martes. 19.03.2024
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Una palabra viene a cuento ahora, España de cuando no había españoles, la palabra es Reconquista. Un concepto historiográfico cada vez más discutido que ha llegado a ser negado o repudiado por muchos historiadores, si bien, creo que además de tener un significado comprensible no es inconveniente su uso, siempre y cuando éste se establezca con un sentido no de proceso lineal y progresivo sino de corriente profunda que acaba por atar ocho siglos en los que se produjo sin lugar a dudas el intento no decidido y permanente pero sí evidente por parte de unos reinos de establecerse en el conjunto de la Península sin compartir sus tierras con quienes profesaban otra religión y sobre todo otra forma de explicarse y de entender el mundo conocido. Reconquista será aquí, España por hacer, un término con el que referirse a la actividad militar llevada a cabo, no de forma continua pero sí de un modo subyacente e implícito, por los entramados de organización política cristianos peninsulares, desde el mismísimo siglo VIII hasta el definitivo siglo XV, con la intención de recuperar de los musulmanes o al menos para arrebatar a los musulmanes, las tierras que ocupaban. No fue, eso no, una cruzada de larga duración, al menos hasta que en el siglo XI dieran comienzo las Cruzadas cristianomedievales por antonomasia, pero sí hubo una intención decidida por parte de los máximos dirigentes de las organizaciones políticas cristianas, los reyes sobre todo, claro, de considerarse a sí mismos los legítimos herederos del reino visigodo que habían hecho desaparecer los musulmanes con su invasión, de ahí que en los siglos XII y XIII los reyes castellanos y los reyes aragoneses se repartieran Al-Andalus antes de conquistarlo, como muestran por ejemplo los tratados de Tudillén, de 1151, Cazorla, de 1179, y Almizra, de 1244; y es muy importante constatar que esa reconquista iba acompañada de forma ineludible por la repoblación de lo ganado, de tal manera que, lo que se producía, te hablo a ti España que ya sonabas en muchos sitios con ese nombre, era el traslado de poblaciones desde el norte peninsular hasta el sur en el que empezaban a quedar reducidos los espacios de impronta andalusí y, de paso, la modificación de las condiciones económicas de ambas zonas de tal manera que la incorporación territorial a los reinos cristianos les permitió a éstos aumentar sus posibilidades de producción de bienes. Esto que llamamos con mejor o peor acierto Reconquista y sobre todo la consiguiente repoblación es a lo que se le da una significación prioritaria en la formación de la sociedad medieval cristiana en eso que serás, España, pues esa sociedad se modeló por medio de las campañas militares y de la colonización contigua.

El caso es que, llegados al siglo XI, aquel dominio territorial e incluso digamos mental de los andalusíes pareció comenzar a debilitarse y a tornar hacia el lado de los cristianos, y es que la fragmentación taifal de Al-Andalus permitió a los reinos expansionistas del norte plantear un decidido (pero no definitivo, ni mucho menos) avance reconquistador, conquistador en cualquier caso. Se dice, como ya hemos observado, que es ahora, sí, cuando en puridad, de existir tal cosa, comenzaba la Reconquista, la lucha por unas tierras de las que los reyes cristianos decían tener derechos provenientes del extinguido reino visigodo. Desde dos zonas peninsulares, la occidental y la oriental, los reyes y condes más poderosos avanzan de forma espectacular en el vientre del mundo andalusí: desde la una lo hará el rey de Castilla y León Alfonso VI, que, en el año 1085 arrebata la emblemática Toledo a los musulmanes, y desde la otra Pedro I de Aragón toma en aquellos años, en 1096 y en 1100, respectivamente, Huesca y Barbastro, en tanto que los condes de Barcelona se asientan definitivamente en Tarragona. Pero aquella conquista cristiana de Toledo atrajo a la Península a los almorávides, que eran miembros de una dinastía nacida en una confederación de tribus bereberes creadoras, entre 1055 y 1080, de un imperio musulmán en el norte de África, con capital en Marrakech, que incluiría durante décadas Al-Andalus. Varios reyes andalusíes pidieron ayuda al almorávide Yusuf ibn Tasfin, que invadió los reinos taifas de Granada (en cuya ciudad principal establecieron los almorávides su capital), Sevilla, Badajoz y Valencia, entre los años 1090 y 1102.

