viernes. 29.03.2024

Ni el atentado de Westminster, ni el del Manchester Arena o del puente de Londres son casos aislados protagonizados por elementos asociales consumidores de propaganda. Son manifestaciones violentas de una subcultura extremista, tendente al odio y la polarización

La lógica de las demandas sociales en materia de prevención y lucha contra el yihadismo y las actuaciones políticas dirigidas a satisfacerlas, poseen pautas reiterativas. Como efecto que sigue a una causa, tras un atentado yihadista, el terrorismo se sitúa como una de las principales causas de preocupación de la ciudadanía. Dependiendo del número de víctimas, es habitual esperar una subida temporal en la popularidad del premier o del presidente en cuestión. A ello habrá de sumarse la ola de solidaridad hacia las victimas cuya principal manifestación física se circunscribe a la puesta de flores y velas en el lugar de los atentados y el cambio de perfiles y uso de memes en las redes sociales. No obstante, desde el punto de vista de la comunicación pública en materia de seguridad y respuesta el trabajo realizado no parece suficiente.

Es comprensible que se pretenda atajar cualquier atisbo de miedo que pudiera surgir. Sin embargo, incidir en que el terrorismo no va a cambiar los hábitos de la ciudadanía y “que la vida sigue” no es la mejor manera de difundir una cultura de la seguridad, pues mas allá de los especiales informativos sobre los estragos terroristas, estamos lejos de construir una sociedad civil resiliente a la problemática terrorista. Difícilmente puede la vida continuar para las no menos de 30 familias rotas por la pérdida de un ser querido en los últimos atentados en el Reino Unido, país que aun mantiene el nivel cuarto sobre cinco de alerta, denominado “severo”, el cual corresponde a una "alta probabilidad" de que se produzca un nuevo ataque.

A las pocas horas de la comisión de un acto terrorista, cuando el recuento de víctimas probablemente aun no haya concluido de manera oficial, asistimos a un goteo informativo centrado en los elementos biográficos de los terroristas “de padres separados”, “antecedentes penales”, “problemas conyugales”, “en el radar de la policía” etc… A la espera de nuevos perfiles que por su especificidad aporten nuevos conocimientos sobre los perfiles socio comporta mentales de los miembros de la urdimbre terrorista, este tratamiento informativo no aporta ninguna novedad ni contribuye a la cultura de la seguridad, hecho que lo responsables de comunicación social implicados en la cultura de la seguridad debieran de tener presente.

Limitar la radicalización y reclutamiento a los elementos biográficos y al consumo de propaganda constituye, además de una simplificación, un grave error, pues no se ajusta a la realidad. Es un hecho que ningún plan de prevención podrá garantizar en su plenitud un adecuado desarrollo psicológico y adaptabilidad social de los individuos considerados vulnerables. Respecto a la radicalización online y su impronta en el reclutamiento terrorista, resulta imposible eliminar el acceso a la propaganda yihadista en internet. Teniendo en cuenta estos dos elementos, resulta extraño que dentro de los análisis y de los elementos de comunicación pública destinados a la creación de una sociedad civil resiliente al terrorismo se haya dejado en un segundo plano la existencia de un ecosistema social yihadista. Destinar tantísimos esfuerzos en desvincular el terrorismo de las redes de sociabilidad de lo que se ha venido a denominar como comunidades musulmanas está generando una enorme confusión. Por otro lado, nada ayuda la enorme sensibilidad y suspicacia demostrada por los responsables de las asociaciones y federaciones islámicas en cuanto a la implantación de los planes de prevención elaborados por el gobierno.

