jueves. 28.03.2024
SPD 550

Para Schulz y la actual dirección del SPD la alianza con Merkel es la única forma de encajar las presiones ejercidas por la gran patronal, evitar un nuevo desastre electoral y poner en valor su sacrifico político en aras de la responsabilidad institucional

Por una amplia mayoría de 326 votos a favor y una no desdeñable oposición de 279 votos en contra, el congreso de la socialdemocracia alemana (SPD) celebrado este domingo en Bonn aprobó el inicio de las conversaciones con la democracia cristiana (CDU-CSU) para concretar el acuerdo inicial alcanzado por ambas partes el pasado 12 de enero y conformar un nuevo gobierno de gran coalición encabezado por Merkel para los próximos cuatro años.

Unas difíciles negociaciones que durarán varias semanas y en las que el SPD dará su apoyo a una nueva alianza de gobierno dirigida por Merkel, a pesar de que pasadas experiencias han desgastado profundamente las relaciones de la socialdemocracia con su tradicional base electoral, al difuminar sus perfiles propios y reforzar su papel de subordinación a la derecha y al poderoso capital financiero e industrial alemán que reclama estabilidad política. La oposición en el seno del SPD a esa alianza es importante, pero no ofrece más alternativa que la de mantenerse en la oposición, con el riesgo de que unas nuevas elecciones reduzcan aún más su apoyo electoral.

El rechazo en el SPD a conformar otra gran coalición se sustenta en las concesiones, consideradas excesivas, que se han hecho en el acuerdo provisional alcanzado con la democracia cristiana (principalmente, en materia de sanidad, inmigración y fiscalidad) y en los malos resultados de las dos grandes coaliciones precedentes presididas por Merkel, que no evitaron el desgaste político, social y electoral de la socialdemocracia ni el ascenso de una extrema derecha xenófoba y antieuropeísta. Y reforzaron la concepción del SPD como una fuerza auxiliar de la derecha que es incapaz de ofrecer un programa alternativo.  

Para Schulz y la actual dirección del SPD, la alianza con Merkel, a la que habían renunciado tras los malos resultados electorales obtenidos en las elecciones federales del pasado 24 de septiembre, es la única forma de encajar las presiones ejercidas por la gran patronal, evitar un nuevo desastre electoral, en caso de convocatoria de nuevas elecciones, y poner en valor su sacrifico político en aras de la responsabilidad institucional. Y procurar, a cambio de su apoyo, concesiones de Merkel en muy diferentes asuntos: impulsar la recuperación de las rentas salariales, con un aumento de los salarios más acompasado con el crecimiento de la productividad y de los beneficios empresariales; promover el aumento de la demanda interna, ya que Alemania muestra un exceso de ahorro interno que limita la modernización productiva de su aparato productivo e impone un sesgo recesivo al conjunto de la economía europea; lograr un reparto más equitativo de la presión fiscal, reduciendo la que sufren las rentas del trabajo y los sectores sociales con menores rentas; servir de cierto contrapeso a las presiones xenófobas que va a ejercer en el tema de la inmigración una extrema derecha crecida por el respaldo electoral recibido en la última cita electoral y que ha contaminado a una parte de la democracia cristiana y a sectores sociales en situación de vulnerabilidad que han aceptado acríticamente que la inmigración es la causa de sus males y las simplistas y contraproducentes soluciones de repliegue soberanista que propone Alternativa para Alemania (AfD).

En los temas europeos, la posibilidad de una nueva gran coalición también presenta una decisiva derivada. El SPD va a intentar suavizar las políticas de austeridad y consolidación fiscal impuestas a los países del sur de la eurozona y promover las reformas institucionales que requiere el euro, presentándose como el mejor aliado del impulso europeísta que reclama el presidente Macron para afianzar el eje franco-alemán como pilar de esas reformas y en el tema, también crucial, de las negociaciones con el Reino Unido a propósito de su abandono de la UE.  

