jueves. 28.03.2024
5626e88dc461880e608b45b5

El simple hecho de preguntarse si el euro puede sobrevivir remite a la necesidad de examinar qué efectos reales ha tenido y está teniendo sobre la economía y la ciudadanía europeas y qué factores y tendencias amenazan su futuro o, en sentido contrario, apuntalan su continuidad

Interrogarse sobre las posibilidades de dilución o implosión del euro es tan urgente como insoslayable. El euro aún puede ser transformado en una herramienta de cooperación y bienestar de la ciudadanía. Pero si las reformas se postergan o son poco sustanciales puede desaparecer de forma traumática y arrastrar en su caída a la Unión Europea (UE) y al proceso de integración europea.

El simple hecho de preguntarse si el euro puede sobrevivir remite a la necesidad de examinar qué efectos reales ha tenido y está teniendo sobre la economía y la ciudadanía europeas y qué factores y tendencias amenazan su futuro o, en sentido contrario, apuntalan su continuidad. El interrogante nos obliga a comparar la desastrosa cosecha obtenida por la eurozona en los últimos años con las promesas de unión y prosperidad que justificaron su creación y siguen siendo utilizadas, como si el solo hecho de nombrarlas las hiciera efectivas, para intentar legitimar su mantenimiento.

El bloque de poder que domina las instituciones comunitarias ha convertido el euro en un fin, una especie de dios cruel o nueva religión elitista que exige sacrificar bienestar y derechos de la mayoría social. Es necesario apartar los velos ideológicos que impiden ver sus debilidades, defectos e incoherencias y, como consecuencia, dificultan la reflexión y el debate sobre cómo reformar lo que funciona mal y cómo completar lo que aún falta. Y a esa tarea sirve el último y reciente libro de J. E. Stiglitz, “El Euro. Cómo la moneda común amenaza el futuro de Europa (Taurus. Primera edición: septiembre de 2016, 483 págs.).

La pasada semana, Stiglitz estuvo en Madrid y Barcelona promocionando su libro y dando a conocer sus argumentos y puntos de vista sobre la situación del euro y el futuro de Europa. El análisis crítico y el discurso argumentado de Stiglitz chocan con múltiples resistencias de un amplio sector de integristas partidarios del euro, para los que ninguna razón es suficiente para cuestionar la continuidad del euro. También chocan, y en no menor medida, contra posiciones minoritarias contrarias al euro y la UE, asociadas a ideologías de la izquierda antisistema o, desde el lado opuesto pero similar animosidad contra el euro, de la extrema derecha nacionalista y xenófoba. En tales condiciones, hay poco espacio para el debate y muchos incentivos para tergiversar propuestas y argumentos. Pese a ello, la presencia de Stiglitz y la publicación de su último libro han estimulado el interés, al menos en una pequeña franja ilustrada, por conocer mejor la situación, el rumbo y el porvenir de Europa. Y podría alentar el necesario debate que ha estado hasta ahora inexplicablemente marginado, sino ausente. 

Stiglitz en Madrid: un debate con Almunia

En el caso de la presentación realizada en Madrid, Stiglitz se encontró encajonado entre J. Almunia (cuya dilatada carrera política desembocó a partir de 2004 en tareas de máxima responsabilidad entre las elites de poder comunitarias) y J. I. Torreblanca (jefe de opinión de El País y alineado moderador para la ocasión), que en lugar de hacer su tarea actuó como aliado del exdirigente del PSOE. Ambos parecían compartir el mismo objetivo: hacerle entender al Premio Nobel que su condición de estadounidense dificultaba su comprensión de la naturaleza e importancia del euro. Se volcaron en esa tarea y en tratar de situar a Stiglitz, a toda costa y contra toda evidencia, entre los partidarios de disolver o debilitar el euro y el proyecto de integración europea. Todo ello, sin acritud, con tono educado y sonrisa abierta.

