jueves. 28.03.2024
jfk

Magnicidio, década prodigiosa, icono… Palabras que le vienen a uno de repente cuando sale a relucir JFK, que podría cumplir en mayo 100 años de no haber sido asesinado delante de tanta gente hace ya 53 años, va para 54. Kennedy no es sólo Kennedy porque la relevancia de su prolífica familia no permite que ese insigne apellido estadounidense de origen irlandés sea propiedad de John, de John Fitzgerald Kennedy, sobre quien el historiador Francisco Martínez Hoyos ha escrito una biografía que se va a convertir en una ineludible jfk1referencia, que es además una brillante síntesis que lejos de apabullar explica y hace comprensible la biografía de una de las personalidades más importantes, más famosas también (hay quien dice que sobre todo eso, famosas), del siglo XX.

John Fitzgerald era descendiente de un emigrante irlandés, Patrick Kennedy, que había llegado a Boston a mediados del siglo XIX pero no lo había hecho impelido por la pobreza. El hijo de Patrick, Patrick Joseph, tabernero, entra en política de la mano del Partido demócrata y llega a senador del estado de Massachusetts. Y el hijo de Patrick Joseph fue Joseph Patrick, el padre de JFK, quien, dedicado a las finanzas, llegará a ser embajador en Gran Bretaña durante la presidencia del demócrata Franklin Delano Roosevelt, exactamente entre los años 1938 y 1940.

Segundo de los hijos de Joseph Patrick y de Rose Fitzgerald (hija de John Francis Fitzgerald, el primer católico irlandés nacido ya en Estados Unidos que resultara elegido alcalde de la ciudad de Boston), a John Fitzgerald, que nació el 29 de mayo de 1917 en la localidad de Brookline, perteneciente al condado de Norfolk, en el estado de Massachusetts, le pusieron Fitzgerald por el apellido de soltera de su madre que, como buena estadounidense, perdería al contraer nupcias. El hermano mayor de JFK, llamado como su padre, Joseph Patrick, moriría en el año 44 combatiendo durante la Segunda Guerra Mundial, lo que le valió ser reconocido como un héroe. Algo que el propio JFK conseguirá… sin perder la vida.

A nuestro hombre le llamaban habitualmente sus conocidos Jack, así que ya tenemos John, John Fitzgerald, Jack… Y JFK. Y para el libro de Francisco Martínez Hoyos que le publica Sílex ediciones, Kennedy a secas. John Fitzgerald Kennedy, el más destaco miembro del “clan Kennedy, ese sucedáneo de monarquía norteamericana”, a decir de Martínez Hoyos.

jf2

Jack se graduó cum laude en Relaciones Internacionales por la Universidad de Harvard en 1940, llegando a publicar una ampliación de su tesis universitaria dedicada al estudio de la política de apaciguamiento británica frente a la escalada bélica del Gobierno nazi alemán que causó la Segunda Guerra Mundial, donde él mismo participaría, en la campaña del Pacífico, como oficial de la Armada y obtuvo el reconocimiento de héroe nacional, como su hermano mayor muerto.

Kennedy de pro, JFK perteneció pronto al Partido Demócrata, y su carrera política obtuvo su primer éxito cuando en 1946 logró ser elegido miembro de la Cámara de Representantes, la cámara baja del Congreso de Estados Unidos, y consiguió dar el salto a la cámara alta, el Senado, seis años más tarde.

Y se casó con Jackie el 12 de septiembre de 1953 por el rito católico, pues católicos eran ambos. Jackie es el nombre por el que pasó a ser conocida su esposa, Jacqueline Lee Bouvier, doce años más joven que él, graduada universitaria en Literatura Francesa e hija del corredor de bolsa de Wall Street John Vernou Bouvier jfk4III y Janet Norton Lee, con la que tendrá dos hijos, Caroline (nacida en 1957) y John (nacido en 1960). Se habían conocido un año antes cuando Jack preparaba su elección senatorial.

