jueves. 28.03.2024
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Los nacionalismos determinan un enemigo exterior y un programa de expansión exterior. El colonialismo imperialista europeo sería una clara conclusión de este factor, con repercusiones mundiales de largo alcance temporal

@Montagut5 | Los Estados del siglo XIX generaron un conjunto de medios para vertebrar el territorio y la sociedad, con el fin de generar una conciencia nacional homogénea frente a las diversidades internas, con mayor o menor éxito, en función de su poder y de las resistencias de algunos territorios. Francia podría ponerse como ejemplo acabado en Europa occidental frente a otros países, como Italia y España donde el Estado, por sus carencias económicas, fue más débil, además de la pujanza, en el caso español, del territorio catalán que, al final de siglo, comenzó a cuestionar con fuerza la centralización y la homogeneización, construyendo un nacionalismo distinto en busca de su articulación política.

La creación de los Estados liberales obligó a uniformizar la administración, eliminando las excepciones y los estatutos especiales propios, así como, las singularidades del Antiguo Régimen, tanto en lo referente a las personas como a las corporaciones y lugares o enclaves. Esto se derivaba del principio de igualdad ante la ley del liberalismo. Al mismo tiempo se generó una nueva clase funcionarial que contribuyó a la homogeneización descrita, potenciando las relaciones entre el centro o capital y los territorios periféricos. Fundamentales fueron las figuras de los jefes políticos o gobernadores al frente de las provincias, unidades territoriales que anularon definitivamente los antiguos reinos y señoríos territoriales y/o jurisdiccionales. Esta uniformidad no pudo ser completa siempre, como lo demostraría el caso institucional de vascos o navarros, por ejemplo, en España.

Las fuerzas armadas tuvieron un papel fundamental en el nacionalismo del nuevo Estado, ya fuera en la cuestión de la vertebración territorial, ya en el campo de la conciencia nacional. Los ejércitos experimentaron profundos cambios en la era liberal. Se pasó de cuerpos de voluntarios o mercenarios a la generación de ejércitos nacionales. Las Constituciones reconocieron el derecho y la obligación de defender la patria. El ejército se convirtió en el garante de la libertad nacional pero, además, era un factor de homogeneización, ya que se integraba reclutas de todos los lugares del territorio, aunque no tanto en el plano social porque en algunos países, como España, los hijos de las clases dominantes pudieron librarse del servicio militar. La necesidad de un enemigo exterior convirtió, además, al ejército en un puntal del Estado nacional. Por otro lado, en Estados con dificultades, derivadas de las resistencias del Antiguo Régimen (carlismo español), el ejército adquirió un gran protagonismo en la dirección de los asuntos públicos a través de sus principales oficiales (Espartero, Narváez…).

La policía en el siglo XIX encuadraba un grupo diverso de cuerpos, tanto en el mundo rural como en las pujantes ciudades. Tenemos que tener en cuenta que estos cuerpos velaban por la seguridad, eran garantes del nuevo orden liberal de protección de la propiedad, derecho sagrado para la burguesía hegemónica, y llevaban la presencia del Estado hasta el último rincón rural perdido, algo que no pudieron realizar ni las más poderosas monarquías absolutas. En este sentido, paradigmática fue la Guardia Civil española, con su evidente componente militar.

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El sistema educativo fue de uno de los medios más eficaces para la consolidación de la conciencia nacional. En los Estados europeos se implantaron sistemas educativos y planes homogéneos, con el fin de proporcionar a las sucesivas generaciones una base cultural común, un sistema de referencia histórico y el aprendizaje de una misma lengua, la oficial, frente a otras que existieran en algunos territorios. En España el proceso culminó con la denominada Ley Moyano, la legislación educativa que más tiempo a estado en vigor en nuestro país.

Los Estados más fuertes construyeron imperios inmensos, pero todos los países occidentales lo intentaron. En este sentido tenemos que encuadrar el interés español en el Rif marroquí

El Estado nacional se fue consolidando gracias a un sistema de elementos que servían de identificadores del mismo. Esos identificadores fomentaron la identidad nacional y proyectaron la misma hacia el exterior. Los símbolos son los que proyectarían una imagen de la colectividad y serían reconocibles por todos sus componentes y por los que no pertenecían a la misma o se sentían ajenos a esa comunidad o colectividad: bandera, himno, y escudo. Por otro lado, estarían los denominados identificadores rituales que buscaban la socialización de la identidad colectiva: celebraciones culturales, sociales, festivas o deportivas, especialmente a partir del cambio de siglo. Por fin, los identificadores míticos serían los elementos fundamentales que permitirían la proyección intemporal de la nación. Se buscaron referentes en el pasado sobre el origen o la persistencia de la identidad nacional. A estos elementos estarían vinculadas la interpretación histórica, la exaltación de ciertas figuras que se convertirían en pioneros de la patria, la erección de monumentos, la celebración de acontecimientos, y la implantación en los programas de enseñanza de un sistema de referencias históricas comunes. La Historia, y el Arte oficial se pusieron al servicio del nuevo Estado. La pintura de Historia es un ejemplo evidente. La proyección hacia el pasado sobre la supuesta antigüedad de la nación propia es un fenómeno que nace en esta época y demostraría una vigencia en el momento actual evidente, a pesar de los esfuerzos de la historiografía seria en desmontar las “mitologías patrias”. Los casos en España son evidentes: Numancia, Viriato, Don Pelayo, el concepto de Reconquista, los Reyes Católicos, etc.

Los nacionalismos determinan un enemigo exterior y un programa de expansión exterior. El colonialismo imperialista europeo sería una clara conclusión de este factor, con repercusiones mundiales de largo alcance temporal. Los Estados más fuertes construyeron imperios inmensos, pero todos los países occidentales lo intentaron. En este sentido tenemos que encuadrar el interés español en el Rif marroquí.

Con el triunfo de la burguesía en la Revolución Liberal se identificó el Estado con la nación. Una de las bases de los Estados nacionales fue la creación y consolidación de una economía nacional, identificada con los límites territoriales de dicho Estado. Para construir dicha economía había que integrar los mercados regionales, acabar con aduanas interiores, y homogeneizar monedas y medidas. Es el momento de la apliación, no sin dificultades, del sistema métrico nacional. La economía nacional tenía que protegerse de otras economías, implantándose una tendencia claramente proteccionista a medida que avanzaba el siglo XIX, frente a la filosofía librecambista que, en realidad, solamente defendía Gran Bretaña, por razones obvias de ventaja económica al hacer antes la Revolución Industrial. La creación de una economía nacional debió mucho a los medios que proporcionó la revolución técnica de los transportes y de las comunicaciones de la época. El establecimiento de la red de comunicaciones potenció la cohesión, pero también visiones centralistas del Estado. El caso español es, en este sentido, paradigmático.

¿De qué instrumentos se valió el nacionalismo en el siglo XIX?