martes. 19.03.2024
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Don Felipe ofrece sus condolencias al Rey Salman por el fallecimiento del Rey Abdullah. (Foto: La Casa Real)

El pragmatismo político y los intereses económicos consiguen el prodigio de convertir a reyes déspotas en buenos amigos de Occidente, a gobernantes criminales en políticos clarividentes

La muerte del rey Abdalá bin Abdul-Aziz al Saud ocurrida el pasado 22 de enero ha producido olas de adulación hacia el monarca fallecido, entre ellas, las de la familia real española. De este modo, Felipe VI se trasladó a Riad a presentar sus condolencias “en su nombre y en el del Gobierno y el pueblo español” para así expresar “el más sincero sentimiento de pesar por la tristísimo noticia”. Pero las palabras huecas y los elogios  hacia su figura no pueden ocultar la dura realidad: el rey Abdalá representaba un régimen tiránico cuya existencia debería indignar al mundo civilizado. Pero el pragmatismo político y los intereses económicos consiguen el prodigio de convertir a reyes déspotas en buenos amigos de Occidente, a gobernantes criminales en políticos clarividentes...y este es el caso del monarca fallecido. Recordemos algunos datos.

El Reino Unido de Arabia Saudí surgió en 1932 tras la unificación de varias monarquías feudales de la Península Arábiga por parte de Abdel-Aziz ibn Saud. Desde entonces, la familia Saud, a través de los numerosos hijos e hijastros del fundador de la dinastía,  ha gobernado con mano de hierro al reino que lleva su nombre. Una interpretación rigorista del Islam en su versión wahabita, la aplicación de la Sharia o ley islámica y el asfixiante control  de la Policía Religiosa (Al Mutawa’een) sobre la vida y costumbres de los saudíes, nos retrotrae a los tiempos más oscuros de las monarquías feudales del Medievo. En el país del rey Abdalá no existen derechos ciudadanos ni  libertades públicas: no hay elecciones libres, los partidos políticos, sindicatos y  organizaciones de derechos humanos están prohibidos, la homosexualidad es perseguida, los medios de comunicación sufren la más rigurosa censura. Además, el sistema penal saudí, basado en la Sharia, recurre con frecuencia a la tortura (amputaciones, flagelación, etc) y, según Amnistía Internacional,  es el tercer país que más aplica la pena de muerte (por decapitación pública) y ya van 10 ejecuciones en las dos primeras semanas de este año 2015. Recordemos también el reciente caso del bloguero Raif Badawi quien, por defender la libertad de expresión, ha sido condenado a una multa de 230.000 €, además de a 10 años de prisión y a recibir 1.000 latigazos en series semanales de 50. Especialmente grave es la situación de las mujeres las cuales carecen de todo tipo de elementales derechos y libertades básica, teniendo prohibido, incluso, el conducir vehículos.

Especialmente grave es la situación de las mujeres que, como ocurría en el régimen talibán de Afganistán, carecen de todo tipo de derechos y libertades (incluso el de conducir un vehículo). Un suceso ocurrido el 11 de marzo de 2002 evidencia con toda crudeza la situación de las mujeres saudíes. En esa fecha, 14 niñas murieron y decenas más resultaron heridas al incendiarse su colegio de La Meca: la Al Mutawa’een impidió que escaparan del fuego... porque no llevaban el pañuelo para cubrirles la cabeza y por no haber ningún familiar varón para recogerlas; tampoco se permitió a los equipos de rescate entrar en el colegio...porque eran hombres y, por tanto, no podían “mezclarse” con las niñas que se estaban quemando. Aterrador.

Tampoco debemos olvidar que la monarquía saudí lleva años financiando la construcción de mezquitas en países occidentales, al frente de las cuales impone a imanes wahabitas, mucho más rigoristas que los hachemitas o alauitas. Y son estos clérigos quienes con sus prédicas, en ocasiones incendiarias, fomentan el radicalismo islamista de funestas consecuencias.

Todo esto parece olvidarse ya que los inmensos recursos petrolíferos  de Arabia Saudí (1/4 de las reservas del planeta y primer exportador mundial), le permiten ejercer un papel principal en el sistema económico mundial y en la OPEP. Así, desde que en 1945 concedió a los Estados Unidos el monopolio de la explotación de su petróleo, unido a su permanente alineamiento junto a las potencias occidentales en la conflictiva zona de Oriente Medio,  hacen que el reaccionario régimen saudí sea aceptado y visto con simpatía por el mundo civilizado democrático. Le ocurre lo mismo que a la España de Franco en los tiempos de la Guerra Fría: los intereses geoestratégicos de los EE.UU. obviaron su carácter dictatorial para convertir al régimen en “el vigía de Occidente”...igual que, ahora, Arabia Saudí es “el vigía de Oriente” (y de su petróleo). De hecho, la alianza militar entre Arabia Saudí y los EE.UU. se mantiene inalterada desde 1951: desde entonces, la monarquía saudí, anacrónica, feudal y corrupta hasta el extremo, ha mantenido su posicionamiento prooccidental.

Abdalá, que fue el impulsor de la Ley de inversión extranjera, logró gracias a ella atraer tecnología y capitales occidentales con el fin de convertir  al país en un “islote de modernización”:   ahí está, por ejemplo, el multimillonario proyecto de construcción del AVE español que debe unir las ciudades santas saudíes de Medina y La Meca. Pero la realidad es tan falsa como los espejismos de sus desiertos: la riqueza ha podido crear infraestructuras, adormecer la conciencia de sus súbditos, pero no les han traído la libertad. Y es que la monarquía del rey Abdalá ha tenido la rara habilidad de aunar la más retrógrada interpretación del Islam con todos los vicios, lujos y corrupciones del capitalismo salvaje. En este sentido, algunos economistas españoles, como es el caso de Juan Torres o Roberto Centeno, han denunciado el cobro de comisiones por parte de Juan Carlos I por la compra de petróleo saudí, fuente de la fortuna amasada por el rey emérito, una práctica que Jaime Peñafiel remonta al año 1973, el año de la crisis del petróleo, en el cual “gracias a las gestiones que hizo [Juan Carlos ] a petición de Franco ante el rey de Arabia Saudí para que a España no le faltara petróleo en aquella crisis, el gobierno autorizó a que, el entonces príncipe, recibiera un céntimo por cada barril de crudo que entraba en el país” , lo cual, suponía una comisión equivalente a 945 euros por día o 345.000 euros anuales.

Al margen de hipocresías políticas e intereses económicos, la muerte del rey Abdalá, a quien Juan Carlos I nombró en 2007 Caballero de la Insigne Orden del Toisón de Oro en premio a los favores recibidos, supone la desaparición de un tirano, al cual le sucede en el trono otro tirano: su hermanastro Salman,  y todo con el beneplácito de las democracias occidentales. En consecuencia,  no siento pesar por la muerte del rey Abdalá. En todo caso, el réquiem, la “tristísimo noticia” a la que se refería Felipe VI no debería ser la desaparición de un déspota anacrónico y corrupto, sino  la dramática situación de los derechos humanos en Arabia Saudí. Y en ello, Occidente, a quien el petróleo y los intereses que genera, parecen ennegrecer la conciencia, tiene, tenemos, una gran responsabilidad moral.

¿Réquiem por un monarca Saudí?