martes. 23.04.2024
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Podía ser el guión de una película pero no lo es. Se trata de una historia repetida en más de una ocasión, la del descubridor de un tesoro que paga con su vida el descubrimiento de restos con 1500 años de historia.  

La llegada a Toledo del caudillo bereber Tariq, recordamos, el 11 del XI del 711 inició una nueva era en la Historia de España. Una nueva religión y distinta cultura se añadieron a la que se practicaba en el reino visigodo. Se iniciaba al poco tiempo una guerra conocida como la Reconquista, inspirada en el “espíritu nacionalista” de los godos que perduró en tierras astures. Ocho siglos para conseguir de nuevo un país unido por una lengua, una religión y una cultura, entre las razzias y las tolerancias.

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Recorremos esas tierras habitadas por godos e hispanorromanos, dedicados al pastoreo, la ganadería y el cultivo de cereales. Despobladas por hallarse en frontera de dos religiones y culturas, no quieren echar al olvido sus orígenes de nación. Pese al tiempo, mantienen el orgullo de su pasado con un museo de 1500 años de historia en un pequeño pueblo llamado Arisgotas, y cada año transforman los restos de la iglesia visigoda San Pedro de la Mata en escenario para revivir esa época a la llegada de la primavera.  

En la Edad Media, en estos pueblos por donde pasaron las huestes del caudillo Tariq camino de Toledo, se había mezclado sin traumas en esos dos siglos la reducida población autóctona con las también reducidas tribus venidas del norte. Gracias a la escasa densidad de población de ayer, que hoy se mantiene, pudo efectuarse un reparto sin problemas de tierras entre ambas comunidades, pasando a establecerse los godos en pequeñas aldeas formadas por viviendas unifamiliares próximas a sus explotaciones agropecuarias. El peculiar modo de instalación de los godos en la Península, mediante pactos y repartimientos con los hispano-romanos, explica que no hubiera invasión, ni vencedores ni vencidos; godos e hispano-romanos coexistieron con sus diferencias, sin superponerse, hasta que paulatinamente fue verificándose la fusión entre ambos pueblos.

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Como ejemplo podíamos destacar la insigne figura de San Isidoro de Sevilla, arzobispo de Toledo, hijo de padre hispano-romano y de madre goda, figura señera de la naciente cultura hispano-goda. Autor de la primera obra enciclopédica en lengua latina (que más de un milenio después influiría en la Enciclopedia de la Ilustración), Las Etimologías, en su Historia Gothorum nos ha legado la interpretación del nuevo tiempo, la nueva realidad nacional hispánica a lo largo de la primera mitad del siglo VII. En el Laudes Hispaniae, el sabio “Doctor de las Españas”, dedica a su patria  alabanzas encomiásticas: “De cuantas tierras se extienden desde el Occidente hasta la India, tú eres la más hermosa, oh sagrada y feliz España, madre de príncipes y de pueblos. Con razón se te puede llamar reina de las provincias, pues iluminas no sólo el Océano sino también el Oriente. Tú, honor y ornato del mundo, la más ilustre porción de la tierra donde florece y recrea la gloriosa fecundidad del pueblo godo”. Los considera San Isidoro el primero de los pueblos de Europa por su habilidad guerrera y notables proezas, tanto diplomáticas como belicosas -sus famosas victorias- sobre Roma; hasta la invencible y conquistadora de todas las naciones se les sometió y tuvo que ceder ante sus triunfos: “la dueña de todos los pueblos se les hizo su sierva”. En los textos de su Historia Gothorum, escrita sobre el 630, describe el arzobispo a los godos como “gente de naturaleza pronta y activa, que confía en la fuerza de la conciencia; de tez blanca, cuerpo potente y altos de estatura”.

