viernes. 29.03.2024

De la misma manera que se exige cierta preparación o experiencia a todo hijo de vecino cuando quiere acceder a un puesto de trabajo, debería exigirse que todo individuo que quiera dedicarse a la política tuviera la suficiente preparación, ética y moral al menos, y la vocación necesaria como para ocupar dignamente un cargo y desarrollar con valores de persona cabal esa actividad. Se ha escrito y debatido a menudo de las cualidades que deben brillar en todo hombre público, que, como el comediante, se debe a su público, pero sin careta que le tape la cara, como a los actores teatrales de antaño. Se apuntan unas u otras cualidades resaltando una u otra, según venga al caso, y su número suele oscilar entre siete y diez, puede que por eso de que siete resultan ser los pecados capitales que alguien puede ver como lo necesario para conseguir el poder, o diez, como mandan los mandamientos, es decir el clásico decálogo que con su cumplimiento uno se salva. Se habla de las cualidades susodichas, añadiendo o anteponiendo, según  mentalidades, la honradez, la sinceridad, la astucia, y últimamente la puesta tan de moda, virtud de la transparencia, quizá porque hasta ahora con las tarjetas negras, el dinero oculto, y los negocios sucios, con tanta hediondez, sea necesario abrir ventanas y bolsas de basura para ventilar. Aunque no sé si la transparencia por mucho que se predique y prometa, bastará, porque esa ventilación debe conllevar depuración. Hay que ventilar  no sólo las culpas y podredumbre, sino los dineros que nos han robado para que nos sean devueltos. Y que los ladrones se “ventilen” en la cárcel. Sin excepción, sin disculpas ni prebendas porque hayan sido presidentes de tal o cual entidad y organismo o gobierno poderoso. Sólo así la transparencia se hará efectiva. A ver si de esa manera se evitan tentaciones en el futuro, y aprendemos todos el significado de poder.

Siguiendo con los valores o virtudes, no hay que olvidar que en toda acción humana siempre hay intereses. Junto a una virtud podríamos colocar un vicio. Haciendo una relación de las cualidades propias de la persona dedicada o que se vaya a dedicar a la política, se podían agregar tantas que puestos a contar, seguramente no encontraríamos a nadie que las reúna todas. Somos humanos y la imperfección es una de nuestras características. Si buscáramos la perfección nunca encontraríamos a alguien que pudiera dedicarse a eso que llamamos la administración de la sociedad desde el puesto que sea. Me recuerda esto la escena que describen los Evangelios cuando los poderosos y sabios, creyéndose superiores a todo el vulgo, le preguntan al Maestro cuál creía que era el más importante de los Mandamientos, tratando de cazarle, porque si respondía una cosa se interpretaba así, y si decía la otra, asao; total, que el Maestro, que por algo le llamaban “maestro”, además de otros títulos como señor, rabino, incluso Dios, con su infusa e infinita sabiduría, les contestó echando por tierra su alevosía: “Hay diez mandamientos, no robarás, no matarás… pero estos diez se condensan en uno, amar a Dios y al prójimo como a ti mismo”. Lo mismo que dicta la ley natural. De la misma manera podríamos decir del decálogo del buen político y de las cualidades que puedan dar acceso a la dedicación política. Estas diez virtudes se encierran en una: Persona cabal. He ahí la principal virtud. Con esa palabra de larga y profunda historia, resumen y condensación de significados varios, está todo dicho. Luego se le podrán añadir otras, pero si falta esta cualidad, sobran las demás. Ante todo debe ser un hombre cabal. (Y no añado “mujer” -que no se ofendan los defensores a ultranza de esa tontería llamada “paridad”-, porque el castellano es tan perfecto que sobra añadir el femenino a sabiendas de que no excluyo al otro sexo, aunque ya puestos, en mi caso, yo no sé si definirme como “periodista”, o mejor “periodisto” que sería más propio de mi sexo, como de las periodistas “sus labores”. Me gusta la “a” aunque sea “masculino”, y no “masculina”. Y es tan perfecto y exacto nuestro idioma que hasta este adjetivo no precisa de sexo, ni la “a” ni la “o”.Ya me entienden). Bromas aparte, sigamos con el oficio de la política.

