viernes. 19.04.2024
incendio
Foto: Europapress

Ardió Entrimo, en la provincia de Ourense. Desde el río Cobas hasta el Hospital. De Bouzadrago a La Illa. Las llamas quemaron casas, pajares y hórreos, el pueblo entero pasó la noche a pie de árbol, peleando contra el espanto de las llamas. Dicen que los árboles tardarán más de 50 años en volver a crecer, lo que significa que ni mi gente ni yo podremos verlo. En su lugar un erial reseco en que todavía se esconden las brasas traidoras, habrá que dormir durante días con un ojo abierto.

“Ondas do mar de Vigo,
se vistes meu amigo?
E ai Deus, se verrá cedo!

Ondas do mar levado,
se vistes meu amado?
E ai Deus, se verrá cedo…!”

Martín Codax

No, no vendrá. Voló en cenizas airadas, en los brazos de un viento cambiante y artero. No volverá Entrimo ni con él mis recuerdos de infancia y juventud. Ni las ondas de mi ciudad de origen y su mar bravo y azul hubieran podido hacer frente al fuego que lo torturó por sus cuatro costados. Ardieron lugares que son más que un nombre, porque en cada uno de ellos, yo había plantado un recuerdo.

Si digo “desapareció el camino del Cobas”, puedo oler el bosque, tropezar de nuevo en las piedras, sentir la lengua del agua helada cuando me  metía en el río entre gritos y risas. Si pienso “Ferreiros está devastado”, vuelvo a bailar de noche, como las doncellas de Martín Códax en cálidas verbenas de verano. Veo su iglesia humilde, de patio de piedra iluminada por unas bombillas de colores. Qué poco necesitábamos!. Si leo “se desalojó La Illa”, escucho nuestras guitarras de la adolescencia y cómo todo el coro de la señorial Santa María La Real se desplazaba para cantar en las bodas. Fueron nuestros primeros bolos, invitados por las familias que agradecían nuestra presencia con una candorosa humildad.

Ay Dios, si verrá cedo… No. No hay esperanza. El álbum de mi memoria se ha quemado y huele a humo. Piso cenizas. La tierra está calcinada.

No veré en esta vida ni a los robles ni a los pinos ni escucharé los pájaros que anidaban en ellos. Pasará una eternidad hasta que la vida se imponga y antes, me llevará la muerte que también me reducirá a cenizas. Se han deshecho los caminos, quién los pisará ahora?. Se han quemado los pajares y los hórreos, quién querrá reconstruirlos?. Enfermo de vejez y desesperanza, mi pueblo se moría a chorros hace años, reviviendo apenas en el verano. Han acelerado su agonía en una pira de destrucción. Solo nos quedan los viejos y los inquilinos del camposanto, así que nadie volverá a sembrar las huertas ni a pastorear el ganado. Nadie querrá bailar donde se impuso la barbarie del fuego, rugiendo feroz entre aullidos.

Si se pudiera esperar, lo haría mil vidas que no tengo. Para  volver a ver piedra a piedra cómo vuelve la vida a un pueblo muerto.  Si pudiera agradecer, lo haría públicamente a todos los vecinos que no durmieron: que llevan días en los montes sin dar abasto porque a la infamia y al horror, se les planta cara. Los condecoraría con hojas de árboles vivos, con ramilletes de romero, con un botón de margaritas nacidas entre la retama.

Si pudiera vengarme, entraría en los despachos de los burócratas sin alma ni más interés que su bolsillo que juegan con los dineros, las vidas, las necesidades de quienes se dejan la vida entre llamas. Les llevaría a un bosque quemado y les obligaría a vivir unos meses entre el desierto y la desolación. Lejos de todos los privilegios que los convierten en seres sin entrañas. Incapaces de reconocerse humanos ni en el propio espejo.

Ay Deus se verrá cedo… No. Como no vuelve mi padre, que me lo arrebataron un septiembre de hace un año y cuya muerte me dejó igualmente calcinada por dentro.

Ay Deus se vistes o meu amado. No. Todo aquello que me hizo ser quien soy murió ayer en la Baixa Limia, al pie de la Raya. Entre montes fragantes y verdes que brillaban de frescor.

Ay Deus, ondas do mar de Vigo… Si os levantáseis gigantes para aplastar al fuego y por un momento monte y mar fuéseis uno…

Se irán las personas, los recuerdos, los amigos. Se han empezado a ir demasiadas cosas y las sombras nos van cercando lentamente.

Los incendios también queman esperanzas