martes. 19.03.2024
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En EEUU puede haber muchas personas con problemas mentales, pero ellos no son la fuente principal de ese tipo de ataques

Es una historia que se repite seguido en los centros educativos de Estados Unidos: 16 tiroteos desde 1989 hasta el ocurrido en la escuela Marjory Stoneman Douglas, en Parkland, Florida.

En el podio de la muerte está la masacre de Blacksburg, hace once años, con 32 muertes, seguida de la de Sandy Hook, en Newton, en 2012, con 28. El tercer lugar corresponde al tiroteo del pasado 14 de febrero en Parkland, donde el ex alumno, Nikolas Cruz, de 19 años, mató a 17 alumnos. El autor fue detenido y puede ser condenado a muerte.

Lo primero a evaluar frente a estos hechos es la reacción del poder político. El presidente Donald Trump dio un breve mensaje al país poniendo el acento en la enfermedad mental del atacante y la necesidad de reforzar la seguridad de los establecimientos educativos, léase con más efectivos armados. Su lógica, desairada por la realidad estadounidense funciona así: frente a personas armadas, el Estado pone efectivos más numerosos y mejor armados y soluciona el problema.

Los policías norteamericanos son muchos y bien pertrechados y comunicados, pero eso no significa que puedan impedir todos los ataques que por sorpresa libran personas también bien armadas, que compraron sus fusiles y pistolas en cualquier armería, tienda o supermercado, y que conocen muy bien la escuela donde atacarán, inesperadamente.

La primera parte de la doctrina Trump, que sería una cuestión de salud mental, es puesta en la picota por los entendidos en esa rama de la medicina; afirman que eso es una auténtica locura. Dicho vulgarmente, puede haber allí muchas personas con problemas mentales, pero ellos no son la fuente principal de ese tipo de ataques.

Si el magnate no insistiera en recortes a los programas de salud y educación, todo en ello en beneficio de recortar impuestos a los ricos y engordar el presupuesto militar (este año de 716.000 millones de dólares), seguramente la salud mental de los estadounidenses tendría mejores niveles. Y eso alguna pequeña influencia tendría en disminuir los tiroteos en centros educacionales. Pero ni siquiera eso está ocurriendo. A propósito, ¿cómo anda la salud mental de Trump? Muchas de sus medidas de gobierno no pasarían una prueba mínima de ser alguien que esté en sus cabales.

Falsos diagnósticos

Las teorías de Trump, por llamarlas de algún modo, son muy erráticas para explicar esos tiroteos. Ya ocurrió en junio de 2016, esa vez en el club nocturno gay, Pulse, en Florida, donde el atacante, Omar Mateen, asesinó a 49 personas antes de ser abatido por la policía. En ese momento se largaba la campaña electoral entre el magnate inmobiliario y la ex senadora Hillary Clinton.

El aspirante republicano afirmó que esas cosas pasaban por la inmigración musulmana, catalogando a Mateen como venido de Afganistán. La Clinton le replicó que eso era falso, que el matador había nacido en Queen, Nueva York, el mismo distrito que Trump.

Por otro lado, cualquier comparación con Afganistán habría dejado mal parado al imperio, pues allí comenzó George Bush en octubre de 2001 la llamada “guerra antiterrorista” con la invasión del país y unos 150.000 muertos hasta 2014.

Ya en esa polémica el dueño del emporio Trump adelantó que si era presidente impediría la entrada de ciudadanos provenientes de países islámicos; una media docena fue penalizada a partir de 2017 excluyendo siempre a su aliada Arabia Saudita. Sin embargo, no por eso cesaron los tiroteos masivos, muchas de cuyas víctimas son inmigrantes, por caso puertorriqueños, como en el bar Pulse.

Hasta los dientes

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En EE.UU. hay 319 millones de armas en poder de los civiles, de ellas 114 millones de pistolas, 110 millones de rifles y 86 millones de escopetas

En esa campaña electoral de 2016 se volvió a discutir sobre la conveniencia de limitar o no la venta de armas así como su posesión y porte. Los republicanos, y una buena parte de los demócratas, son partidarios de que todos y todas deben estar armados, invocando la Segunda Enmienda. Esta es una realidad abrumadora sobre todo en el interior del país, como se refleja en series televisivas como Fargo.

Clinton, como Obama, quería alguna limitación a la venta de armas que no solucionaría el drama pero al menos lo condicionaba, por ejemplo límites a los fusiles automáticos, esos que disparan 30 balazos en un minuto. El AR-15, versión civil del militar M-16, era uno de los más empleados en las balaceras. Se lo compra en minutos en cualquier parte y cuesta 475 dólares, cuando un Iphone 7 sale 769.

