jueves. 28.03.2024
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@Montagut5 | A lo largo de los siglos de dominación otomana sobre los árabes se dieron muchísimos episodios de contestación a la misma, especialmente a través de las revueltas, que terminaban sofocadas por Estambul. Cuando el Imperio otomano entró en crisis en el siglo XIX y Occidente comenzó a hacerse con territorios en el Magreb, como ejemplificaría la ocupación francesa de Túnez en 1881, la italiana en Libia en 1912, sin olvidar la pionera ocupación británica de Adén en 1839, el deseo de rebelarse se acrecentó de forma evidente. En este sentido, conviene aludir al caso especial de Egipto donde en la práctica no existía la autoridad otomana, a pesar de la autoridad nominal del sultán. Egipto se convirtió en un modelo, por su independencia de hecho. La construcción del Canal de Suez en 1872, que fuera un país con partidos políticos, con una opinión pública formada gracias a una activa prensa, y el mejor sistema educativo árabe eran vistos con admiración por muchos árabes. Pero Egipto también ejemplificó la otra cara de la lucha por la independencia, la que tenía que ver con la intensa intervención occidental en la zona, especialmente de Francia y Gran Bretaña, dos potencias muy interesadas en el mundo árabe por distintos motivos coloniales, económicos y de estrategia internacional. En 1882 fracasaba la Revolución de Orabi y se abrió la puerta a la penetración británica en Egipto. En 1904, Londres y París firmaban el reparto del Norte de África: Egipto y el Canal de Suez para el Reino Unido y Francia se encargaría del Magreb. Los árabes comenzaron a ser conscientes que tenían que relacionarse y pactar con estos dos países a la hora de luchar por la independencia del poder otomano.

Había otras zonas árabes que vivían muy al margen de lo que disponía Estambul: el interior y las costas occidentales de Arabia y el Yemen. En el interior de Arabia ejercían el poder los saudíes dentro de la versión wahabí del Islam, muy rigurosa y contraria tanto al poder turco como al occidental. Los saudíes se hicieron con La Meca en 1803 y con Medina en 1812, pero posteriormente fueron frenados. A finales del siglo XIX y principios del XX deseaban recuperar lo perdido aprovechando el declive evidente del poder otomano. Los saudíes acusaban al sultán de impiedad porque no podía mantener la independencia del Islam.

La respuesta del poder turco al aumento de los problemas de su vasto Imperio, tanto en la Europa de los Balcanes, como en el mundo árabe, fue intentar plantear reformas administrativas y territoriales de signo liberal para frenar los impulsos disgregadores. En el período conocido como Tanzimat (“regulación y organización” en turco), entre 1839 y 1876, se profundizaron las reformas pero los turcos-otomanos tuvieron serios problemas para controlar las provincias más lejanas, especialmente en los Balcanes. En el caso de los territorios árabes se decidió eliminar a los jenízaros, que habían ejercido el control militar y político sobre aquellos, y que habían generado no pocos problemas, debido a sus abusos que, además, perjudicaban a la propia administración otomana, especialmente en materias fiscal y judicial. En 1864 se aprobó la Ley de los Vilayatos, creándose unas unidades administrativas, los vilayatos, que permitían cierta autonomía. Vilayatos hubo en Alepo, Beirut, Siria, Bagdan, Mosul, Basora, Trípoli Occidental, el Hiyaz y Yemen. Otros territorios árabes eran administrados directamente por el gobierno en Estambul: Jerusalén, Monte Líbano, una zona en el Eufrates y Bengazi.

En 1876, la presión de la oposición política provocó la promulgación de la primera Constitución de la historia turca, que terminó con el absolutismo y convirtió al sultán en un monarca constitucional, pero estos cambios de signo liberal fueron combatidos por el sultán Abdul Hamid II, que intentó el restablecimiento del absolutismo, desarrollando una política despótica de mayor centralización y fuerte represión. En el norte de la península Arábiga y en Egipto comenzaron a surgir en el último tercio del siglo XIX movimientos nacionalistas árabes. Cuando se produjo la retirada de la Constitución en 1878 estalló el descontento de estos grupos en el Líbano, Irak, Siria y Palestina. Veían que el grado de autonomía que habían conseguido con la modernización del sistema político turco con un parlamento se desvanecía y, por consiguiente, reaccionaron, como lo hacían los nacionalistas eslavos en los Balcanes.

Los contrarios al renovado absolutismo turco se reunieron en París en 1902 y 1907 para pedir la abdicación del sultán. En 1905 se publicó El Despertar de la Nación Árabe de Naguib Azuri. Este movimiento nacionalista era de naturaleza liberal y laica, con vuelta al sistema constitucional, descentralización, e igualdad ante la ley sin que se tuviera en cuenta la confesión religiosa de los ciudadanos.

El sultán recibía, además de la presión de estos nacionalistas laicos, la de las potencias occidentales, deseosas de sacar beneficios económicos. Ante esta situación se optó por la baza islámica  y por el acercamiento a Alemania para frenar a los nacionalistas y a franceses y británicos. También se intentó atraer a algunos jefes y élites árabes, concediéndoles privilegios económicos y poder político. Estambul decidió construir dos líneas de ferrocarril, como manifestación de la política islámica emprendida. La primera llegaría hasta los lugares de peregrinación musulmana y otra hasta el Golfo Pérsico. Los nacionalistas laicos reaccionaron acercándose a cristianos y judíos, además de insistir que los lugares santos eran responsabilidad exclusiva de los árabes.

Los inicios del nacionalismo árabe