jueves. 28.03.2024
portocarrero

@Montagut5 | Luis Manuel Fernández Portocarrero Bocanegra y Guzmán murió en Toledo el 14 de septiembre de 1709. Este cardenal y arzobispo de Toledo, inmortalizado por Carreño de Miranda, muy poco conocido del público en general, fue un personaje clave en un momento intenso de crisis política en la Monarquía Hispánica en el reinado de Carlos II. Recordamos su importancia histórica en este trabajo.

Portocarrero nació en Palma del Río en 1635, siendo segundo hijo del conde de Palma del Río, Luis Andrés Fernández Portocarrero, y de Leonor de Guzmán, de la familia de los marqueses de Algaba. Al no ser el primogénito y, por lo tanto sin tener derecho al disfrute del mayorazgo, se decidió por la carrera eclesiástica, algo muy común en el Antiguo Régimen. Estudió en Toledo y se ordenó sacerdote. Su carrera eclesiástica se encumbró cuando en 1669 fue elevado al cardenalato por Clemente IX. También sería elegido arzobispo de Toledo.

Nuestro protagonista estuvo inmerso en los conflictos en la corte madrileña entre la reina madre Mariana de Austria y el infante don Juan José de Austria en la minoría del rey Carlos II. Portocarrero se enfrentó a la reina, y desde 1669 apoyó al infante.

En 1677 se le envió como virrey a Sicilia. Allí tuvo que enfrentarse a la sublevación de Mesina. Los sicilianos contaban, además, con el apoyo de Francia. Consiguió pacificar la isla, ayudándole la circunstancia de que los holandeses incendiaran la flota francesa. En 1678 fue enviado como embajador en Roma, un puesto muy importante en aquella época. Allí siguió combatiendo a la reina.

En 1679 regresó a Madrid y comenzó a tener un gran peso en el gobierno de la Monarquía como consejero de Estado. Portocarrero fue un protagonista fundamental en la larga crisis final del reinado de Carlos II, especialmente por la cuestión sucesoria, ya que, como es sabido, el rey no tuvo descendencia con ninguna de sus dos esposas. Portocarrero, consciente de la imposibilidad de que el monarca pudiera concebir un heredero para que siguiera reinando la Casa de Austria, comenzó a buscar una solución. En primer lugar, se decidió que José Fernando de Baviera, hijo del Elector de Baviera, fuera el sucesor. El Tratado de Partición de la Haya (1698) entre Francia e Inglaterra, establecía que el príncipe debía ser el heredero en España, pero sin Guipúzcoa, las colonias americanas, Cerdeña, territorios italianos y los Países Bajos, que debían asignarse al Delfín de Francia o al archiduque Carlos de Habsburgo. Esta noticia escandalizó en la corte madrileña porque se había hecho sin consentimiento de España y repartía el Imperio. El rey Carlos II nombró al príncipe niño bávaro como heredero de todos sus territorios. Pero José Fernando murió repentinamente. No tenía más que siete años. En las cortes europeas corrió el rumor de que había sido envenenado por orden del rey francés.

Portocarrero decidió que la mejor opción era la borbónica en la persona del duque de Anjou, el futuro Felipe V, nieto del rey Luis XIV, en vez de mantener el trono dentro de la dinastía Habsburgo en su rama vienesa, algo que, en principio, parecería lo normal, al ser miembro de la misma familia. Pero en Portocarrero y sus seguidores primó la potencia francesa para poder mantener la integridad del Imperio. El cardenal tuvo que luchar contra el otro bando, el partidario de los Austrias vieneses, capitaneados por el marqués de Oropesa.

El rey Carlos II nombraría en su testamento como heredero al príncipe francés que, además, era nieto de su hermanastra, la reina María Teresa de Austria, que se había casado con el rey Sol.

Portocarrero se hizo cargo del gobierno de la Monarquía desde los años finales de la vida del rey Carlos II. Felipe V le confirmó en el poder. El cardenal había conseguido, siguiendo las pautas clientelares propias del Antiguo Régimen, formar un clan de poder desde los años setenta que, primero había apoyado la causa de don Juan José de Austria, como hemos señalado, y que ahora pretendía plantar un programa reformista ante la crisis general y en línea con la solución francesa. Los problemas económicos eran de tal envergadura que el cardenal llamó al francés Orry para que planteara reformas importantes, lo que provocó tensiones evidentes en Madrid, especialmente entre los nobles y cortesanos que recelaban de un extranjero, sin olvidar que las élites comerciales periféricas prefirieron aliarse con los poderes económicos ingleses y holandeses. Este malestar en la corte hizo que el monarca decidiera apartar a Portocarrero del poder, ya que necesitaba todos los apoyos posibles en la guerra de Sucesión, y le ordenó que marchara a Toledo.

El cardenal se sintió humillado, habida cuenta del apoyo que había prestado a la causa del pretendiente Borbón en vida de Carlos II.  Decidió cambiar de bando y apoyó a los austracistas, partidarios de la causa del archiduque Carlos de Habsburgo. Cuando la ciudad fue tomada por las tropas borbónicas, volvió a jurar fidelidad a Felipe V. Pero el rey no le perdonó, por lo que le obligó a abandonar sus cargos políticos y pagar una multa. Portocarrero moriría en Toledo en 1709.

El cardenal Portocarrero