jueves. 28.03.2024
principe arabia

Arabia Saudí e Irán luchan a muerte por el control de Oriente Medio. La pugna excede la brecha religiosa (sunníes contra chiíes). Tiene una dimensión económica, cultural y social. Está en juego una nueva cartografía estratégica de la región, precisamente cuando se cumplen 100 años de la Declaración Balfour, el primer documento de compromiso a favor de un hogar nacional para los judíos de todo el mundo.

Que el impulso religioso no explica el alcance real de este conflicto lo demuestra la nómina de aliados que uno y otro bando está tratando de reunir. O los sacrificios o descargos que cada parte está haciendo para situarse en posición óptima de combate.

Una purga sin precedentes

El reino atraviesa un periodo convulso de transición hacia una supuesta apertura social

Arabia Saudí es formalmente el aliado occidental en esta disputa, en tanto productor de buena parte del petróleo con el que funcionan nuestras fábricas, circulan nuestros coches y se calientan nuestros hogares, merece una consideración cuidadosa.

El reino atraviesa un periodo convulso de transición hacia una supuesta apertura social (cambios de mentalidad sobre todo en cuestiones de género) y económica (con el horizonte de 2030 como meta), sin cuestionar, por supuesto, la naturaleza propia del régimen.  Arabia seguirá siendo, mientras sus dueños puedan asegurarlo, un Estado familiar.

Pero en la familia se ha desatado una trifulca colosal. El hijo del Rey Salman, Mohamed Bin Salman (conocido en la prensa internacional por sus iniciales: MBS) parece un sujeto impaciente. Su padre ya se saltó la línea dinástica establecida convirtiéndolo en príncipe heredero. Pero, por si esa amplísima licencia política no fuera suficiente, le invistió de grandes poderes y atribuciones en los dominios de la economía, de la seguridad interna y externa y de la selección de cuadros. Con la socorrida arma de la lucha contra la corrupción puso en sus manos un látigo con el que arrancar la piel política de parientes enemigos/rivales/renuentes.

Y el Príncipe ha batido el látigo a conciencia. Doscientos príncipes, semi-príncipes, meta-príncipes y hombres de negocios han sido detenidos, puestos en arresto domiciliario o bajo vigilancia estricta, por orden de este ambicioso, aunque no demasiado enigmático, Príncipe (1). El pasado verano ya fueron apartados de sus puestos influencias notorias, figuras religiosas demasiado intransigentes incluso para los estándares saudíes. Y a finales de junio, el hasta entonces Príncipe heredero, Mohammed Bin Nayef, primo del actual sufrió un acoso digno de un guion de cine hasta que se vio obligado a presentar una renuncia forzada a sus pretensiones sucesorias.

Con calculada previsión, el heredero se había procurado en meses anteriores no pocas sesiones en cancillerías, mesas de dirección de grandes empresas occidentales y/o globales, medios de comunicación, compañía de relaciones públicas, etc. Ha perseguido con insistencia implantar en Occidente su imagen de modernizador, de renovador, de patrocinador de una especie de viaje al futuro. Naturalmente, sin pronunciar una crítica convincente del sistema, y menos de su propio padre, el Rey Salman, vetusto, carca entre los carcas del clan e incapaz ya de tomar decisiones. Con él se cierra el ciclo de los sudairis, los hijos de la mujer preferida del rey Abdulaziz. Entre otros muchos elementos oscuros, en estas mil y una noche de puñales largos acontecidas y por acontecer, también se ha librado un ajuste de cuentas familiar.

Uno de los principales expertos occidentales, vinculado al sector de los hidrocarburos nos ha actualizado el directorio de vips saudíes. Para quien tenga curiosidad... (2)

La desestabilización regional 

La tutela de Teherán sobre el fragmentado Irak es cada vez más evidente

Las potencias occidentales contemplan esta danza palaciega con aprensión. Es cierto que, mientras el petróleo siga fluyendo por los oleoductos de salida, no importará demasiado cuánta sangre o veneno corra por los corredores de palacio. Pero los designios del Príncipe ambicioso están destinados a alterar el mapa regional, y eso ya resulta más inquietante (3).

MBS parece convencido de que Arabia debe frenar de una vez lo que considera intolerable y agresivo expansionismo de Irán. En la casa Saud está muy nerviosos por el cariz que están tomando los acontecimientos en Siria tras la derrota militar del Daesh. El régimen proiraní de Damasco parece consolidado, aunque eso sea mucho decir. Y la tutela de Teherán sobre el fragmentado Irak es cada vez más evidente.

A estos dos avances de la supuesta estrategia de dominación iraní en el Levante del libreto estratégico árabe se une la inquietud por la situación en el Líbano (4). En este país atormentado, ha venido funcionando un equilibrio de religiones, sectas y comunidades, con la aquiescencia más o menos activa de las potencias regionales que tutelaban a unas y otras. Líbano ha sido siempre un rara avis. Pero cuando la extrañeza ha resultado demasiado para el equilibrio de intereses, ha saltado dramática y sangrientamente en pedazos como en la guerra civil que se prolongó desde 1975 a 1990. 