Trump tuvo la posición más favorable a la venta ilimitada de armas, incluso las de ese calibre. Lo hizo por convicción reaccionaria pero también por conveniencia electoral, ya que gozaba del apoyo en campaña de la Asociación Nacional del Rifle (NRA), la emblemática entidad que fomenta el armamentismo.

Y fuentes especializadas aseguran que la industria que fabrica armas de ese tipo mueve 43.000 millones de dólares al año, con ganancias para Smith&Wesson y otras firmas.

Ya instalado en el Salón Oval, el actual presidente no quiso ni siquiera poner limitaciones para la libre adquisición de armas de personas con problemas mentales. Mal puede cargar todas las culpas sobre quienes tienen esas perturbaciones, como sería el caso de Cruz.

Muchos potenciales asesinos y suicidas son los militares que vuelven de guerras donde han ido a masacrar a otros pueblos. Hay pérdidas de vidas en esos tiroteos, pero más vidas se perdieron en sus teatros de invasión y más millones y millones de dólares se pierden en la atención médica y psiquiátrica de esos marines. 

El matador más reciente, Nikolas Cruz, recibió instrucción militar en Fort Lauderdale, Florida, en un Cuerpo de Entrenamiento de Oficiales de Reserva Junior. Por eso mató más y mejor…

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Cuba es otra cosa

En Cuba no hay masacres en las escuelas, ni por parte de ex alumnos ni de nadie, no hay tiroteos masivos en bares ni cines, como es moneda corriente en su mal vecino. ¿Por qué será tan abrumadora diferencia?

Para la mentalidad de los gobernantes y mayoría de medios norteamericanos, la isla socialista sería la encarnación del mal, de la opresión del Estado sobre el individuo, una vulgar dictadura, asentada en las Fuerzas Armadas Revolucionarias.

La realidad cubana ofrece un panorama totalmente opuesto al yanqui que se venía describiendo. Los escolares de la isla van a instituciones gratuitas y públicas, habiendo desaparecido el analfabetismo ya en 1961, a menos de dos años de la revolución.

Pese al bloqueo norteamericano desde 1962 hasta hoy, con las dificultades económicas y financieras que eso provoca a Cuba, allí no se ha cerrado ninguna escuela ni dejado cesante a ningún maestro. 

La preocupación oficial por la salud de su gente se plasma en el mejor índice continental en mortalidad infantil: menos de 4 por mil de nacidos vivos. A diferencia de los norteamericanos Medicare y Medicaid, de tiempos de Obama y ahora limitados al máximo por el gobierno republicano que dejará sin cobertura de salud a 24 millones de personas, en la Mayor de las Antillas la salud es pública, gratuita y de buena calidad.

No es porque en la isla no haya armas. Las FAR tienen numerosos efectivos bien armados, de Tropas Regulares y Milicias de Tropas Territoriales, y que hay almacenado mucho armamento defensivo, al alcance de esas milicias, para el caso de responder a una agresión norteamericana. Cada cuatro años se hace el ejercicio militar masivo Bastión, para preparar esa defensa. El artículo 65 de la Constitución plantea: “la defensa de la patria socialista es el más grande honor y el deber supremo de cada cubano”. Llegado el caso, ese deber se cumple en forma armada.

O sea que en la isla también hay una gran cantidad de armas, pero con otros fines, y manejadas por el Estado de otra manera, sin las corporaciones y empresas lucrando con su venta.

Junto con la diferencia en educación y cultura, allí radica la gran diferencia con el imperio, donde se invoca la 2 Enmienda para el armamento de las personas. Eso, en una desequilibrada nación capitalista y gendarme mundial, termina con masacres de alumnos y profesores, en el marco de guerras contra otros pueblos a escala mundial (antes Vietnam, más acá en Afganistán, Irak, Libia, etc). Y lo que es peor, luego de cada masacre escolar, ante el temor que se pudieran limitar las ventas, más compradores corren a los negocios a adquirir más armas, temerosos de perder ese enfermizo privilegio de armarse hasta los dientes. El “american way of life” aspira a una buena tarjeta de crédito, un lindo auto, una casa bonita, comida chatarra, viajes, Hollywood, tecnología, en muchos casos drogas y unos relucientes AR-15.

Cuba no es un modelo perfecto, pero comparado con EE.UU. resalta por su humanismo, lo otro tiene mucho de bestial. Es José Martí compitiendo con la Asociación Nacional del Rifle, es Fidel en contraste con el bruto de Trump, son los pioneros en la escuela habanera versus los matadores de Parkland. Usted, ¿con quién se queda?


Artículo publicado originalmente en "La Arena"

Muchas masacres en escuelas de EEUU, ninguna en Cuba