Su columna vertebral le dio tantos problemas a lo largo de su vida que en los años siguientes a su boda estuvo convaleciente tras una operación quirúrgica e incluso llegó a recibir el sacramento premortuorio de la extremaunción por primera vez (lo recibiría en tres ocasiones más), y aprovechó aquella relegación de su ya intensa vida civil para escribir un libro que recogía las biografías de ocho senadores estadounidenses que habían puesto en serio peligro sus carreras políticas para defender causas impopulares, gracias al cual logró el Premio Pulitzer al mejor libro de biografías en el año 57: Perfiles de coraje (Profiles in Courage) apareció en 1955 y dos de sus protagonistas son John Quincy Adams (sexto presidente de los Estados Unidos, entre 1825 y 1829) y Sam Houston (primer presidente de la República de Texas que acabó por integrase en la federación).

John F. Kennedy intentó sin éxito lograr la nominación vicepresidencial en la lista demócrata encabezada por segunda ocasión, de nuevo infructuosamente, por Adlai E. Stevenson en 1956, de resultas de lo cual decidió comenzar a planear su propia presentación a la elección presidencial siguiente, la de 1960, para lo cual se hizo con el liderazgo del ala liberal del Partido Demócrata y se rodeó de un grupo de jóvenes políticos de un talento tan encantadoramente sugerente como era ya el suyo, con un director de campaña muy especial, su hermano Robert Francis, más conocido como Bobby, Bobby Kennedy, el séptimo de los hijos de Joseph Patrick y Rose Fitzgerald, el tercero de los varones, nacido en noviembre del año 25.

En aquel año 60 primero consiguió la nominación demócrata y, junto al senador de Texas, Lyndon B. Johnson, como vicepresidenciable, se fajó en las elecciones presidenciales con el candidato republicano, Richard Nixon, a quien derrotó, si bien con un reducido margen de 113.000 votos, y además sin disponer más que de una minúscula mayoría demócrata en el Congreso.

Mi amigo el historiador Martínez Hoyos, en ese singular y muy meditado libro suyo de reciente aparición cuanta una jugosa anécdota de aquella campaña, que muestra la deslumbrante simpatía de la que habitualmente hará gala J. F. Kennedy: cuando un periodista preguntó a ambos, a él y a Nixon, sobre la vulgaridad del lenguaje del ex presidente Harry S Truman, el republicano usó “graves palabras sobre la responsabilidad de un mandatario, encarnación de las virtudes nacionales”, mientras que nuestro hombre “sólo dijo una cosa: ‘la única que podía mejorar el vocabulario de Truman es su señora’. No es necesario precisar quién se ganó las simpatías de un público que rio la ocurrencia”.

Estamos en 1960, Jack, que acaba de demostrar que no es un producto de marketing, ni un niño bien al que su papi le iba a pagar y a regalar la presidencia, es el presidente más joven de la República y el primero católico de la historia de Estados Unidos. ¿Idealismo juvenil el suyo? Con 43 años es dudoso hablar de juventud, aunque no tanto si entendemos que la juventud tal y como la entendemos hoy es un invento de aquella década prodigiosa, precisamente, aquella década que tiene a JFK como un referente ideal al que ya muchos han puesto en su sitio, o están en ello, como Martínez Hoyos, quien dice de él:

“John F. Kennedy no hubiera sido John F. Kennedy sin su instinto de seductor, capaz de lograr que las personas más inteligentes cayeran bajo su hechizo.”

Comencemos mal, en el peor escenario posible, el del mundo a punto de estallar. Literalmente. Vamos a Cuba. El Gobierno anterior, el del presidente republicano Dwight D. Eisenhower, le dejó un regalo envenenado: un plan secreto para derrocar al régimen de Fidel Castro, que JFK aprobó y que consistía en la invasión de la isla caribeña llevada a cabo por exiliados cubanos respaldados por agencias gubernamentales estadounidenses. El fracaso del desembarco de bahía de Cochinos en abril de su primer año gubernamental, 1961, caló hondo al parecer en el ánimo de Jack, que se entrevistará por vez primera muy pronto con el enemigo de la Guera Fría, con el máximo dirigente de la potencia comunista que era la némesis del mundo occidental capitaneado por los estadounidenses: acudió en junio a Viena para reunirse con el líder soviético Nikita S. Jruschov y ponerse de acuerdo con él respecto de lo que estaba pasando por aquel entonces en la asiática Laos; poco antes de que en agosto la construcción del Muro de Berlín en la Alemania sometida a la influencia comunista de la URSS aconsejara a JFK que enviara en respuesta tropas para permitir los derechos de acceso a los ciudadanos del Berlín libre.