Líbano, de nuevo ante sus fantasmas 

Arabia tiene la capacidad de estrangular a modo la economía libanesa

De entonces acá, el Líbano ha tratado de encontrar una nueva acomodación sin variar demasiado las reglas del reparto del poder entre sunníes, chiíes, cristianos maronitas, drusos y otras comunidades menores. No han faltado los sobresaltos, como el asesinato del primer ministro sunní Rafiq Hariri hace doce años. El crimen se lo atribuyó a Siria, aunque el régimen nunca lo admitió.

Como su padre, Saad Hariri se propuso mantener un cierto equilibrio entre sunníes, chiíes y cristianos, al frente de un gobierno de concentración en el que participan agentes tan aparentemente opuestos como el general cristiano Michel Aoun o Hezbollah, la entidad político-militar más poderosa de Oriente Medio, elemento fundamental de la salvación del clan Assad en su lucha contra el tenebrismo sunni y las deslavazadas milicias prooccidentales.

Ese equilibrio inestable pero útil se hizo añicos hace unos días cuando Hariri viajó a Riad y apareció en una televisión saudí para anunciar su dimisión, pretextando presiones de los iraníes. Un corolario de opereta que completaba la purga simultánea en el Reino wahabí. La comparecencia de Hariri fue tan chapucera que tuvo el efecto contrario al esperado. El líder de Hezbollah se mostró amable con el primer ministro, le rogó que volviera al Líbano y siguiera al frente del gobierno, apuntando que todo se había tratado de una maniobra intimidatoria de sus patrones saudíes (5). En efecto, los negocios particulares de Hariri tienen una dependencia de los intereses saudíes, tan marcada o más que la que pesa sobre el país en su conjunto. Arabia tiene la capacidad de estrangular a modo la economía libanesa, como señala con precisión la investigadora local Hanin Ghaddar (6).

Todo este juego podría detenerse, o al menos atenuarse. Lo ha intentado, con más voluntad que éxito el presidente Macron, tan hiperactivo como sediento de protagonismo interno y externo. Si Estados Unidos embridara al ambicioso Príncipe, se contendría el problema. Pero lo que ocurre es todo lo contrario. Con la irresponsabilidad que lo caracteriza, Trump trata de arruinar el acuerdo nuclear con Irán al tiempo que otorga carta blanca a MBS para hacer lo que le plazca (7). Con gran satisfacción de ciertos sectores israelíes, que consideran irremediable la confrontación con los ayatollahs y, en particular, una nueva guerra contra Hezbollah, sin duda bajo el recuerdo ominoso de la derrota con que se saldó la primera. La conformación de una alianza Estados Unidos-Arabia Saudí-Israel parece en marcha (8).

Obama ya cometió el grave de no detener la guerra en Yemen, una carnicería pavorosa que se pretende presentar como resultado de otra conspiración shíi inspirada por Teherán (9). El drama pasa vergonzosamente desapercibido en la mayoría de los medios occidentales, en parte por la fatiga de un conflicto que nadie parece interesado en concluir. Si se abre en Líbano un nuevo frente de esta pugna entre las dos grandes potencias regionales, estaríamos ante un riesgo de guerra mayor que dejaría pequeñas a todas los vividas en las últimas décadas.


NOTAS

(1) “The Remaking of the Saudi State”. NATHAM BROWN. CARNEGIE INSTITUTE, 9 de noviembre; “The Saudi crown prince just made a very risky power play. DAVID IGNATIUS. THE WASHINGTON POST, 6 de noviembre.
(2) “Meet the next generation of the Saudi rulers”. SIMON HENDERSON. FOREIGN POLICY, 10 de noviembre.
 (3) “A Purgue in Riyadh. What Mohammed Bin Salman’s Crackdown means for Saudi Arabia and the Middle East”. TOBY MATHIESSEN. FOREIGN AFFAIRS, 8 de noviembre; “What Saudi Arabia’s purgues means for the Middle East”. MARC LYNCH. CARNEGIE INSTITUTE, 6 de noviembre; “Crown Prince’s power grab poses new regional risks”. FREDERIC WEHREY. CARNEGIE INSTITUTION, 8 de noviembre.
(4) “Hariri’s resignation and wy the Middle East in on the edge”. HADY AMR.BROOKING INSTITUTION, 7 de noviembre.
(5) “Hezbollah Urges ‘Patience and Calm’ amid Lebanon’s political crisis”. ANNE BARNARD. THE NEW YORK TIMES, 5 de noviembre.
(6) “Saudi Arabia’s War on Lebanon. HAINI GHADDAR. THE WASHINGTON INSTITUTE FOR NEAR EAST POLICY, 13 de noviembre.
(7) “Donald Trump has unleashed the Saudi Arabia that We always wanted -and feared. DAVID AARON MILLER & RICHARD SOKOLSKY. FOREIGN POLICY, 10 de noviembre.
(8) “La dangereuse alliance entre les Etats-Unis, Israël et l’Arabie Saoudite. CRISTOPHE AYAD. LE MONDE, 9 de noviembre.
(9) “Yemeni children starve as ais is held at border”. THE GUARDIAN, 12 de noviembre.

Oriente Medio: los puñales del Príncipe impaciente