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RECREACION DE LA HISTORIA

Sus descendientes, milenio y medio después, con sus vestimenta y sus ritos, se reúnen cada año durante el mes de abril para rememorar esos orígenes. La Asociación cultural “Gothi Toletani”, en colaboración con el ayuntamiento de Orgaz y los vecinos de Arisgotas, transforman los ruinas visigodas de los yacimientos arqueológicos de “los Hitos” y “San Pedro de la Mata” en escenario para celebrar las Jornadas Visigodas. Programan diversas actividades, desde la recreación de un campamento visigodo, hasta talleres educativos, mercados de artesanía medieval, conciertos de música antigua y folclore, a visitas teatralizadas a los yacimientos y guiadas al Museo de la Cultura Visigoda. Y por supuesto, muestran la riqueza natural de la zona y sus principales monumentos, como la original torre circular de Arisgotas, erguida sobre los tejados, que, se supone, en tiempos formara parte de la torre de vigilancia de un perdido castillo. En los muros del exterior de la iglesia se reparten acá y allá lápidas con relieves visigodos. Dentro de la iglesia, hay que mencionar su pila bautismal rescatada del yacimiento del desaparecido monasterio de los Hitos, y en la capilla de la Virgen de la Candelaria, su hermoso artesonado descubierto hace poco, y que, como tanta maravilla de este país, abandonado y olvidado, servía de palomar.

El Museo, pequeño pero completo y acogedor, cuenta con varias salas de exposición, la mayoría con los objetos procedentes de las ruinas de San Pedro de la Mata y Los Hitos. La sala principal está presidida por una amplia y detallada maqueta donde se puede observar a vista de pájaro la comarca, sus poblaciones, y las rutas que componen el recorrido por una época importante de nuestra historia. 

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“También tenemos un recorrido virtual y un amplio reportaje explicativo de cada cosa -me advierte orgullosa Juana, la alcaldesa-, que para los grupos de los colegios les viene muy bien cuando estudian esta época. Y no cobramos nada, es más, en las jornadas visigodas estos pueblos se llenan de gente. Vienen de muchas partes, y parece que estas aldeas revivieran... Nos hacen olvidar la monotonía y la soledad de todo el año”. Y mientras me entrega un folleto donde detallan los recorridos, copia del panel que se encuentra a la entrada del pueblo, junto al indicativo del lugar, me cuenta la historia trágica del museo.

UN TESORO REGADO CON SANGRE 

El Museo está dedicado (y así consta en una placa a la misma entrada) a don Simón Martín Hervás, que descubrió las piedras en su finca, y por ellas murió. Y me llevó al cementerio donde yace, al pie de cuya lápida han colocado dos relieves en forma de corona, como dos gigantescas monedas o pequeñas ruedas, con más de 1500 años, toda una simbología de inmortalidad y agradecimiento.

“Este hombre, arando una finca de su propiedad de unas 4 fanegas (2 Ha, más o menos), descubrió que había enterradas muchas piedras con labores y dibujos muy bonitos -me contó la señora Juana-.Y cada día, a medida que iba desenterrándolas, las cargaba en las angarillas y se las traía a su casa. Unas las aprovechaba y otras las dejaba como adorno, de la chimenea, del corral, a la entrada. Y así se empezó a hablar de las “piedras bonitas”, sin saber qué podían representar, y dándoles el único valor de piedras para construir; la prueba es que están repartidas en muchos muros y en las casas. Hasta que pasó por aquí un entendido y dijo que eran piedras históricas, de los visigodos. Y se empezó a excavar donde las había encontrado, allá por el año 70. Este vecino de Arisgotas era aficionado a la caza, y en una de sus cargas, la mula se espantó. Para evitar que se le cayeran las piedras quiso sujetar las angarillas donde llevaba la carga y la escopeta, que se le disparó hiriéndole en un hombro. Murió al poco tiempo de gangrena. El ayuntamiento compró esa finca para proteger el yacimiento, e instó a los vecinos a que juntaran las que tuvieran, y así, poco a poco, hemos ido haciendo el museo”.  

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A los restos de Arisgotas se ha añadido, como parte de la ruta ecológica e histórica, a pocos kilómetros, el yacimiento de San Pedro de la Mata, monasterio visigodo en el término municipal de Casalgordo. Su maqueta y reconstrucción se puede contemplar con detalle en el museo (y en las fotos del autor del texto que acompañan este reportaje).

Hoy como ayer, la despoblación del lugar es patente, y hoy como ayer, la actividad económica se  sustenta, aunque de mala manera, en la agricultura, como lo fuera en tiempos remotos. Pero sigue la vida. Una vida callada, tranquila y atareada, donde el tiempo lo marcan, como siempre ha sido, el paso de las vacas y el tañido de las campanas.

El reino Visigodo: Historia trágica de un museo