Más sobre el sentido del humor de Jack, más sobre su elegante modernidad. Leo a Francisco Martínez Hoyos:

“Fue durante su viaje a París [de mayo y junio de 1961], para entrevistarse con el general De Gaulle cuando hizo su comentario más celebrado sobre la primera dama. La visita arrojó escasos réditos políticos pero fue un triunfo absoluto en términos de imagen, sobre todo porque el presidente norteamericano se presentó con una mujer que deslumbró a propios y extraños con su belleza, su glamur y su cultura. Kennedy reconoció sus méritos al presentarse a sí mismo como el hombre que había acompañado a Jackie a París.”

En agosto de ese año 61 se reúne en la ciudad uruguaya de Punta del Este el Consejo Interamericano Económico y Social, para aprobar, sin el consentimiento de la Cuba ya castrista, la creación de la Alianza para el Progreso, propuesta meses antes por JFK, con el objeto de incrementar o establecer la cooperación entre los países firmantes, los miembros de la Organización de Estados Americanos (OEA), bajo un paradigma democrático que permitiera facilitar la redistribución de la riqueza: todo desde un compromiso de bombeo de recursos desde la poderosa potencia americana, por supuesto.

jf

La Guerra Fría, acabamos de ver cómo se construía el Muro por antonomasia de aquellos tiempos, estaba en su apogeo, como muestra la crisis cubana de los misiles del año 62. Recuerda, cuando aquello de que el mundo está a punto de estallar. ¿Se están construyendo en Cuba misiles nucleares soviéticos? Ese es el rumor que empieza a circular en el entorno de Kennedy en el verano de aquel año 1962. Y sí, estaba ocurriendo: en el mes de octubre, un reconocimiento aéreo confirma la instalación en la isla misiles de alcance medio y la carrera hacia el abismo comienza cuando el día 22 JFK amenaza con establecer un bloqueo naval para evitar la llegada del material soviético que les diera a los misiles su definitiva utilidad, y exige a los rusos desmantelar todas las bases que tenga en la isla. Comienzan los contactos diplomáticos entre Jruschov y J. F. Kennedy, pero el tiempo pasa con la morosidad que sabe gastarse cuando lo peor parece irremediable: el día 28, el líder de la URSS se pliega a los requerimientos de su homónimo occidental norteamericano, y Kennedy hace cesar de inmediato el bloqueo: Estados Unidos no invadirá la Cuba de Castro. El mundo respira tranquilo. De momento, ya sabemos.

El Gobierno de JFK, en el que se incluía a su hermano Bobby, RFK, como fiscal general y que no disponía de una clara mayoría demócrata en el Congreso estadounidense, tuvo éxitos destacables como el impulso que pudo dar a la carrera espacial, o a la integración de la población negra en las universidades de los estados sudistas, llegando a amenazar con el envío de soldados de no cumplirse las poco atendidas leyes antirracistas (algo que cumplió, aunque procurando, en lo posible, no herir las susceptibilidades del Sur).

Jack era, y sigo aquí lo que nos cuenta Martínez Hoyos de él, “un hombre de un pragmatismo notable que, sin duda, habría suscrito el consejo de Michael Corleone a su sobrino Vincent en El Padrino III:

“No odies a tus enemigos. Te impide juzgarles.”

