viernes. 26.04.2024
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Entremos en la Edad Media, aquellos siglos que comienzan en el mundo occidental al que perteneces, España, con la desaparición del poder de Roma en la quinta centuria, durante el largo tramo de tiempo en el que se producen la crisis de lo urbano, la agonía de la economía basada en la esclavitud, la expansión del cristianismo y las invasiones de pueblos nómadas que llegan desde Asia, cuando a lo que llamamos Antigüedad no le queda un hálito de vida.

Y si entramos en el medievo hispano, digamos que hablamos de la España visigoda, de la Hispania visigoda, a la que aquellos godos llamaron Spania cuando no usaban el latín y sí su propia lengua germana. En la segunda mitad del siglo VI, el rey visigodo Leovigildo puso fin a la existencia del reino suevo y afirmó la hegemonía de los suyos en la península Ibérica, aunque no sería hasta el reinado de Suintila en el que los godos del Este gobernarían ya sobre toda ella, al incorporar la franja costera que va desde Valencia hasta Cádiz, tras arrebatársela a los sucesores de Roma en el otro lado del Mediterráneo, el Imperio bizantino, a principios del siglo VI. El rey Recaredo abjuró del arrianismo, la religión de los visigodos, y aceptó el catolicismo a finales de esa misma centuria, y ya en el siglo VII el rey Recesvinto promulgó el Liber Iudiciorum, conocido más tarde asimismo como Fuero Juzgo, el código legislativo que suponía la unidad jurídica de tus tierras por aquel entonces y que hacía desparecer las diferencias jurídicas entre visigodos e hispanorromanos. La monarquía visigoda estuvo siempre delimitada por el carácter electivo de los reyes de Spania, sometidos a la extrema influencia que ejercían la Iglesia y los nobles. Y no debemos olvidar algo, que los visigodos eran muy pocos en unas tierras donde eran abrumadora mayoría sus pobladores antes de la llegada de los germanos. Llegamos a las postrimerías del siglo VII: la lucha por el poder se recrudece justo cuando los árabes islamizados se están expandiendo tanto que, en el año 711, ya en la octava centuria, se producirá la invasión de la península Ibérica por parte de musulmanes procedentes del norte de África que pondrá punto y final al dominio visigodo.

Pronto, muy pronto, los nuevos dominadores de tus territorios llamaron a las tierras peninsulares (y a lo que en un pequeño lapso de tiempo poseyeron en el sur de lo que hoy es tu vecina Francia) Al-Andalus, que no sabemos muy bien qué quiere decir, y conquistaron toda la Península, excepto las zonas montañosas cantábricas y pirenaicas (si bien habrían de pasar dos siglos hasta que se hicieron con las Baleares). Pocos eran aquellos musulmanes invasores, bereberes a las órdenes de los árabes expansionistas, que lograron sin mayor esfuerzo imponer su religión a los hispanorromanos y a los escasos visigodos que poblaban lo que dejará de llamarse Hispania.

Córdoba pasó enseguida a sustituir a la Toledo visigoda como capital de tus tierras de aquellos tiempos, España, y en ella se estableció un emirato dependiente de la Damasco de los califas Omeyas del islam hasta que, en el año 756, un miembro de aquella dinastía, que será conocido como Abd al-Rahman I, tras escapar a la matanza de su familia huyó de lo que entonces era Siria para llegarse hasta las tierras hoy andaluzas y proclamarse emir, independiente de los nuevos califas Abasíes, emirato cuyo fin llegó en el 929, cuando el emir Abd al-Rahman III, descendiente del primer emir, se proclamó califa, con lo que se instituyó uno de los mayores y espléndidos poderes de la Europa de aquella Alta Edad Media, el conocido como Califato de Córdoba, que perduró hasta que en los primeros años del siglo XI un mosaico de reinos de taifas (‘de facciones o bandos’ diríamos en castellano), que llegaron a ser hasta 39, pobló lo que quedaba del Al-Andalus al que, como te explicaré, los cristianos provenientes del norte reducían lentamente en extensión. De la destacada importancia de la cultura andalusí para lo que acabarás por ser, España, es buena prueba, a modo de ejemplo, por no hablar de la Gran Mezquita de Córdoba o de las traducciones árabes de los clásicos griegos que conservarán en Europa su memoria imperecedera de clásicos de la cultura occidental, la incorporación a la vida civil y a la contabilidad pública del sistema de numeración indio que sustituyó al muy insuficiente romano, en las postrimerías del siglo IX.

Y ahora, vayamos al norte tuyo, España de cuando no había España. Y retrocedamos de nuevo al siglo VIII. Zonas montañosas más poblaciones casi sin haber sido romanizadas más visigodos refugiados dan como resultado la aparición de tierras donde se resistirá a los afincados musulmanes. Tierras todas ellas en el área septentrional de la Península, y las primigenias de ellas las asturianas, y un año emblemático y un lugar de un poder simbólico más allá de la realidad y un nombre propio casi legendario aunque histórico: 722 el año, Covadonga el sitio y el noble visigodo Pelayo la persona. Surge en aquella octava centuria un reino, el de Asturias, que, proclamado heredero del periclitado visigodo, crecerá e incluso encontrará en el siglo IX un chollo de alcance mundial (entendida la palabra por el mundo conocido): el descubrimiento ¿inventado? en Galicia de los restos del apóstol Santiago habilitará la gran vía de peregrinación religiosa europea de los tiempos medievales, el Camino de Santiago, que permitirá vincular a este primigenio reino cristiano peninsular, y a los que vendrán después, con la Europa del momento. Otro año de referencia para este núcleo que pasa de ser de resistencia a serlo de convivencia-enfrentamiento con Al-Andalus: 900, que es cuando los pobladores del reino de Asturias llegan al río Duero mientras va surgiendo una sociedad donde comienzan a proliferar los campesinos no sometidos a la nobleza, los campesinos libres, poco antes de que surja como sucesor del reino astur el reino de León, en el que a comienzos de ese siglo X, donde se está gestando la lengua romance castellana, surge el condado de Castilla, padre del reino de Castilla que habrá de erigirse a mediados de la siguiente centuria desgajándose inicialmente del leonés.

Las otras tierras donde se resistirá a los musulmanes de Al-Andalus se encuentran en la zona oriental de la península Ibérica, que casi ocupas por completo, España, donde surgieron tres núcleos de resistencia. Uno, el pirenaico occidental, de donde vendrá al mundo en el siglo IX el reino de Pamplona, llamado de Navarra tres centurias más tarde, que se expandirá por el valle del río Ebro a comienzos del siglo X. Dos, el núcleo pirenaico central, donde nacerá también en el siglo IX el condado de Aragón, padre del que en el siglo XI será ya el reino de Aragón, cuya extensión se dará también por tierras del Ebro hacia los límites marítimos mediterráneos. Y tres, el núcleo más oriental, conocido primigeniamente como Marca Hispánica, que no era sino la frontera política y sobre todo militar del Imperio Carolingio de los reyes francos que gobernaban en aquellos siglos altomedievales buena parte de la Europa occidental, desde la séptima hasta la décima centuria, integrada por varios condados, el más importante de los cuales era el de Barcelona, que a finales del siglo X aprovechará el final de la dinastía Carolingia para independizarse de hecho de los reyes francos.

Próxima entrega: segunda parte de 5.3  Tu Edad Media 

5.3 Tu Edad Media (primera parte)