Pero al tiempo que la alianza entre Merkel y Schulz abre la puerta y refuerza las posibilidades de una reforma institucional de la eurozona, podría servir también para limitar su alcance y frenar el ritmo de las moderadas reformas que plantean Macron o la Comisión Europea. Finalmente, las reformas tenderán a concretarse en un espacio intermedio entre los mínimos que Macron puede aceptar, para no sentirse desairado y poder ofrecer soluciones a los problemas y necesidades que tiene la economía francesa, y lo máximo que Merkel puede ofrecer, para defender los intereses de Alemania o la percepción de esos intereses que es hegemónica en la sociedad alemana y en sus elites.

Alemania podría aceptar, sin muchas resistencias, la creación de un nuevo instrumento permanente de intervención suplementaria en materia de nuevas inversiones comunitarias (energías renovables, innovación, infraestructuras, formación y educación…) que impulsarían el crecimiento, promoverían cierto cambio estructural modernizador y tendrían efectos contracíclicos. Siempre, claro está, que tal instrumento no implicara un alza significativa de la presión fiscal, mutualización de la deuda actual, paralización de las reformas estructurales que deben llevar a cabo los países del sur de la eurozona o transferencias permanentes hacia los socios de menor renta o mayores desequilibrios presupuestarios. Ese impulso de las inversiones comunitarias sería suficiente para mejorar en algo la situación económica de la eurozona, pero no bastante para resistir nuevas crisis financieras, impulsar la reducción de las desigualdades o democratizar y completar las instituciones europeas.

Las izquierdas y fuerzas progresistas europeas no pueden contentarse con ser peones de los planes reformistas de Macron

El proyecto de unidad europea requiere para afianzarse de una verdadera refundación política y para ello necesita de un reforzamiento y un salto en la presencia de la ciudadanía europea y de fuerzas progresistas de carácter europeísta con capacidad para desarrollar un programa de reformas con más alcance que el que presentan Macron o la Comisión Europea. Un programa alternativo con objetivos más ambiciosos de reducción de desigualdades y de incremento de las inversiones de futuro que, entre otros objetivos, permitieran: recuperar los principios de solidaridad y cohesión económica, social y territorial como guías de la acción política comunitaria; frenar la deriva de la globalización hacia un mercado mundial desregulado que promueve un crecimiento no inclusivo, favorece las desigualdades y facilita que el rechazo de la ciudadanía a sus impactos antisociales se manifieste como repliegue nacionalista identitario favorable al proteccionismo y al cierre de fronteras; completar la unión bancaria con una garantía de depósitos común; salvar la fragmentación del mercado único y, especialmente, del mercado de capitales y el sistema bancario europeo y las brechas que se han abierto entre, por un lado, el norte y el sur de la eurozona, y por otro, el este y el oeste de la UE; crear mecanismos de reestructuración de la deuda existente e introducir dosis de federalismo que permitan la mutualización de futuras deudas.  

En todos estos terrenos, las elites y el gran capital financiero e industrial alemanes no van a ceder fácilmente, esté o no esté en el gobierno el SPD. Y por eso cobra aún mayor importancia que las fuerzas progresistas y de izquierdas europeas elaboren y propongan a la ciudadanía europea y a las mayorías sociales de los Estados miembros una estrategia alternativa al limitado plan de reformas que ofrecen Macron y la Comisión Europea y que está condenado a pasar por el filtro de Alemania y la gran coalición que van a conformar Merkel y Schulz. 

Las izquierdas y fuerzas progresistas europeas no pueden contentarse con ser peones de los planes reformistas de Macron o un contrapeso para frenar las ambiciones elitistas y clasistas del bloque de poder que lidera Merkel a favor de los intereses empresariales y el libre despliegue de las fuerzas del mercado.   

Tras las negociaciones y el acuerdo programático que alcancen en las próximas semanas Merkel y Schultz, los 450.000 afiliados del SPD tendrán que dilucidar qué opción es la menos mala o presenta menos inconvenientes: si sacrificarse en el apoyo de otra gran coalición que asegure la estabilidad política, pero podría debilitar aún más a su partido, o apostar por una renovación de sus señas de izquierda en la oposición que podría concluir a corto plazo en una nueva convocatoria electoral que confirme su declive y proporcione más combustible para la división interna. Los desafíos que afronta Europa son también desafíos decisivos para el futuro de la socialdemocracia alemana y europea. 

Luz verde para otra gran coalición en Alemania