Detengámonos −aún inexistente España, aunque casi, o ya sí, según quiénes− en el siglo XII, cuando surgió de la unión del reino de Aragón y el condado de Barcelona lo que dará en ser llamado Corona de Aragón y Portugal se convertía en reino independiente y ya nunca, o casi, como veremos, será parte tuya España, y luego hagámoslo en el emblemático año de 1212, y, claro, a continuación vayámonos al siglo XIII. Comencemos en Portugal. ¿Sabes qué fue el condado Portucalense, más conocido como condado de Portugal? Retrocedamos hasta el año 1096, cuando se unían dos territorios, Portucale (Portus Cale, con centro en la ciudad de Oporto) y Coimbra (con capital en la ciudad homónima), concedidos por el rey castellano-leonés Alfonso VI, el de la conquista toledana, a su hija ilegítima Teresa y al esposo de ésta, el cruzado Enrique de Borgoña, para reforzar la defensa occidental peninsular contra el avance almorávide y acabar por convertirse en embrión del reino de Portugal, que nacería en 1139, cuando el hijo de Enrique y Teresa, Alfonso I Enríquez, se convirtiera en su primer soberano. Sigamos. Vayamos al centro y al oriente de la península Ibérica: Alfonso I de Aragón conquista Zaragoza en 1118 y tres décadas después el conde de Barcelona Ramón Berenguer IV termina de ocupar el valle del Ebro, en tanto que Alfonso VIII de Castilla se hace con Cuenca en 1177. Pero, entre tanto, en Al-Andalus, nuevamente iba a llegar el Séptimo de Caballería a frenar el avance cristiano sobre sus territorios. Esta vez, los rescatadores se llamaban almohades, otra dinastía bereber que venía asimismo de erigir un imperio en el norte de África. Los almohades respondían a un movimiento religioso reaccionario surgido entre tribus de la cordillera del Atlas en radical oposición a los ya de por sí rigoristas islámicos almorávides y en 1147 tomaron la capital Marrakech y la andalusí Sevilla, a la que convirtieron en la principal ciudad almohade en Al-Andalus. Y llegamos sí a 1212, cuando la más señera victoria cristiana permitió que el siglo XIII trajera significativas reconquistas de las tierras andalusíes. Verano de 1212, cerca del desfiladero de Despeñaperros, al pie de sierra Morena, en lo que hoy es la provincia de Jaén… Pero antes que nada, digamos cómo se llega hasta el, digámoslo ya, buque insignia de las victorias cristianas sobre los musulmanes en la península Ibérica: la batalla de las Navas de Tolosa. Frente al dominio almohade, los reinos cristianos no pueden oponer gran cosa, habida cuenta de las luchas que ellos mismos mantenían entre sí para fijarse unas fronteras entre sus territorios. Pero de esa misma competitividad cristiana surge una mayor necesidad de esas a las que algunos llamamos alafuerzaahorcan, ya que la beligerancia y agresividad almohade acabó por obrar el milagro: la decidida unión para librarles batalla a los norteafricanos dominadores del sur peninsular, que llegó a contar incluso con el papa Inocencio III que permitió que la Santa Sede diera carácter de cruzada a la guerra contra los almohades. Los reyes Pedro I de Aragón, Sancho VII de Navarra y Alfonso VIII de Castilla conseguirían en las Navas de Tolosa el hundimiento del Imperio almohade,  que Al-Andalus volviera a disgregarse, esta vez en los terceros reinos de taifas y que lo que hoy es Andalucía quedara si no a su merced sí convertida en el objeto de mayor deseo de las monarquías no musulmanas. Además, en ese siglo XIII −que es la centuria en la que Castilla y León serán ya un único reino y por tanto se produciría el nacimiento de lo que los historiadores llamamos Corona de Castilla−, Jaime I el Conquistador (esos eran sobrenombres de cronista, ¡qué diantres!) toma Mallorca y las otras Baleares, e incorpora a la Corona de Aragón el reino de Valencia, Fernando III añade a la Corona de Castilla el reino de Murcia y lo más prestigioso y rico del valle del Guadalquivir (conquista Córdoba en 1236 y Sevilla doce años más tarde) y su hijo Alfonso X completa el dominio de dicho valle (conquistando Cádiz en 1262). ¿Y si decimos algo del hasta ahora ignorado reino de Navarra? Pues digámoslo: Navarra, sin participación en la Reconquista, era desde 1234 gobernada por los reyes de la francesa Casa de Champaña y cincuenta años después por los de la Casa de Francia, de tal manera que cada vez dicho reino iba decantándose más y más hacia el poderoso reino del otro lado de los Pirineos. ¿Y qué ocurría en Al-Andalus? Que, tras las Navas de Tolosa, sólo subsistía el reino de Granada, gobernado por los sultanes de la dinastía Nazarí, tributarios de los reyes castellanos y los últimos soberanos que ejercerían el poder no ya sólo sobre aquella taifa granadina sino sobre las tierras que les quedaban a los musulmanes andalusíes.

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5.3 Tu Edad Media (segunda parte)