadores homosexuales declaren su orientación sexual, y afirma que 20 jugadores europeos podrían hacerlo antes del Mundial

En enero del 2016, podía leerse en una pancarta la incalificable frase “Shakira es de todos”, en la que se cosificaba a la mujer de un jugador que, no olvidemos, vendía discos muchos años antes de que Piqué fichara por el Barcelona. Contra ella, además, se escucharon gritos de “Shakira puta” durante el partido. También, el pasado mes de octubre, el entrenador del equipo malacitano pidió la suspensión del Barça-Málaga debido al uso de la palabra más usada por cualquier afición para tratar de desacreditar a cualquier miembro del equipo contrario; maricón. Una palabra que no debería calificarse como insulto porque, a pesar de todos aquellos que se sienten ofendidos cuando son nombrados así, ser maricón no lo es. No es de extrañar que reciba tanta atención mediática el “primer árbitro homosexual”, algo que debería haber sido superado hace décadas.

En 1990, Justin Fashanu fue el primer futbolista en declarar abiertamente su homosexualidad, ya que todavía hay que hacerlo. Por ello recibió el desprecio y el rechazo de muchos otros jugadores y se convirtió en el blanco de los insultos de la afición. Justin Fashanu se suicidó en 1998 tras haber sido acusado de abuso sexual por un joven y ante el miedo de ser prejuzgado debido a su homosexualidad. En 2009, Cannavaro reivindicó su oposición al matrimonio homosexual y Lucciano Moggi, ex director general del Juventus de Turín afirmó, sin ningún reparo, que los gays no podemos ser futbolistas. Las mujeres sí lo son, pero son mujeres.

No obstante, el “siu” de CR7 se escucha todavía por doquier, un grito con el que se demuestra admiración por un jugador que puede enfrentarse a una pena de 75 millones de euros y 15 años de cárcel (si la jueza envía el caso a juicio) por haber defraudado 14,7 millones de euros entre 2011 y 2014; pero eso no importa porque es el mejor jugador del mundo.

Afortunadamente, todavía hay esperanza. El futbolista británico Liam Davis trata actualmente de luchar contra la homofobia desde dentro; lleva desde 2014 animando a que otros jugadores homosexuales declaren su orientación sexual, y afirma que 20 jugadores europeos podrían hacerlo antes del Mundial, para tratar de normalizar lo que todavía no se ha aceptado como debería.

Mientras tanto, aquellos que no cosifiquemos a ninguna mujer para patriarcalmente reivindicarla como un objeto común; aquellos que exijamos la existencia de equipos mixtos o, qué menos, la misma importancia para unas plantillas y otras, en todos los deportes; aunque recibamos miradas de condescendencia por ir a un concierto de Beyoncé o ver Operación Triunfo cada lunes, gritaremos que “Amaia no es de nadie” porque, aunque se la haya coronado como Amaia de España, la única dueña de Amaia es ella misma

Amaia no es de España