jueves. 25.04.2024
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Merkel no tiene una alternativa mejor a la gran coalición. Y Schultz, tampoco.

Los dirigentes de la derecha democristiana (CDU/CSU) y la izquierda socialdemócrata (SPD) alemanas acaban de alcanzar este miércoles, 7 de febrero, un pacto que hará posible otra gran coalición presidida por Merkel para los próximos cuatro años. Superado ese primer obstáculo, la incertidumbre continuará varias semanas. Será difícil que la mayoría de los casi 464.000 afiliados del SPD acepten el acuerdo, pero se antoja mucho más difícil que rechace el contrato de coalición recién firmado por Merkel y Schultz: se trata de un mamotreto de 177 páginas en 14 capítulos que indica las líneas generales de actuación del nuevo gobierno. Habrá que leerlo con atención porque apuntará el tono, con un amplio margen de acción e interpretación, de los cambios que adoptará el nuevo poder ejecutivo alemán en materia de política económica doméstica y en el impulso de la reforma institucional de la eurozona que intentará gobernar y, probablemente, limitar.

Si las cosas transcurren normalmente, antes de la Pascua se habrá constituido una nueva gran coalición. Y pasarán a compartir su destino los dos grandes partidos que han gobernado Alemania en los últimos setenta años y su resurgir como gran potencia europea en momentos decisivos para ambos, sometidos a un fuerte desgaste, y para el futuro de Europa, debilitada en múltiples terrenos por los errores cometidos en la estrategia de austeridad y devaluación salarial impuesta a los países del sur de la eurozona y por la cerrazón de los sucesivos gobiernos alemanes, que desde el estallido de la crisis en 2008 se han negado sistemáticamente a realizar la mayoría de las reformas institucionales que exigía el mal funcionamiento de la eurozona. Merkel no tiene una alternativa mejor a la gran coalición. Y Schultz, tampoco.

Merkel podría intentar conformar un gobierno en minoría que sería hostigado por el resto de partidos, a su izquierda y a su derecha, y marcaría su nuevo mandato con la inestabilidad, reduciendo su capacidad de actuación en Alemania y en Europa. O, como alternativa más probable, convocar unas nuevas elecciones que evidenciarían su nuevo fracaso, tras las fallidas negociaciones para formar una heterogénea alianza gubernamental con liberales y ecologistas. Nuevas elecciones que podrían concluir en un mayor avance de la extrema derecha xenófoba y antieuropeísta de Alternativa para Alemania (AfD), lo que multiplicaría la tensión sociopolítica e incrementaría las dificultades para acordar, en un escenario político más atomizado, alianzas de gobierno.

SPD: CONSULTA A LAS BASES

Para Schultz y el SPD, las cosas pintan mucho peor. Cualquiera de sus opciones es mala. La consulta vinculante a las bases del SPD puede provocar profundas heridas en su seno y profundizar el distanciamiento de las nuevas generaciones de las juventudes socialistas que quieren recuperar señas de identidad de izquierdas y sólo han conocido desde 2005 a un SPD que no ha logrado presentarse como una alternativa progresista a las políticas de Merkel y ha visto reducidas sus funciones a matizar a la derecha conservadora y, finalmente, aceptar su papel secundario como auxiliar o colaborador. Después del batacazo electoral sufrido en las últimas elecciones federales del pasado 24 de septiembre (en las que obtuvo un 20,51% de los votos o, lo que es lo mismo, el peor resultado del SPD desde 1949), Schultz y la dirección del SPD habían apostado por mantenerse en la oposición para no sufrir el desgaste asociado a volver aparecer ante buena parte del electorado como comparsas de las políticas de la derecha; su posterior cambio de postura, a favor de negociar con Merkel otra gran coalición, ha activado la oposición interna de la izquierda y las juventudes socialdemócratas, que en el congreso celebrado el pasado 21 de enero de enero obtuvieron un respaldo de 279 votos frente a los 326 votos que apoyó a la dirección del SPD en su propuesta de negociar con Merkel otra gran coalición. El problema para el SPD, si sus afiliados se pronuncian en contra de formar parte del nuevo gobierno presidido por Merkel, sería doble. Por una parte, no podría rentabilizar las concesiones logradas en el contrato de coalición recién firmado, a propósito, por ejemplo, del sistema sanitario, para reducir la desigualdad entre la sanidad pública y privada, evitando una medicina a dos velocidades, o de una regulación más estricta de los contratos de trabajo de duración determinada, para limitar su proliferación en la actual situación de pleno empleo. Y, por otra parte, dejaría de estar en una posición privilegiada para influir, desde el gobierno de la primera potencia europea, en el aligeramiento de las dañinas políticas de austeridad y devaluación salarial impuestas a los países del sur de la eurozona con mayores desequilibrios macroeconómicos y, sobre todo, en la reforma institucional de la eurozona, cuya negociación comenzará en breve y en la que las posiciones de Alemania serán claves.

