sábado. 20.04.2024
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Rusia y China se presentan como valedores de una forma alternativa de globalización que no pasa necesariamente por el hemisferio norte

El 8 de julio de 2015 ha sido sin lugar a dudas una fecha tan crucial como inadvertida. En efecto, el pasado miércoles conocimos la petición de un tercer rescate por parte del gobierno griego, al mismo tiempo que una importante cumbre de las llamadas economías emergentes tenía lugar en Rusia. Se impone inevitablemente una reflexión.

Mientras los europeos nos enfrentamos por la toma de decisiones que ya deberían haberse puesto en marcha, otras regiones del mundo apuestan por el camino de la unidad para avanzar. La doble cumbre celebrada en Ufá supone un paso más allá del grupo de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) y su proyecto financiero conocido como Banco del Desarrollo, una entidad crediticia de ámbito internacional que pronto estará en condiciones de disputar la hegemonía al FMI. Por otro lado también se discutirá sobre el futuro de la Organización de Cooperación de Shanghái, una alianza nacida en la década de los noventa y cuya finalidad última es crear un organismo competidor de la OTAN. En la actualidad está formado por tres países miembros de la Unión Económica Euroasiática (Rusia, Kazajistán y Kirguistán), dos aspirantes (Tayikistán y Uzbekistán), y naturalmente la República Popular China. A todo ello hemos de sumar las solicitudes de ingreso de potencias nucleares como India y Pakistán, por lo que podemos concluir que un nuevo bloque económico, político y militar, empieza a alcanzar un punto de no retorno. Como último dato hemos de tener en cuenta que dicho grupo de países representan al 40% de la población mundial, y supone algo más del 30% del PIB mundial. ¿Cuáles son los desafíos más inmediatos que esta nueva realidad plantea?

En primer lugar supone una demostración de fuerza frente al eje EEUU-UE, que sigue apostando por una política sancionadora sin resultados aparentes. También evidencia la falta de entendimiento de los socios europeos, y que nos plantea un escenario totalmente irreal. No sabemos si Grecia seguirá o no en la eurozona, tampoco sabemos si Gran Bretaña permanecerá en la UE, o si alguna vez Islandia volverá a interesarse por formar parte de la Unión, lo que sí sabemos es que allí fuera nuestros competidores apuestan por la cohesión, y lo hacen con una gran puesta en escena. Por otro lado, la participación de buena parte de los países miembro de la Unión Económica Euroasiática, a excepción de Armenia y Bielorrusia, debe anticiparnos un escenario de tensión si Bruselas se plantea como objetivo seguir creciendo al este. Ello no solo compromete nuestra agenda en Ucrania o Moldavia, sino que complica todavía más nuestras relaciones con Georgia, país con el que no tenemos continuidad territorial. Nuevos tratados económicos y militares van a blindar las fronteras occidentales de Rusia, en las que empiezan a acumularse efectivos de la Alianza Atlántica, sobre todo de Estados Unidos, a modo fuerza disuasoria. Dado que la OCS opera tanto en Europa como en Asia, su capacidad para alterar las delicadas relaciones de poder es mayor. Pensemos que de progresar adecuadamente, el grupo de Shanghái podría atraer a sus filas a países como Irán o Siria, modificando el cambiante panorama de Oriente Próximo. Ni que decir tiene que la incorporación de Corea del Norte, una posibilidad nada disparatada, también tendría sus consecuencias en Asia-Pacífico.

En definitiva, Rusia y China se presentan como valedores de una forma alternativa de globalización que no pasa necesariamente por el hemisferio norte. Su proyecto es ambicioso, abarca varios aspectos y por lo tanto estará en disposición de abarcar las necesidades de cuantas naciones se sientan tentadas, sin importar en qué continente se encuentren. La clave es la unidad, no cabe duda, pues solo así se garantiza la fuerza y se refuerzan las posibilidades de éxito. Esta tendencia nos lleva, querámoslo o no, a un mayor entendimiento transatlántico y no sólo en el plano estrictamente comercial. Una nueva dinámica de bloques se está gestando, así que debemos ser capaces de desprendernos de los complejos del pasado y aprender a jugar en equipo si queremos ser protagonistas del presente siglo. 

Occidente debe despertar