domingo. 28.04.2024
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@JohariGautier

Hay lecturas que permanecen en la memoria porque, gracias a ellas, lo que antes aparecía llanamente en un mapa o en una simple fotografía, cobra de repente vida. Se vuelve palpable y empiezas a concebirlo con los sentidos y desde diferentes puntos de vista. Los buenos libros tienen ese poder de proyectarte en una aventura, de sumarte en una exploración inesperada, y transformarla en algo profundamente personal, aunque la haya hecho otra persona.  

Esta sensación la experimenté mientras acompañaba al periodista Xavier Aldekoa en su periplo por el río Congo, pero yo desde los asientos cómodos del metro de la Línea 4 o desde mi casa en Barcelona, lugares que han sido testigos de mi lectura afanosa y de mi sigiloso seguimiento de los pasos del autor. Así fue cómo me dejé imbuir por la magia de una región misteriosa.  

Desde el principio de “Quijote en el Congo”, Xavier Aldekoa nos expone el contexto de un viaje visto por muchos -lugareños y extranjeros- como una auténtica locura. “El descenso del Congo, el río “madre” para el poeta y senegalés Léopold Sédar Senghor, es probablemente un viaje chiflado”, reflexiona el autor. Y luego, página a página, párrafo a párrafo, nos abre un camino -machete en mano- para sumergirnos en un recorrido emocionante en donde cada reto se convierte en una forma de acercarse a la población, descubrirse a sí mismo o reflexionar profundamente sobre las problemáticas del territorio.  

Las referencias a “El corazón de las tinieblas” se inmiscuyen prontamente en el texto para establecer un paralelo con aquella época en la que viajar al Congo era considerado un total sinsentido. Algo espeluznante. Esos tiempos han quedado atrás, es innegable, aunque algunos fantasmas subsisten y grandes partes del territorio se mantienen inaccesibles. En ese contexto, Xavier Aldekoa se esfuerza -como un equilibrista- en rescatar los duros contrastes y los detalles humanamente cálidos que hacen del río Congo un destino único, donde el agua es turbia y el follaje tupido, y aún así perdura una luz intensa.  

El miedo que describe el narrador al iniciar este gran proyecto nace en parte de referencias históricas como la fiebre del caucho (en la época del rey belga Leopoldo II) o de distintos conflictos que han sacudido en reiteradas ocasiones esta zona del continente. Ese miedo recorre la obra y se materializa a menudo como una lucha personal, pero es también un aprendizaje. Una forma de sobreponerse y de crecer frente a los mitos y las incomprensiones heredadas de otras épocas.  

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Al leer “Quijote en el Congo” resulta inevitable reprobar la explotación -a menudo abusiva- de ciertos recursos de la región, o lamentar algunos dramas íntimamente ligados a la codicia en tierras africanas. El cobalto (convertido en una nueva fiebre, pero esta vez de color azul) entra en ese esquema de delirios, al igual que el abuso de ciertos poderosos, militares desalmados que emplean y someten a menores como si de siervos se tratase, o de la despreciable corrupción que deshumaniza todo un territorio, consolida las desigualdades y anula cualquier esbozo de legalidad o formalidad. Pero más allá de todo esto se impone la luz de niños curiosos y habilidosos, padres de familia y otros aldeanos que comparten sus vivencias humildes y esperanzadoras, compañeros de viaje simpáticos y leales, y una tierra hermosa y rica como pocas.  

África es la suma de todo esto. Y en medio de este retrato sutil y complejo –marcado por las vivencias de un autor que viaja con un libro del Quijote en el bolso–, se encuentra el río del Congo gigantesco e interminable, como un ser vivo de mil caras, todas ellas imprevisibles, siempre indomable y cambiante, que, a pesar de los avances y de las experiencias pasadas, sigue siendo un gran desconocido. Un eterno enigma.  

Xavier nos recuerda que, a lo largo de la historia, y a diferencia del Nilo, “el Congo nunca se dejó domesticar”

El río es un ser vivo. “Un rey salvaje”. “Un laberinto líquido”. El principio y el fin de toda una región. Un ser cercano, sonriente, generoso y atractivo, pero también insondable e intangible, malhumorado e imprevisible. La personificación del río Congo en la obra de Aldekoa nos ayuda justamente a eso: valorar la importancia de un elemento tan necesario como difícil de someter.  

Xavier nos recuerda que, a lo largo de la historia, y a diferencia del Nilo (al noreste de África), “el Congo nunca se dejó domesticar”. “El Congo se mantuvo durante siglos como un lugar de pesca y de transporte, más que como una vía abierta a la conquista y al poder”, y eso explica sin lugar a dudas la situación actual de una región que vive expuesta a los caprichos del río más profundo y peligroso del mundo.  

“Quijote en el Congo” nos ofrece una doble mirada: una enfocada en la realidad geográfica del continente africano, y otra centrada en el impacto que tiene un río sobre las vidas de quienes conviven cotidianamente con sus humores. Ambas perspectivas son enormemente ilustrativas de lo que es el África de hoy.  

El río Congo, en todos sus estados y en cada palabra