viernes. 29.03.2024
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Monstruoso. Abominable. Bárbaro. Repugnante. Asqueroso. Salvaje.

@Tere_Cal | No es lo suficientemente rico mi vocabulario para expresar lo que constituyen los asesinatos de Francia. Ni el lenguaje lo bastante profundo para describir la tristeza y el horror que, como todos, siento. Sobran en cambio los argumentos para defender, sin excepción, la libertad de expresión. Y otros, más duchos que yo, lo han hecho antes y mejor.

Sin embargo, yo no soy Charlie. Aunque tampoco dejo de serlo completamente. Durante años se ensañaron los caricaturistas asesinados con las religiones en general y con el Islam en particular. Conscientes de que millones de franceses se sentían insultados en lo más profundo de su ser con ello, no dudaban en multiplicar las representaciones de Mahoma. Al no ser musulmana, no entiendo por qué esta representación hace tanto daño. Pero, aunque conceptualmente se me escapa, me digo que, si en 1500 años de existencia la cuestión no ha cambiado, debe de tratarse de algo muy profundo para ellos. ¿Qué sacaban los caricaturistas y sus 60.000 lectores en herir tanto y a tanta gente, repetidamente? Si amas a alguien, si le respetas de verdad, buscas por todos los medios la manera de no hacerle daño. Y en ingenio no iban faltos los dibujantes... Pero, atención, que no planteo un debate jurídico. No se trata de prohibir o de limitar la libertad en ningun caso: es la mejor herencia de la Ilustración. Yo hablo de una actitud.

«Periódico irresponsable » era su agudo subtítulo. Me atrevo a afirmar que todos tenemos, como ciudadanos, una responsabilidad que no está escrita en ninguna ley: la de contribuir a la mejor convivencia posible. Y exigiría, aunque de esto estoy menos segura, que esta responsabilidad fuese elevada a código ético por parte de las figuras públicas y creadores de opinión que son los periodistas. Ensañarse con un grupo específico de la población me parece bajo y fácil. Aunque hasta del éxito que esto les procuraba (las ventas se disparaban si en portada había un chiste sobre Mahoma o el terrorismo islámico) se riesen los sagaces ilustradores. Más mordaces, ácratas e irreverentes fueron en los años 60, responden algunos. Y la Iglesia, o incluso la República, no se salvaban tampoco de su divertida «de-sacralización» del poder. Pero quizás es importante recordar eso, que se trataba entonces de una lucha contra el poder establecido y de una rebelión, desde dentro, por parte de los que crecieron en una sociedad dominada por la moral rancia y opresora de la Iglesia católica. Muy diferente es la situación de los musulmanes franceses hoy. Su sobrerrepresentación en las cárceles y la práticamente total ausencia entre los directores de grandes empresas o entre las figuras políticas, prueban el fracaso del modelo de « integración » del Hexágono. El contexto importa, claro que importa. No es lo mismo hacer un chiste sobre judíos hoy que en la Alemania nazi. Las tensiones comunitarias a nivel global y la extensión de la idea (¿o ideología?) del « choque de civilizaciones » son elementos del contexto en el que debe ejercerse hoy esta responsabilidad ciudadana.

El de Charlie Hebdo era un humor provocador. Esto no puede dejar entender en ningún caso que los humoristas se la buscaran o que incitaran a los terroristas a actuar. Nada, absolutamente nada, justifica la barbarie. Con provocador, me remito al signficado original del término, el de fomentar o promover algo en alguien. Y ellos provocaban dolor y ofensa en mucha gente. Los caricaturistas de Charlie Hebdo no contribuyeron a un mundo mejor. Incomprensible me resulta el fin o en nombre de qué causa puede merecer la pena herir a otro ser humano. Ellos se defendían diciendo que no atacaban a los musulmanes sino solo al fundamentalismo. Y, de hecho, sus musulmanes llevaban siempre un kaláshnikov y no un maletín de yuppie exitoso. Aunque alguna mujer con velo también se les escapó. ¿De verdad no veían en qué contribuían a la amalgama entre musulmanes y terroristas? Yo no soy dibujante pero, se me ocurre que, en mi caricatura preferida de Charlie Hebdo (sí, yo claro que me reía con muchos de los dibujos), la de Mahoma lamentándose de ser amado por imbéciles, bien podían haber omitido la figura del Profeta y haber hecho solo un globo de diálogo con el texto... Sin renunciar a la sátira, se pueden poner sutileza e ingenio al servicio del respeto del otro.

La reacción a los atentados de esta semana plantea un mundo de opuestos. De un lado, la «civilizada» libertad de expresión propia de las democracias liberales: ser Charlie. Del otro, la barbarie asesina del fundamentalismo islámico, propia del mundo musulmán: no ser Charlie. Un mundo de opuestos que pone en una situación más que incómoda a millones de musulmanes franceses, horrorizados con los atentados, pero que se sentían ofendidos con las caricaturas del periódico. Porque la lógica del «ni, ni» no basta. Porque una tercera solución se impone. Un mundo en el que se garantice el derecho a expresarse libremente y se decida, guiado por el más profundo respeto y consideración hacia el otro, no ejercerlo. O, mejor dicho, ejercerlo de manera responsable. Sé que esta postura sera tachada de naïve, angelical, bienpensante, etc. Mas a mi me parece de un pragmatismo radical. Vivimos en sociedades cada vez más plurales, multiétnicas y complejas. Si no cambiamos de actitud –que no de leyes–, si no hacemos por comprendernos, vamos a acabar aniquilándonos.

Ser o no ser Charlie ¿esa es la cuestión?