Decálogo del buen político

Hay que ser ante todo, cabal, con el profundo significado de este adjetivo que califica y resume en una palabra lo mejor de la naturaleza humana. Porque si es verdaderamente cabal, le moverán otros intereses que no sea el acumular dinero, el dios al que todo el mundo venera. Si es cabal en su conducta se guiará por una serie de valores encaminados a mejorar la vida de los demás cuya labor le ha sido encomendada. Considerará la actividad política como una “carga”, y no como un “cargo”. No se trata del juego sexista de hombre y mujer, chica y chico; carga y cargo, como cabal, supera sexos y calificativos. Todos sabemos, conocemos y hemos sufrido la diferencia. Tenemos un castellano tan perfecto que una simple vocal cambia el sentido de una vida. A veces, como en el caso del hombre dedicado a la vida pública -¡qué mal suena si hubiera puesto mujer!-, también el futuro de la vida social. Por una simple letra, por un mínimo rasgo en esa letra final, abierta o cerrada, que hasta esto tiene su enjundia, puede cambiar la historia y el futuro de un país. Decíamos en nuestro anterior comentario que en este oficio de “administrador social”, el sujeto debe saber que ejerce una función de la que debe responder siempre de algo ante alguien, y eso, sin duda, debe ser una carga, por más cargo que ostente, o peor cuanto mayor sea el cargo.

Por tanto, para el ejercicio de la actividad pública no vale cualquiera, por muy hijo de quien sea, ni tampoco sirve quien no tiene oficio ni beneficio, pues ya se sabe lo que busca escudado en la misma. La política es una actividad muy seria y digna, que debería enaltecer en lugar de envilecer, como tantos casos hay que reseñar en el presente y a lo largo de la historia.

He apuntado la única virtud, resumen del resto de cualidades que debe poseer quien desee dedicarse a esta actividad. Otros hablan del decálogo de buen político, aunque habría que analizar qué se entiende por buen político: según Montesquieu las exigencias son distintas al concepto que uno tenga y del fin con el que acceda a la política. Por ejemplo Maquiavelo, para quien el buen político era muy distinto al que consideramos hoy como “bueno”, apunta que ser temido es una de las principales características para ser buen político y permanecer en el poder. Entendía el escritor en su obra El Príncipe que debe ser también astuto, y que antes que ser respetado por “”bueno” lo sea por “cruel”. Sus reglas, elaboradas en “El Príncipe”, difieren mucho de lo que hoy se debe entender por buen político. Pero cuántos de nuestros dirigentes han seguido esas enseñanzas maquiavélicas, y poniéndolas en práctica han llegado a la barbarie de montar guerras, incluso mundiales, o sin llegar tan lejos, han arruinado un país. Claro que Maquiavelo se refería a los Príncipes de entonces, guerreros que desconocían la Declaración de los Derechos Humanos. Quizá si hablara de aplicar ese comportamiento al gerifalte de hoy, diría lo mismo o algo parecido, con toda la razón. De una manera entonces, y hoy de otra, algunos políticos siguen siendo guerreros. No se iba a equivocar cuando el mundo está muerto de miedo, un miedo inconsciente, latente, sabedor de que en cualquier momento, con apretar un botón y unas cuantas órdenes, el mundo se destruye. Así, de un plumazo. No sería la primera vez. Ocurrió ayer como quien dice, y sigue ocurriendo hoy en muchas partes del planeta. Quizá sea la influencia “infracultural” del actual imperio yanqui. El gran cineasta John Ford dijo en cierta ocasión que su país estaba formado a golpe de rifle, y eso él lo reflejaba en sus westerns. El arma y la biblia. Así se explica uno muchas de las cosas que hace. Sus políticos los deberíamos elegir todos. Quizá se llegue a eso, pero no por la primacía de un estado que ha sido calificado por Chomsky como “estado forajido”. Ataca y se justifica por haber sido atacado, no respeta la libertad en su país, y se inmiscuye en otros, dice que para liberarlos, dejándolos más amordazados que anteriormente; mete en todas partes las narices, no respeta la Carta de la ONU y se jacta de ser el país más demócrata del mundo. Sus políticos se venden al mejor postor, y presumen de ser elegidos gracias a una fuerte y dura campaña… no son más que marionetas en manos de intereses ajenos al bien común. Y una marioneta carece de virtudes. Por su falta de sentido común podemos caer los humanos en cualquier terrible desastre.

Sin llegar a eso, es preciso irse mentalizando, acorde con este mundo globalizado, de que debemos tener y elegir a políticos cabales. Manteniendo esta premisa, se podrían añadir luego, en equivalente categoría, la preparación y la vocación.

