martes. 16.04.2024

Europa se apresta a vivir un año plagado de incertidumbres. La gestión del Brexit  y unas citas electorales cargadas con pólvora venenosa constituyen factores poco favorables. Y a todo ello se suman las inevitables repercusiones negativas de la guerra de Siria y, sobre todo, de un posible endurecimiento del conflicto ruso-ucraniano. Y qué hablar del tsunami que representaría la -afortunadamente muy improbable- victoria de Trump en EE.UU.

Los peligros que encierran las urnas en Francia, Alemania, Italia y quizás España son asimétricos, pero comparten un denominador común: la amenaza de quiebra de modelo de estabilidad garantizada por la alternancia con pivote en el centro.             

BREXIT: LA DILACIÓN COMO DUDOSA ESTRATEGIA

A la premier británica se le está agotando el tiempo muerto aceptado por el eje franco-alemán (con la extensión italiana) para congelar la invocación del artículo 50, clarificar posturas negociadoras y diseñar un calendario. El estilo cauteloso de Theresa May empieza a dejar de parecer virtud para sonar a indecisión, inseguridad, camuflaje y carencia de estrategia clara para afrontar un problema que consumir demasiadas energías y recursos. Se sabe ya que gestionar el Brexit costará mucho y necesitará de un personal que no abunda en Westminster.

Artist Kaya Mar displays his painting of Britain's Home Secretary Theresa May near parliament in London, Tuesday, July 12, 2016. Theresa May will become Britain's new Prime Minister on Wednesday. (AP Photo/Kirsty Wigglesworth)

El otro día, en el Parlamento, David Davis, el ministro nombrado al efecto para pilotar la separación (con muchos copilotos, y no del todo bien avenidos) no se apartó un  ápice del catalogo de ambigüedades de las últimas semanas. Conservar las ventajas del mercado único y zafarse de las obligaciones relacionadas con la libertad de movimientos de personas o con el presupuesto comunitario suena a cuadratura del círculo.

Es difícil que Merkel ceda, por mucho que intente una senda conciliadora. Sería otra brecha con los socialdemócratas alemanes, secundados en esto por sus correligionarios franceses y por el primer ministro Renzi (imposible vislumbrar en que escala de exigencia se posicionará el siempre oscuro y esquivo Rajoy). Ni siquiera el triunfo de los llamados "Republicanos" en Francia puede satisfacer la versión británica de la ley del embudo. Sólo una victoria del Frente Nacional podría crear un escenario caótico, en el que cualquier cosa podría ser posible. Pero tanto Francia como Alemania viven momentos políticos convulsos.

FRANCIA: AUGURIOS SOMBRÍOS

En Francia, los atentados de Niza y Normandía han fortalecido el miedo, alentado la xenofobia y contaminado la discusión pública. El episodio del burkini ha sido muy indicativo de la torpeza y el oportunismo políticos e ideológicos imperantes.

Los sondeos sobre las elecciones presidenciales anticipan la eliminación pronta de los socialistas y sus aliados habituales (radicales de izquierda y ecologistas), y eso sin saberse siquiera el candidato. Las dos versiones de la derecha neonacionalista, una abiertamente xenófoba (Frente Nacional) y otra más sibilina, pero en el mismo registro (Republicanos) podrían concurrir en el pulso de la segunda vuelta.

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Está por ver si Sarkozy se evade de las imputaciones de financiación fraudulenta y otros escándalos de larga data, o si se impone en la derecha ex-neogaullista la opción más moderada y aseada que representa Juppé (no menos acosado por historiales de corrupción). En todo caso, el electorado de izquierdas podría verse abocado de nuevo a la humillación de elegir entre lo peor y lo insufrible.

El desgaste del PSF y sus propias contradicciones e inconsecuencias constituye un capítulo reiterado del devenir político francés. Por lo que se ve, no tiene remedio. Lo peor es que, en cada oportunidad, se amplía y refuerza la sensación de fracaso. No se trata sólo de las tradicionales disputas de egos. La línea que Hollande representa nunca ha parecido vinculada a planteamientos ideológicos o de modelo, sino aferrada a tacticismos burocráticos. Hoy no solo parece un "pato cojo", sino un candidato imposible para nueve de cada diez franceses.

El partido se desgarra por las presiones opuestas a derecha e izquierda y por el desafecto de los satélites que más brillan, como el ex-ministro Macron, devenido en un Marco Bruto anunciado. La popularidad de este nuevo enfant terrible de la política francesa hace correr sudor frío por la espalda del PSF.