Stiglitz utilizó el humor para sortear con limpieza las tarascadas e inexactas referencias con las que sus interlocutores intentaron marcar sus intervenciones y explicó, con extrema claridad, para el que quiso escuchar, que las normas, acuerdos e instituciones de la eurozona funcionan mal, generando divergencias, insolidaridad, división y estancamiento económico o, en el mejor de los casos, crecimiento muy lento. Reiteró que aún se pueden arreglar las cosas, pero hay que actuar con rapidez porque el tiempo se acaba y la delicada situación de la eurozona y la UE requiere soluciones urgentes. La combinación de unas instituciones defectuosas e incompletas con unas equivocadas políticas de austeridad está siendo letal, tanto en el terreno económico como en el sociopolítico. Y presentó algunas de las propuestas que desgrana en el libro para salvar el euro y el proyecto de integración europea. Sí, no han leído mal. El libro de Stiglitz es un brillante alegato a favor de la integración europea… y del euro.

Sin descartar la posibilidad de que las autoridades comunitarias rechacen las reformas que son imprescindibles para que el euro funcione, Stiglitz argumenta a favor de una pronta reforma sustancial de la eurozona con el objetivo, en primera instancia, de que el euro funcione y, en última instancia, si las elites europeas no aceptan completar la eurozona y cambiar las políticas de austeridad, impedir que el euro acabe arrastrando en su caída a la UE y al proceso de integración europea. “Europa no tiene por qué abandonar el euro para salvar la integración,… […]. Pero, como mínimo es necesario que haya unos cambios más sustanciales y profundos que los que están discutiéndose ahora.” (pág. 58).

Stiglitz llegó a Madrid en una penosa coyuntura política marcada por unos dirigentes del PSOE embarcados en el bochornoso espectáculo de justificar su apoyo a la continuidad del Gobierno de Rajoy y por unos  dirigentes del PP que siguen dudando sobre la mejor manera de aprovechar la debilidad de sus ocasionales contrincantes sin terminar de cargarse el bipartidismo. En ese inédito y ensimismado escenario, el libro y las propuestas de Stiglitz han logrado hacerse un pequeño hueco en la actualidad política. Y han levantado ronchas en todo el espectro político. Más aún, curiosamente, en las izquierdas. Especialmente, entre las corrientes socialdemócratas que colaboran en las instituciones comunitarias con la derecha conservadora y neoliberal para mantener la estrategia de austeridad, ignorar la profundidad de la crisis del euro y hacer lo mínimo para mantenerlo, pero no lo suficiente para convertirlo en un instrumento de estabilidad y prosperidad.

En la derecha política que ejecuta las extremistas políticas de austeridad y entre los economistas que ahorman justificaciones pretendidamente científicas en su defensa, el enojo causado por el libro de Stiglitz es más comprensible. Llevan mal que las críticas provengan de un economista mundialmente reconocido. Están obligados a considerar sus argumentos, rebatir sus análisis desde las bases conceptuales y herramientas compartidas que proporciona el conocimiento económico y contrastar las interesadas tesis que defienden con los datos que proporcionan la realidad o su plasmación estadística. En definitiva, no están frente a un nihilista o un radical, no pueden descalificarlo por desconocimiento económico ni, mucho menos, asimilarlo con el despectivo imaginario del perroflauta. El personaje con el que deben enfrentarse es catedrático de economía en la Universidad de Columbia, con una extraordinaria carrera académica en prestigiosas universidades (Yale, Oxford, Stanford), asesor y colaborador de numerosos gobernantes de centro izquierda, pero también de centro derecha, de todo el mundo y experiencia de gestión como economista jefe y vicepresidente del Banco Mundial. Un brillante currículum al que sumó en 2011 el Premio Nobel de Economía.

Una lectura muy recomendable

Las izquierdas deberían celebrar la publicación del nuevo libro de Stiglitz. Leerlo con atención antes de sentirse atacados y contar hasta tres antes de contraatacar. Porque el libro de Stiglitz no es ni una defensa a ultranza del euro ni, por extraño que pueda parecer, un ataque al euro. Es, eso sí, una denuncia inmisericorde del carácter inacabado, contradictorio y dañino de la actual estructura institucional de la eurozona y de sus muy negativos impactos económicos y sociopolíticos. Contiene también una crítica radical de las políticas de austeridad y del fundamentalismo de mercado que las sustenta. Una denuncia sólidamente argumentada, a lo largo de las tres primeras partes del libro. 

