jueves. 28.03.2024

monteroNo hay nostalgia peor que añorar lo que nunca, jamás, sucedió. Eso dice la letra, pero no toda nostalgia es triste. Yo tengo nostalgia del Rastro al que cantaba Sabina en esa canción, un Rastro en el que nunca estuve. Añoro los bares que no he pisado, los cafés que no tomé, las manifestaciones a las que no fui, los derechos que no conquisté, las batallas que no he librado. Echo de menos un Madrid que sólo he podido leer, escuchar, imaginar: un Madrid rebelde, inquieto, abierto, brillante, mío.

¿Se puede tener nostalgia de lo que no ha sucedido? ¿Y nostalgia de lo que vendrá?  Nací hace 27 años en Madrid, en un barrio castizo de mataderos y fábricas vacías, en el que hace ya años cayó la última corrala mientras se levantaban las primeras urbanizaciones, esas de ladrillo y piscina. No puedo recordar en mi ciudad otro gobierno que el del cortijo rancio de condesas y señoritos, esos que pocas veces me cruzo en el metro, los herederos de una historia que no añoro. Pero Madrid, qué bien resistes, que los que hemos crecido estas dos décadas bajo la sombra azul de la derecha no hemos dejado ni un solo día de creer en un mañana posible.

Un día, Luis García Montero me convidó, como en la canción de Silvio, a creerle cuando dijo futuro. O igual le convidé yo, no lo sé, porque el futuro no es cosa de jóvenes o viejos, es cosa de optimistas y de empecinados.

De Luis no sé muchas cosas, pero se algunas que no dice la Wikipedia. Sé que trabaja en un despacho inundado de libros, en una mesa caótica, y eso me gusta, porque nunca he creído en quienes tienen todo ordenado.

Sé también que tiene buenos amigos, de esos que hacen que las cenas nunca sean largas, de los que entran sin llamar y con los que no importa quedarse en silencio. Y sobre todo, sé que si ella, tan brava y valiente, le eligió de compañero, sólo cabe la certeza de que Luis ha de ser bueno.

Por eso, cuando los sondeos, los tweets, los titulares, el cansancio, o los reproches se me enredan, pienso en todo esto y me envuelve la nostalgia de futuro, una nostalgia que no duele, ni encoge, sino que prende, serena y clara, todas las luces de mi conciencia.

Dice mi amiga, la que tiene el pelo del color del corazón, que la lealtad distingue a las buenas personas. Hay mucho de lealtad en la decisión de Luis García Montero, lealtad a sí mismo y lealtad a los demás, porque tomó partido hasta mancharse. Y a pocos días del final –y del principio- de esta aventura, hoy, me dan igual las encuestas, los escaños, la maldita hegemonía. Lo que me importa es el futuro que nos hemos dispuesto a creer, ella, yo, vosotros. Convertiremos en conciencia la nostalgia, y de pronto, ya, caminamos por las calles de Madrid, armadas de poesía, y cargadas de futuro.

Nostalgia de futuro