En otro lado del espectro socialista, los diputados frondeurs, en abierta rebeldía contra la austeridad, bautizada como rigor por el primer ministro Valls (al que le ha sobrado confianza en sí mismo), carecen de fuerza suficiente para conseguir un cambio de rumbo. Han agitado el debate, se han atrevido a desafiar el pensamiento único de la triada  europea (Frankfurt-Bruselas-Berlín), pero difícilmente se impondrán a un aparato poco audaz. Además, los críticos arrastran también divisiones internas y padecen del mal de las ambiciones personales poco disimuladas. En fin, las primarias en la izquierda se antojan duras y no precisamente amables.

ALEMANIA: TENSIONES EN LA GRAN COALICIÓN

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Las elecciones generales en Alemania (de aquí en un año) pueden confirmar lo ya iniciado en cinco länder: la consolidación de una derecha xenófoba (pero no neonazi, como algunos se apresuran a decir).

Algunos analistas creen que ha empezado el declive de Ángela Merkel. La canciller ha admitido su responsabilidad en el reciente batacazo de su partido en Mecklemburgo-Pomerania. Pero no está claro que haya extraído todas las consecuencias que le exigen partidarios y electores. En la CDU, sin embargo, el cambio de discurso es palpable. La mayoría de sus correligionarios cree que Merkel se equivocó al defender una política de acogida generosa de desplazados (no debe llamárseles refugiados, porque justo es lo que se les niega: refugio), y luego no resultó muy convincente cuando quiso amortiguar el rechazo de importantes sectores sociales. Al final, entre el acuerdo con Turquía, la pérdida de energía y los cálculos electorales (tardíos), el destino de cientos de miles de personas se ha quedado en el aire y el liderazgo humanitario de la canciller se ha diluido en la inconsistencia (los más críticos dicen que en la hipocresía).

Pero lo más trascendente de las previsiones electorales no es la consolidación de ese partido nacionalista xenófobo, sino la fractura cada vez más visible de la gran coalición entre democristianos y socialdemócratas.

El SPD parece decidido a poner el acento en las discrepancias y no en las coincidencias. El ministro de exteriores y número dos del partido, Frank-Walter Steinmeier, ha agitado el debate político más de lo que ya estaba al proponer que Europa revise las sanciones a Rusia y la OTAN rebaje sus gestos de guerra fría. Esta posición, que evoca los tiempos de la Ostpolitik de Willy Brandt, contrasta con la línea dura mantenida por la ministra de Defensa, Von der Leyen, una de las posibles sucesoras de Merkel al frente de la CDU.

El otro peso pesado del SPD en el gobierno, Sigmund Gabriel, líder del partido, vicecanciller y ministro de Economía, ha criticado abiertamente los errores de cálculo de Merkel en el asunto de los refugiados y ha abierto una línea de fractura con ella al descolgarse del Tratado transatlántico de Libre Comercio. De forma más suave,  Gabriel ha dejado traslucir discrepancias sobre la severidad de las políticas de control del déficit en Europa.  

Las tensiones en la coalición alemana parecen impugnar la estrategia de Rajoy, que ha vendido esta fórmula como la panacea para superar el bloqueo político en España.

OTROS PELIGROS

Este panorama tan poco halagüeño se podría complicar aún más si no se evitan las terceras elecciones en un año en España. O peor, que tampoco ofrezcan una fórmula de solución.

Inquieta también otro potencial frente de inestabilidad en el sur, si el italiano Renzi fracasa en su referéndum de reforma institucional, que se celebrará en octubre.

Otra amenaza presente es la abierta situación de rebeldía del gobierno conservador-autoritario polaco frente a las normas europeas de convivencia, observancia y respeto de los valores democráticos, la independencia del poder judicial y la libertad de información.

Los llamados tres tenores de la política europea (Merkel, Hollande y Renzi) se conjuraron este verano en la isla de Ventotene, cuna del histórico europeísta Spinelli, para ofrecer una de esas ceremonias de unidad y control de la situación que tanto se celebran en el sanedrín europeo. En estas circunstancias, ¿qué cabe esperar de la próxima cumbre europea en Bratislava? Seguramente, nada relevante. Profusión de palabras tranquilizadoras que no tranquilizan. Aire caliente. 

Europa: Muchas turbulencias, confusas respuestas