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Grupo de Anjem Choudary

Ni el atentado de Westminster, ni el del Manchester Arena o del puente de Londres son casos aislados protagonizados por elementos asociales consumidores de propaganda. Son manifestaciones violentas de una subcultura extremista, tendente al odio y la polarización. Los propios planes de prevención elaborados por la Oficina de Seguridad y Contraterrorismo del Home Office británico admiten que detrás de la radicalización violenta, siempre se esconde una ideología que sanciona la violencia y organizaciones extremistas de carácter legal a las que se ha llegado a tolerar y a dar voz sin tener en cuenta las implicaciones de semejantes políticas. Es necesario repensar y aclarar el concepto de radicalización y extremismo a fin de abordar la posibilidad de tomar medidas frente visiones rigoristas y extremistas. Prueba de ello es que la escena salafoyihadista británica sobrevive en un ecosistema que le es favorable. Las políticas públicas centradas en la consideración de la primacía representativa de las denominadas comunidades musulmanas por encima de los individuos, conlleva una sobre representación del extremismo obviando el hecho, de que los ciudadanos que profesen en mayor o menor grado el Islam, son también miembros de la sociedad civil británica. La práctica del dogma de la sociedad multicultural, donde la tolerancia bordea la indiferencia ha dejado fuera de la ecuación el hecho de que, por encima de la sociedad multicultural, están los individuos, sean o no musulmanes.

La ley del Arbitraje de 1996 que reconoce legalmente los aproximadamente 85 Consejos Islámicos para la aplicación de la Sharía, puede ser una fórmula alternativa para la resolución de disputas, pero en ningún caso ayuda a la integración y la igualdad ante la ley. El uso del niqab, como uniforme escolar para las niñas a partir de 11 años difícilmente es tolerable, a no ser que la tolerancia bordee con la permisibilidad indiferente. La alarma en cuanto al avance del extremismo vino de la mano del informe conocido como “Caballo de Troya” elaborado por el exdirector de contraterrorismo Peter Clarke a instancias del Ministerio de Educación.

Al menos 15 escuelas públicas de Birmingham y seis de Londres han sido investigadas por imponer "una ética islámica agresiva" por no hablar de las sociedades islámicas en el ámbito universitario o los planes escolares y actividades extraescolares promovidos y financiados por corrientes radicales sobrantes de dólares. Así, la cultura de las comunidades ha invadido muchos de los aspectos de la sociedad británica y la impronta del extremismo en las redes de sociabilidad propias de descendentes de inmigrantes de segunda y tercera generación es considerable.

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Manifestación en repulsa por el asesinato de Osama Ben Laden en Londres

De los más de 760 combatientes extranjeros en territorio Daesh procedentes del Reino Unido al menos 300 han vuelto

Tal es el caso de Siddique Khan, figura dominante y líder indiscutible de la célula autora de los atentados del 7-J en el año 2005 con un saldo de 56 víctimas mortales. Durante al menos cinco años, realizó labores de captación y adoctrinamiento, durante las cuales él mismo iba también radicalizándose. Como reclutador, su caso destacó por la profusión a la hora de generar redes sociales susceptibles de ser parasitadas. Durante su etapa universitaria, trabajó como voluntario ayudando a jóvenes problemáticos, y al término de la universidad, trabajó como maestro de escuela para niños con necesidades especiales, en una escuela primaria local. Es en el transcurso de este periodo cuando su relación con el islam aumenta. En el año 2001, estableció un centro deportivo en una mezquita situada en Leeds. No obstante, el centro deportivo desapareció un año y medio más tarde debido a las sospechas que recayeron sobre su persona por inculcar interpretaciones extremistas del islam a los jóvenes. En el año 2004, Khan creó un segundo centro deportivo en otra mezquita en Beeston. Figura destacada, era descrito por muchos como una especie de mentor o figura paterna, al cual muchos jóvenes acudían a pedir consejo. Es evidente que Khan utilizó las oportunidades que le ofrecían estos lugares de encuentro, es decir, mezquitas y clubes deportivos, para identificar y seleccionar a potenciales candidatos, con la intención de adoctrinarles en el islamismo salafista. Es en torno a su lugar de trabajo, el “Hamara Youth Access Point”, en un club de boxeo local conocido como el “Al-Qaeda Gym”, en la librería islámica “Iqra”, y en torno a las mezquitas de Leeds y de Fishbury Park, donde Siddique comienza a conversar con otros jóvenes musulmanes. Qué decir de la mezquita de Fishbury Park donde durante años predicaron voceros del extremismo como Abu Qatada y Abu Hamza al Masri.

