martes. 19.03.2024
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Túnez se encuentra en el epicentro de un proceso político iniciado con la revolución democrática de hace cuatro años. Una doble cita electoral debería definir, tras casi un lustro de zozobras, el porvenir inmediato del país.

La coalición liberal, centrista, pero sobre todo laica o anti-islamista denominada Niida Tounes ("La llamada de Túnez") se ha impuesto en las elecciones legislativas, al lograr 83 de los 217 escaños en liza. El movimiento islamista Ennahda ("Renacimiento") contará con no más de 70 parlamentarios, lo que representa casi un tercio del total, pero veinte menos de los que obtuvo en 2011. Sin duda, un desgaste, pero no un derrumbamiento, pese a su discutida gestión.

DESGASTE ISLAMISTA

Ennahda dominó el escenario político durante la mayor parte de este periodo reciente, tras ganar las primeras elecciones libres tras el derrocamiento de la dictadura. Pero a los islamistas moderados les debilitó el fracaso en la consecución de unas mejores condiciones de vida, como suele ocurrir en muchos procesos de transición del autoritarismo a la democracia. Primero tuvieron que aceptar la ampliación del gobierno con presencia de socialistas y otras fuerzas centristas (troika) y finalmente dejar el gobierno, después de que se les acusara de complicidad en el asesinato de dos políticos de la oposición.

El líder de los vencedores es Béji Caïd Essebsi, un político casi nonagenario e incombustible, que ha sabido hacerse necesario en distintas coyunturas. Fue ministro con Burguiba, cabeza del Parlamento con Ben Alí y jefe del primer gobierno de la transición. Que se presente ahora como un hombre de futuro resulta también una chocante paradoja.

Essebsi está obligado a negociar un pacto que posibilite un gobierno estable y eficaz antes de las presidenciales de noviembre, a las concurrirá como candidato. Como ha descartado el acuerdo con Ennahda, tendrá que buscar el apoyo parlamentario con fuerzas muy minoritarias. No es menos paradójico que se haya perseguido la estabilidad con un gran bloque anti-islamista mientras la ley electoral premia a los partidos pequeños y favorece, como así ocurrirá, un Parlamento muy atomizado.  

Podría parecer que, de convertirse en jefe del Estado, Essebsi acumularía más poder. Aunque la nueva Constitución se inspira en la francesa, en Túnez, el primer ministro es más fuerte que en la antigua metrópoli. A él le corresponde formar gobierno. El Presidente puede disolver el Parlamento y convocar elecciones anticipadas, pero bajo ciertas condiciones (1).

UN DESENCANTO MITIGADO

Origen de la ‘primavera árabe’, este pequeño país mediterráneo de 11 millones de habitantes no ha logrado todavía culminar una transición plagada de contradicciones, y desilusiones. Y, sin embargo, sigue apareciendo a los ojos de los observadores y analistas occidentales como un oasis de aparente tranquilidad en una región convulsa. Pese a las desilusiones palpables, ha votado un 60% del electorado, participación más que aceptable. Túnez, una vez más, se confirma como la "excepción árabe", como sostiene el diario francés LE MONDE.

Túnez es, pues, un compendio de paradojas. Siempre lo ha sido, en realidad, desde su independencia en 1956. La dictadura nacionalista de Burguiba tuvo continuación en la etapa de su ‘delfín traidor', Ben Alí. El régimen combinó un autoritarismo a veces brutal con una amable atracción de capitales e intereses occidentales (franceses e italianos sobre todo) y pareció mantenerse si no al margen de todas las ‘epidemias’ políticas, sociales y religiosas, al menos en la zona menos expuesta a riesgos radicales o extremistas.

La ‘revolución’ de 2011 hizo aflorar tensiones y contradicciones que la represión había mantenido congeladas. La inestabilidad de los gobiernos de la transición democrática hizo temer una deriva violenta o autoritaria, pero finalmente, los dirigentes políticos encontraron fórmulas de conciliación para mantener encarrilado el proceso.

Más allá de los pulsos políticos, la preocupación fundamental de los tunecinos es la situación económica y social. La economía se encuentra estancada. Algunos observadores achacan esta situación a la falta de reformas durante estos años, en parte debido a la inestabilidad política. Dos economistas del Banco Mundial que han estudiado ‘in situ’ la evolución económica del país desde una óptica liberal consideran que los gobiernos de la transición no han desmontado el modelo de Ben Alí, caracterizado por el control burocrático, las trabas al capital extranjero, la atonía inversora y la corrupción (2).

Este continuismo económico ha imposibilitado políticas activas para afrontar las necesidades sociales. Túnez dispone de una población joven razonablemente bien formada pero sin apenas posibilidades de obtener buenos empleos. Esta frustración, unida a la que arrastran los sectores menos favorecidos de la sociedad, ha generado un clima de desafección hacia las fuerzas políticas y el desaliento ante el horizonte democrático (3).

EL RIESGO EXTREMISTA Y LA INJERENCIA EXTERNA

Como consecuencia de estos fracasos, el islamismo más radical ha ganado adeptos, hasta el punto de que un país caracterizado tradicionalmente por su moderación se ha convertido en el principal vivero de efectivos yihadistas externos con destino a las guerras de Siria e Irak. Se contabilizan más de 2.000 jóvenes tunecinos combatientes en las filas del Estado Islámico o en el Frente Al-Nusra (la franquicia de Al Qaeda en Siria).

Son muchos más los que, sin tomar las armas, se confiesan desencantados con la democracia y atraídos por el mensaje redentor y antioccidental de los extremistas islámicos, no obstante el estupor que ha causado a algunos de los combatientes que han regresado de aquellos campos de batalla la sangrienta división entre fuerzas islamistas (4).

Otra clave de la batalla política tunecina es el patronazgo exterior, importante fuente de respaldo económico. El país, como otros del Magreb, es escenario de un pulso entre las potencias petroleras del Golfo Pérsico por afianzar su hegemonía política en la región. Qatar es el principal sostén de Ennahda, como lo fue en su día de los Hermanos musulmanes egipcios o de otras fuerzas combatientes en el pandemónium libio. Por el contrario, los Emiratos Árabes Unidos, por encargo de su socio mayor, Arabia Saudí, ha apoyado de manera intensa la opción de Nidaa Tounes, por ser la única fuerza capaz de frenar al islamismo, en coherencia con su actitud de respaldo al general Al-Sisi en el vecino Egipto (5).


(1) Dos interesantes artículos del Centro de estudios sobre Oriente Medio ‘RAFIK HARIRI’, asociado al ATLANTIC COUNCIL, abordan los problemas de la transición tunecina y las perspectivas de futuro: “Tunisia’s elections, a test of commitment”, de DUNCAN PICKARD, y “Tunisia’s 2014 elections: the search for a post-transitional order”, de HAYKEL BEN MAHFOUDH, profesor de la Universidad de Cartago.
(2) Una macroencuesta financiada por el Fondo de la ONU para la Democracia y realizada por varias instituciones refleja esta desilusión con la democracia y la opinión de amplios sectores sociales.  THE WASHINGTON POST, 22 de Octubre.
(3) “Tunisia’s economic status quo”. NUCITORA Y CHURCHILL. THE WASHINGTON POST, 22 de Octubre
(4) “New freedoms in Tunisia drive support for ISIS”. DAVID KIRPATRICK.THE NEW YORK TIMES, 21 de Octubre.
(5)  “Tunisia’s elections amid a Middle East Cold War”. YOUSSEF CHERIF.ATLANTIC COUNCIL, HARIRI CENTER, 22 de Octubre.

Túnez: Excepción árabe en un cúmulo de paradojas