jueves. 28.03.2024
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La nueva política goza de evidentes simpatías en el actual escenario socioelectoral. Se ha lanzado al ruedo arremetiendo contra la vieja política, y no duda en proclamar su aversión hacia los mismos partidos que, en muchos casos, llevaron a sus candidatos a importantes alcaldías

¿Quién hizo alcaldesa a Manuela Carmena? ¿Quién facilitó el bastón de mando de la alcaldía de Barcelona a Ada Colau?  ¿Quién hizo de Cádiz la plaza de Kichi? En primer lugar un amplio sector de ciudadanos y ciudadanas que les votaron en las elecciones municipales y autonómicas. Cierto. Pero en segundo lugar, y de concurso decisivo, los representantes de otros partidos que votaron su investidura para hacerse con importantes alcaldías. No se puede ser tan frívolo, tan frívola. Un representante político debería cuidar sus declaraciones, de manera singular si estas golpean al corazón mismo de la democracia. No vaya a ser que estos nuevos protagonistas de agrupamientos y plataformas electorales se sientan depositarios de poderes no verificables por la democracia: movilización social, organización democrática, programa, estrategia y votos.

En su reciente visita a Argentina, la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, desconcertó un poco más a propios y extraños, cuestionando el papel de los partidos en la sociedad española. Lo hizo ante una anfitriona de especial sensibilidad democrática: la presidenta argentina Cristina Fernández. No se me ocurrirá dudar de la impecable trayectoria democrática de Carmena. Y no es una frase hecha. Representa lo mejor de la lucha antifranquista y del combate por la libertad. A mi lo que me produce estupor es la facilidad con la que Manuela Carmena invalida los instrumentos de la democracia, sin detenerse en detalles. Arremete contra los partidos en nombre de la sacrosanta independencia, confiando el futuro de la libertad a entramados imprecisos en las ideas y en la arquitectura democrática.

Pero no es solo Manuela Carmena. Destacados portavoces de la nueva política, animados por el apoyo de las urnas, activan con frecuencia un dispositivo de descalificación de los partidos que resulta incomprensible e inaceptable. Si el objetivo es provocar una profunda y ambiciosa regeneración democrática, impulsando reformas de los partidos para hacerlos más próximos y útiles a las ciudadanas y ciudadanos, se explican muy mal. Porque lo que queda de sus palabras no es eso. Las afirmaciones atribuyendo a los partidos los males de la democracia constituyen una temeridad impropia de gente sensata. Hace unos días, en uno de los habituales espacios televisivos a los que acude, el cofundador de Podemos Juan Carlos Monedero, insistía en la misma teoría con una formulación original: Podemos camina deprisa por la senda de los partidos viejos, pero todavía puede salvarse; los demás no sirven.

En defensa de la política

Con frecuencia he repetido que para la izquierda la política es la única herramienta en democracia para mejorar la vida de la gente. La política que surge de las urnas, de la movilización democrática, de la organización de la sociedad civil. Y los partidos políticos –los que hay y los que puede haber- son una de las expresiones básicas de las sociedades democráticas. Comparto la necesidad de dirigentes políticos y cargos públicos con alma. Dirigentes que se emocionen cuando se solucionan los problemas de la gente que más lo necesita, y que se sientan orgullosos de los principios y de la organización a la que pertenecen. Decía Maquiavelo, que “los hombres olvidan con mayor rapidez la muerte de su padre que la pérdida de su patrimonio”. Este tipo de personas son nocivas para la política y las relaciones humanas.

En los últimos meses son frecuentes los llamamientos a la participación en incipientes e improvisadas fórmulas de reagrupamiento sociopolítico con vistas a las próximas elecciones generales. “Los partidos no sirven, el futuro son las mareas, los somos, ganemos, la acción en común, la unidad popular”. Se trata de juntar todo lo que se mueve contra el sistema…y contra los viejos partidos. Las siglas sobran, los programas pueden esperar, las ideas se baten en retirada. Lo importante es el lenguaje simulado, la imagen, los gestos, la propaganda. Solo Podemos se pasea con sus siglas por estos eventos. Incluso decide su existencia y el lugar que deben ocupar en los títulos de crédito de la candidatura electoral.  Los demás deben asistir a las reuniones, trabajar y no hacer ruido con su militancia. Es la nueva política y cuenta, de momento, con una apreciable simpatía ciudadana.

En este escenario, la izquierda pierde fuelle. Poco a poco se va imponiendo la lógica de la NO identidad, de la NO ideología, de la superación de las viejas categorías de izquierda y derecha. El objetivo es publicitar lemas y personas; recurrir a lugares comunes y ocurrencias que la gente quiere oír; buscar la empatía de la ciudadanía con sistemáticos ataques a lo existente y urgente necesidad de lo nuevo, ofrecer soluciones falsas a problemas reales. Esto no es convergencia social y política, es  populismo. ¿Por qué es tan difícil traducir este declarado deseo de unidad en una fórmula electoral de coalición y convergencia en todo el país, a partir de un programa, una estrategia política y unas candidatas/os?

Yo sigo creyendo en la política, en la izquierda, en la necesidad de potentes sindicatos para defender los derechos de las trabajadoras y trabajadores, en la organización de la sociedad civil (profesional, cultural y ciudadana), en el diálogo para las políticas de convergencia. Sostengo que sigue siendo imprescindible que la izquierda intervenga en las entrañas del conflicto capital-trabajo, y avance un discurso económico sólido y solvente, que hable de crecimiento y empleo, de derechos e inversiones, de política industrial e I+D+i, de fiscalidad y sector financiero, en el que se fijen prioridades claras hacia las personas y colectivos más desfavorecidos. Este será el motor de un programa más ambicioso, un programa alternativo para ganar en las urnas, gobernar, crear organización y hacer realidad la progresiva transformación de la sociedad.

Alguien dirá que no dejan de ser palabras escritas en un papel o que se leen en una pantalla. Bueno, todo empieza así. Pero no me negarán, que se puede actuar de una manera o de otra. Yo elijo esta y como la cantante y compositora de tango argentina, Eladia Blázquez mantengo que “Merecer la vida no es callar y consentir tantas injusticias…Es una virtud, es dignidad y esa es la actitud de identidad más definida”.

A la nueva política no le gustan los partidos