No hay, realmente, muchos aspectos novedosos. Críticas parecidas y propuestas similares han sido realizadas con anterioridad por otros economistas, políticos y personas estudiosas de la crisis en la que entró la eurozona en 2008 y de la que aún no ha encontrado la salida. Pero si el análisis es conocido y las críticas, en buena parte, admitidas por las propias autoridades comunitarias, lo más destacable del libro y lo que merece los mayores elogios es la muy inteligente y pedagógica forma en la que Stiglitz aborda, en la cuarta y última parte (“¿Hay manera de salir adelante?”), la reforma de la eurozona. Incluso cuando esboza alternativas al sistema de moneda única (diversas modalidades de euro flexible o divorcio amistoso), lo hace, entre otras razones, con la intención de aumentar la resolución de autoridades y ciudadanía para que hagan lo que hace falta: “crear una eurozona que funcione” (pág. 283).

Probablemente, al leer el libro se encontrarán aspectos que requerirían mayor reflexión y desarrollo, también propuestas discutibles, de escasa viabilidad o que pueden ser rechazadas con argumentos tan sólidos como los que aporta el libro en su defensa. En otra ocasión analizaré alguna de las propuestas que me parecen más frágiles. Por no escurrir el bulto y referirme a alguna de ellas, mencionaré el sistema flexible de convivencia de varios euros que propone en el capítulo 11 (“Hacia un euro flexible”, pág. 307), que considero de muy difícil gestión y, en buena parte, impracticable. No estaría nada claro cómo se conformarían los diferentes grupos de países vinculados a cada tipo de euro ni cómo se establecerían los límites de las fluctuaciones entre los distintos euros. Esta teórica solución, una de las modalidades de divorcio amistoso que plantea, sería una puerta abierta a una discusión interminable entre 19 países, en una búsqueda permanente de las tasas de cambio que en cada coyuntura resultaran más favorables para los intereses particulares de cada grupo. En nada alentaría una dinámica de mayor coordinación y cooperación capaz de beneficiar a todos y cada uno de los Estados miembros y repartir de forma más equitativa los costes.

El libro de Stiglitz merece ser leído y estudiado con atención. Entre otras cosas, porque va a pesar mucho en el debate que aún está por hacerse si las izquierdas quieren contar con un programa de reformas de la eurozona sólido, aplicable y capaz de suscitar el apoyo de la ciudadanía europea y de las fuerzas capaces de llevarlo a cabo. 

La lectura del libro de Stiglitz presenta un par de pequeñas pegas que deben ser sorteadas: es demasiado voluminoso y centra su análisis en variables económicas e institucionales que no siempre resultan fáciles de manejar. Ninguna de las dos es un obstáculo insalvable. Para la personas menos familiarizadas con el conocimiento económico, quizás valga la siguiente recomendación: comenzar por el capítulo de la crisis del euro (págs. 31-58), en el que se resumen las tesis centrales y se ofrece un mapa orientador de la argumentación que se desarrollará en el resto del libro; y a continuación, ir directamente a la cuarta parte (especialmente, págs. 253-315), en la que se desgranan las propuestas para salvar el euro y el proyecto de integración europea, saltándose sin remordimientos las propuestas concretas que por su complejidad se resistan a ser leídas (como los “vales comerciales”, pág. 299, que Stiglitz recicla de una idea del inversor y multimillonario  estadounidense W. Buffet y que no creo que tenga ninguna posibilidad de llevarse a la práctica). Después, sin prisas, a por el resto del libro y a saborear sin prisas el análisis de las causas de la crisis del euro y las razones que hacen imprescindible, si se quiere salvar el euro y la UE, reformar y completar las instituciones europeas y cambiar las políticas descabelladas de austeridad que aún se siguen llevando a cabo. ¡Buena lectura!

La propuesta de Stiglitz para salvar la integración europea