1963 es el año. El año en que JFK es asesinado. En el mes de junio, el mes en el que las dos superpotencias establecen el denominado teléfono rojo entre Moscú y Washington para facilitar la comunicación inmediata llegado el momento de que lo fatal estuviera más cerca de existir que lo probable, el encanto personal desbordante que tan bien ha sabido crear, y que tan bien cuida Kennedy, se hace con los alemanes occidentales cuando visita la zona occidental de la dividida y tan guerrafría ciudad de Berlín, donde se dice de sí mismo ser berlinés y defiende el apoyo de su gabinete, de su país, a la República Federal de Alemania. Una Guerra Fría que ve cómo en agosto de ese año Jack firmaba, como lo harán otros 112 máximos dirigentes de otros tantos estados, incluida la URSS, el Tratado de Prohibición (Parcial) de Pruebas Nucleares. Una Guerra Fría que camina hacia uno de sus más problemáticos y famosos atolladeros, en la lejana Asia, cuando tiene lugar el empeoramiento de la situación en Vietnam del Sur, aquel lugar del Sureste asiático al que Estados Unidos, al que JFK, manda miles de soldados (17.000, que no son ni pocos ni muchos) para hacer prevalecer sus intereses en aquellas tierras, ayudando a un régimen inestable enfrentado a lo que ya es una insurrección comunista en toda regla. Y comunista es mucha palabra para un estadounidense de entonces, que conste.

En el otoño de aquel año 63, Jack viaja a través de buena parte de Estados Unidos como medio de promocionar su reelección presidencial, y uno de los estandartes de su campaña es defender y ensalzar sus éxitos en la mejora de relaciones con la URSS que supondrá alejar la amenaza comunista y la de una posible destrucción de la Tierra. 22 de noviembre, él y Jackie están en la ciudad texana de Dallas, subidos a un automóvil descapotable y saludando a la multitud que les acoge con entusiasmo. Varios disparos impactan en la cabeza y en el cuello de JFK. Es un magnicidio. Medio mundo se preguntará desde entonces, durante décadas, “¿qué hacías tú cuando mataron a Kennedy?”

Desde septiembre de 1964, oficialmente, se sabe que el asesino de Kennedy fue el ex soldado estadounidense Lee Harvey Oswald, muerto dos días después de dispararle, a su vez, por el propietario de un club nocturno de Dallas, Jack Ruby, mientras era conducido a la prisión del condado.

Detengo ahí lo que sobre la vida de JFK. Lo demás, lo que llegó después de su muerte, son investigaciones judiciales, novelas, películas y la imaginación de varias generaciones embebidas en lo que llamo el síndrome del asesinato de Kennedy.

“La política no es retórica sino contenido, pero ningún contenido puede triunfar sin retórica.” Así habla Martínez Hoyos de este Kennedy que retrata en su nuevo libro, de cuya muerte en directo dice que “supuso, inevitablemente, el nacimiento del culto a la leyenda”.

Y así cierro este recorrido por la biografía del político asesinado más famoso del siglo XX, no sin antes citar las novelas que Martínez Hoyos recomienda leer con JFK como protagonista: Un adúltero americano, de Jed Mercurio (quien “disecciona con una precisión quirúrgica su comportamiento de hombre infiel, mostrando cómo en la misma persona pueden coexistir el macho insaciable, cruel incluso cuando se cansa de una de sus compañeras sexuales, y el modélico cabeza de familia”); Blonde, de Joyce Carol Oates (donde se muestra la supuesta relación de Jack con Marilyn Monroe); Los inmortales, de Michael Korda (donde Marilyn, otra vez la Monroe, dice de JFK que es un chiquillo que “ansía con desespero que le quieran, pero no puede pedirlo, ni tampoco sabe cómo demostrarlo, porque se le ha enseñado a desdeñar la debilidad”); Libra, de Don Delillo (que inventa y novela el asesinato de nuestro hombre); América, de James Ellroy (donde podemos leer: “la auténtica Trinidad de Camelot era ésta: Dar Buena Imagen, Patear Culos y Echar Polvos. Jack Kennedy fue el testaferro mitológico de una página particularmente jugosa de nuestra historia”); Oswald, un misterio americano, de Norman Mailer (quien profundiza en el asesinato de JFK en una novela de no ficción, “con el saludable escepticismo del que sabe que una misma evidencia puede sustentar teorías opuestas”, donde Lee Harvey Oswald es el auténtico protagonista); Yo maté a Kennedy, de Manuel Vázquez Montalbán (una de Pepe Carvalho que “mezcla el género negro con la fantasía desaforada”); y, por último, La suave superficie de la culata, de Antonio Manzanera (donde se “apunta a la mafia como artífice del magnicidio”).

JFK lleva cien años sobre la faz de la Tierra