El mismo Michael Adebolajo que asesino a cuchilladas en el año 2013 al soldado Lee Rigby estaba fichado por el MI5 y había pertenecido al grupo extremista al-Muhajiroun. También Khuram Shazad Butt, autor del último atentado fue fichado por los servicios de inteligencia británicos MI5 por su pertenencia al grupo extremista islámico al-Muhajiron. Su cómplice Youssef Zaghba fue detenido en el aeropuerto de Bolonia cuando intentaba viajar a Siria. Salman Abedi, autor del atentado de Manchester Arena, estaba inserto en una célula terrorista, hecho que deja a un lado el mito del lobo solitario, y según The Guardian Abedi era conocido por los servicios de seguridad, pero no se le estaba investigando de forma activa ni se le consideraba una persona de alto riesgo al ser considerado una figura periférica. De Khalid Masood autor del atentado de Westminster, la propia Theresa May, informó en el Parlamento de que este estuvo hace años en el radar de los servicios de inteligencia británica por sus vínculos "extremistas" y era considerado figura secundaria.

De los más de 760 combatientes extranjeros en territorio Daesh procedentes del Reino Unido al menos 300 han vuelto. Se cree que el número de sujetos en el radar de los aparatos de seguridad británicos podría rondar los 3000 por no hablar del número de la militancia salafista que podría rondar los 25.000 dentro de una comunidad de referencia ya de por sí muy conservadora. Un ecosistema en el que deben de introducirse nuevos elementos.

Una elevada actividad imposible de ser monitorizada, luego parece razonable pensar que la política antiterrorista no puede basarse exclusivamente en labores de inteligencia policial pues la experiencia ha dejado claro que muchos de los sujetos actuantes estaban o habían sido investigados.

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Muslims Against Crusades, manifestación en 2011

El extremismo sea o no violento es intolerable y el Reino Unido, al igual que el resto de los países europeos, debe de poner freno a aquellas organizaciones que pretenden re islamizar a los suyos e islamizar al resto. Estos buscan la creación de comunidades excluyentes y sociedades polarizadas. Es necesaria la creación de una sociedad civil resiliente y para ello debemos partir del hecho innegable de que existe todo un ecosistema en el que prolifera el yihadismo y el extremismo. La actividad por parte de estos grupos lejos de ser clandestina ha tenido bastante publicidad. Dejando a un lado los movimientos y corrientes del estilo Tabligh, organizaciones y proyectos como Hizb ut Tharir UK, Islam UK, Sharia4UK y las ilegalizadas Al-Muhajiroun creada por Omar Bakri, Al Ghurabaa e IslamUK de Anjem Choudary, sus sucesoras The Saved Sect o ASWJ ( los seguidores de la sunna y la comunidad) fundada por el conversos Sulayman Keeler (antes Simón), el grupo iERA acrónimo de Islamic Education and Research Academy fundado por Abdur Raheem Green ( Anthony antes de su conversión), el MAC (Muslims Against Crusades) fundado por Abu Assadullah y apoyado por Anjem Chouday y el antiguo boxeador Anthony Small ( ahora Abdul Haq) han operado en suelo británico a pesar de estar sometidos al escrutinio policial. Tan pronto era ilegalizada una organización, otra era creada en el mismo instante. El ecosistema británico en el que se mueve el salafoyihadismo permite esas mutaciones. Un ecosistema en el que deben de introducirse nuevos elementos irruptores pues si bien los anteriores grupos y organizaciones denominados comúnmente “haters” son relativamente minoritarios se mueven dentro de una comunidad de referencia de carácter ultraconservador con una impronta mayor de lo deseable en una sociedad abierta.

El sistema judicial inglés debe seguir con su espíritu garantista, eso sí, en cuestiones procedimentales no en el fondo de la cuestión, pues el estado de derecho no puede amparar aun cuando no promuevan de manera abierta la violencia, prácticas religiosas de carácter extremista, máxime cuando ahonda en la polarización y la exclusión, el menosprecio de la mujer y la criminalización de otras confesiones y estilo de vida. Todo ecosistema posee elementos dinámicos y estáticos, factores que condicionan la proliferación de los primeros y sobre los que hay que trabajar.

El ecosistema yihadista británico