Preparación: Es decir que su vida contenga ciertas virtudes, internas, como honradez y generosidad, y externas, capacidad organizativa y de colaboración, además de un currículum donde puedan demostrar capacidades para ejercer tal cargo. ¡Qué menos que saber leer y escribir! Más que nada para que no suceda como a muchos alcaldes que prevaricaban sin saber -sí lo sabían- lo que leían y firmaban. Antes podía bastar con eso. Actualmente es preciso dotarse de ciertos conocimientos que vayan más allá de saber cuatro letras y dos cuentas, dadas las mayores facilidades de acceso a los aprendizajes de multitud de materias. Por desgracia se da la paradoja que precisamente en tiempos pasados a quienes mejor preparados estaban les daba por meterse en alguna etapa de su vida en política, o en ejercerla como tal oficio. Hoy parece que cuanto más ignorante es uno, menos importa, y puede desempeñar mejor su actividad política por eso de que la ignorancia es muy atrevida y se atreve a mentir sin que se le mueva un pelo o acusar al otro rival de corrupto tapando su propia corrupción, dando la careta de la que hablábamos anteriormente, la careta del teatro. Ahí sólo se precisa buena voz, como los oradores que lanzan discursos y promesas a sabiendas de que todo quedará en agua de borrajas. Delinquir a sabiendas de que le pueden pillar algún día también a él. No les importa. Estos tipos suelen tener su lugar en cualquier partido político, y si a veces no llegan a ocupar cargos relevantes, no se debe sino a que son el sparring del líder, aunque con el tiempo aspiren a suplir al líder, que la ambición de poder, una vez subido en la escalera, no tiene límites. Son personajes que no responden, solamente ante Dios y la historia, y se olvidan de que su responsabilidad es responder siempre ante alguien de algo, como suele decirse, resumiendo una premisa que a menudo olvidan estos sujetos.

Vocación es el segundo mandamiento que resume una serie de facultades que van más allá de la simple profesionalidad. No toda profesión es vocación. En la conjunción de una y otra debe prevalecer, en el caso de la vida pública, la vocación. Hay profesiones que sin una verdadera vocación no podrían ser ejercidas convenientemente, como por ejemplo las relacionadas con la sanidad y el cuidado de mayores, los curas o los profesores, por nombrar las más extendidas. La dedicación a la política debe ser otra similar a las nombradas; como tales, debe denominarse con total propiedad “dedicación”, y no “profesión”, porque no suele ser tarea de toda la vida y surge por un compromiso con la sociedad antes que por un afán de mantenerse en el puesto.

La vocación implica tres virtudes que deben aflorar al unísono, las tres “eses”: servicio, solidaridad y sensibilidad. La sensibilidad puede dar por supuestas, igual que en el soldado, el valor, las otras dos. Sensibilidad es la capacidad de los seres vivos de percibir sensaciones y  reaccionar o responder ante pequeñas excitaciones, estímulos, o causas. Tendencia natural de la persona a emociones y sentimientos. A entender y  reaccionar ante una obra de arte. La Real Academia la define como la facultad de sentir, propia de los seres humanos. (RAE, 1). Propensión natural del hombre a dejarse llevar a los afectos de compasión, humanidad y ternura (RAE , 2).

Tres cualidades que Maquiavelo desecharía como errores del gobernante cuya consecuencia inmediata sería la deposición de ese poder. Claro que todo depende de la concepción que se tenga de la actividad política, si como gobierno, o como administración, que aunque parezcan lo mismo, existe una gran diferencia; analizando los vocablos, se ve claramente. Todo depende de lo que se entienda como res-pública, donde lo particular y propio no tiene cabida. Deben traducirse sus actividades en una entrega total a la comunidad o al país con el fin de mejorar las condiciones de vida. El objetivo de toda política y el quehacer que les ha sido encomendado por los ciudadanos, a los que deben responder de esa actividad. Debe tenerlo siempre en cuenta quien ostente el poder. Como un axioma indeleble, debe considerarse un empleado y como tal su primera responsabilidad es responder de su gestión.

Analizado este aspecto fundamental en todo aquel que quiera hacer política, unas líneas para hablar de la preparación que no significa que tenga muchos estudios o sea un hombre erudito, y experto en mil materias y amplios conocimientos. Se necesita que sea una persona culta, en el sentido más propio de la palabra, que no es otro que “cultivado”. Culto no es lo mismo que erudito, licenciado, o doctor, que se puede haber pasado por la universidad y saber menos que el campesino de mi pueblo, cuyos conocimientos son completos, exhaustivos y útiles. Es decir, un hombre cultivado, como el campesino, que de ahí viene “culto”. Cultivo de personalidad, formación, dedicación, cultura a fin de cuentas, que aunque sea término manido, todos sabemos qué significa.

¿Y la experiencia? ¿No hace falta experiencia para ocupar un cargo público como sucede en otras empresas? Muchas veces se pide no sólo estudios y preparación sino también experiencia en el puesto o puestos similares. Es verdad. Y si a la teoría se le añade experiencia, es de suponer un mejor desarrollo de la actividad propuesta. Muchas veces se ha dicho que la izquierda ha caído en muchos regímenes o no se ha mantenido en los gobiernos porque los partidos de izquierdas no tienen experiencia de poder, o tienen menos experiencia que la derecha que siempre lo ha ejercido durante años. Es el caso de las revoluciones, que la mayoría fracasa porque no saben los revolucionarios ejercer el poder que les confiere el gobierno conquistado.

