viernes. 19.04.2024

No existía aún la aviación y la marina era apenas un bosquejo cuando la caballería estadounidense ya hacía de las suyas, despanzurrando en el oeste a sus propios indios, usurpándole territorio a México y planificando la invasión de aquellos países cuyas políticas de gobierno representasen una “amenaza” para los intereses expansionistas que, desde su propio nacimiento, caracterizaron a los Estados Unidos.

Desde épocas remotas y con total impunidad, justificándose en la defensa de una democracia ímproba y una libertad que en su propio territorio no es sino una mera falacia (o, en el mejor de los casos, una estatua en el río Hudson), Estados Unidos impone su voluntad a balazos y a golpes de Estado allí donde crea conveniente, ante la estéril mirada de los líderes mundiales que en su mayoría no atinan más que a ofrecer algún discreto discurso moralizador, ante los adormilados miembros de la ONU.  Sin embargo -y a pesar de la seducción que el American Way of Life parece despertarle a quienes omiten opiniones ante hechos sobradamente comprobados- una nueva mirada, crítica y objetiva, desmitifica lentamente esa idea que hasta el momento ha justificado cada una de las atrocidades que el país del Tío Sam ha cometido en el rincón del mundo que se le ha antojado. “El mundo entero conoce las mentiras de Estados Unidos para intervenir países”, afirmaba hace escasos días Fawaz Mustafá, jefe de la Academia Militar y Política del Ejército Árabe Sirio.

La opinión de Mustafá, ignorada por la prensa, es la misma que muy lentamente comienza a instalarse en las voces de un buen número de observadores de a pie, que -releyendo la historia y reconsiderando el verdadero sentido de la democracia- comienzan a poner en tela de juicio el accionar perverso que los Estados Unidos aún logran esconder detrás del infame pretexto de exportar su mentada democracia.

Autoproclamados desde tiempos remotos como los portadores de la “libertad y la justicia”, Estados Unidos ha dejado un reguero de sangre a lo largo de la historia, justificando guerras absurdas y cometiendo los más atroces crímenes de lesa humanidad que aún continúan impunes. Administración tras administración, la Casa Blanca ha conseguido -contrariamente a lo que algún desinformado aún pueda considerar-  obstaculizar el avance de las democracias que por sí solas pretendían afianzarse. Lo hizo inventándose enemigos para justificar cada uno de los bombardeos  que perpetró con total impunidad; desarticulando mediante golpes de Estado el crecimiento de países en vías de desarrollo, inaugurando a cada instante nuevas bases militares compuestas por auténticos asesinos ansiosos por darle rienda a sus respectivas patologías, fabricándose el hallazgo de armas de destrucción masiva que nadie vio, criminalizando la libre construcción de ideologías y señalando como “patrocinadores del terrorismo” a naciones a las que aterroriza, persigue y destruye.

Según los datos del mismísimo Pentágono, el Ejército de Estados Unidos posee militares dispuestos a matar en más 150 países del mundo. Un total de 186 mil lunáticos armados que pasan diez horas del día ensayando guerras y jugando a matar en la Play Station (ver “The War on Democracy”, de John Pilger). El mismo organismo estima orgullosamente que para el año 2017 el ejército tendrá a sus hombres equipados con armas más modernas, de mayor potencia y efectividad. Tendrá en sus capacidades ofensivas un número mayor de equipos dirigidos por control remoto, tanto terrestres como aéreos, que le permitirá involucrarse en el combate con un número mínimo de bajas. Según anunció el portavoz del Pentágono, la USA Army reforzará las inversiones en las fuerzas de operaciones especiales y en el ciberdominio que refiere a todos estos equipos dirigidos por control remoto en la ciberguerra; futura –aunque según ellos cercana- contienda bélica cuyo “Comando Especial” fue presentado en sociedad hace dos años atrás. “Estamos preparados para la guerra que viene”, comentó vía Twitter uno de esos tantos soldaditos cuyo único propósito es lucirse en el arte de matar.  

La guerra que viene