Estoy convencido de que el político culto no necesita experiencia de poder ni de gobierno. Al político culto eso le sobra, porque cuando tenga que ejercerlo, lo concebirá con los parámetros expuestos de vocación y servicio, y la cultura es el gozne que le impedirá equivocarse o caer en el error y la corrupción. No hace falta experiencia si hay cultura para lograr hacerlo bien. La personalidad del “hombre culto” abarca una serie de virtudes que, como en un tobogán, le llevarán al acierto, o por lo menos, a dar al pueblo lo que el pueblo quiere. El servicio, la solidaridad y la sensibilidad le mantienen cercano al pueblo, a su clamor, a sus aspiraciones y problemas. Así nunca podrá equivocarse.  Podía citar ejemplos de este tipo de políticos, así como de los otros, en la reciente historia de España, pero los guardo para otra ocasión, seguro de que el lector ya habrá separado la cizaña del trigo.

Utilizar al pueblo para conseguir el poder, a través de la propaganda y las falaces promesas, parece ser la estratagema de cualquier político. La artimaña de la que hablábamos la semana pasada, que no el arte de la política. Lobos disfrazados de corderos. Individuos que hacen declaraciones de izquierdas para actuar con parámetros de derechas, gestos demócratas para ocultar comportamientos despóticos… Hay muchos individuos metidos en política con estas cualidades sibilinas. Políticos que no creen en la democracia más que el día de las votaciones.

Resumiendo: sin sensibilidad y honradez, aparte de una cierta preparación o experiencia demostrada en haber colaborado de una u otra manera en la mejora de la sociedad en la que vive, no puede desarrollarse adecuadamente esta dedicación a la comunidad. Esto se llama compromiso moral con el entorno, compromiso social, libre y natural, en el que ese individuo se desenvuelve o se ha desenvuelto en algún momento de su existencia.

A juzgar por las desviaciones que vemos a diario en los hombres públicos, debe resultar difícil, pero no imposible, mantenerse en parámetros de honestidad cuando por medio hay dinero, ese nuevo dios que nos llama, nos maneja y nos guía. No es nuevo este peligro, ya lo apuntaba al final de su novela Utopía el teólogo, político y escritor inglés Tomás Moro (1478-1535) …mantenimiento en común sin hacer uso del dinero que destruye toda nobleza, magnificencia y majestad que son el ornamento y el honor de la república. El hombre culto, comprometido, honrado... cabal, en una palabra, no cae en esa trampa por más que maneje ingentes cantidades que le resulten atractivas y apropiadas para mantenerse en el poder o en ámbitos de influencia. Siempre -lo dijo Tierno Galván, y bueno es recordarlo-, “el poder corrompe en la medida de quien lo ejerce”. Siguiendo el decálogo, como hombre de bien, la corrupción no tendrá lugar. Cuando se desecha el “decálogo” y ciega la ambición, la vida la regirá lo que eufemísticamente, en un juego de letras podríamos llamar “decágalo” (otra vez una letra). Eso lo han hecho muchos políticos y sus adláteres. Por ejemplo, muchos de quienes actualmente nos gobiernan, y no saben administrarnos. Y ahí siguen. Disfrutando y haciendo gala de mayoría absoluta. Una mayoría que se ha manifestado y se manifiesta a diario en las calles, privándoles, con ese simple gesto, de toda legitimidad. Una mayoría a la que hacen caso omiso, convirtiéndose de esa manera en un “gobierno de forajidos”, como define Chomsky al ejecutivo que sigue tales comportamientos o que está bajo sospecha de corrupción, cuando no en la certeza de delitos demostrados de alguno de sus dirigentes, que han delinquido directamente o han formado un equipo para delinquir. Se nota que han aprendido y siguen antes los siete pecados capitales, que el decálogo. Y esperan que se les perdone como ellos han perdonado antes. Me recuerda el lema de los políticos decimononos: al enemigo, la ley; al amigo, el favor. Mientras tanto, el dinero haciendo patria en Suiza. Y los patriotas, con el agua al cuello y el cinturón rompiendo los huesos de la cintura. ¿Qué hacer? ¿Cómo votar? ¿A quién botar? (No hacen falta mil palabras para definir algo. Con un simple signo o letra, basta. Qué rico idioma el nuestro). Votemos y botemos.

Decálogo del buen político