Hay que considerar, además, que una nueva convocatoria electoral, en la situación de titubeo que ha mostrado desde las últimas elecciones la dirección del SPD y de fuerte división interna sobre la decisión de intentar una nueva gran coalición con la democracia cristiana, tal y como se pudo visualizar en su reciente congreso de Bonn, podría multiplicar su desgaste electoral. La pérdida de apoyos ya ha comenzado a ser reflejada por recientes sondeos, como los de Infratest dimap, que en sus dos últimas entregas reducía al 19% (el 26 de enero) y al 18% (el 1 de febrero) la intención de voto al SPD, mientras CDU/CSU experimentaba un desgaste imperceptible, manteniendo su 33%, y la extrema derecha de Alternativa para Alemania (AfD) subía al 14% (por encima del 12,6% conseguido en las últimas elecciones federales ), mantenía el avance continuo del último año y se aproximaba al SPD. Por eso es tan altamente improbable que, ante semejante disyuntiva, las bases del SPD se pronuncien en contra del pacto negociado por los dirigentes socialdemócratas. Pero conviene ser precavido, porque como afirmaba Keynes lo inevitable no sucede nunca, lo inesperado, siempre. 

FORTALECER LA UNIÓN EUROPEA

está a punto de producirse un cambio de dinámica en las políticas y reformas institucionales de la eurozona en el que la izquierda debe intentar influir y tratar de fortalecer

En el contrato de coalición que se acaba de firmar aparece como prioridad la necesidad de fortalecer la Unión Europea, aceptando la idea de un presupuesto de inversión de la zona euro, aceptando el aumento de la contribución de Alemania, que mejoraría las estructuras y especializaciones productivas del conjunto de la economía europea. Y sin nombrar ni cerrar la puerta, de entrada, a la negociación con Francia de las propuestas de Macron de un ministro de Finanzas de la eurozona encargado de la gestión de ese presupuesto y de un control parlamentario específico de su labor. No es gran cosa, Alemania seguirá poniendo el acento en la reducción de los riesgos, frente a la idea de crear mecanismos europeos de solidaridad y mutualización de riesgos, y seguirá resistiendo las presiones para empezar ya a construir una unión presupuestaria de cierta entidad o, menos aún, una unión de transferencias que disponga de eurobonos que permitan mutualizar riesgos y deudas públicas. Pero se van a iniciar debates y negociaciones de nuevos instrumentos y políticas que casan mal con las políticas de austeridad impuestas hasta ahora, con la obsesión alemana por fortalecer los controles y disponer de una batería de duras sanciones como únicos instrumentos para evitar el temido riesgo moral que implicaría una reiteración de la acción irresponsable de los países del sur de la eurozona. Nuevas políticas e instrumentos como, por ejemplo, la creación de algún tipo de activo financiero común de mínimo riesgo, sobre el que la Comisión Europea ya dispone de un diseño inicial; nuevos avances en la integración que permitan completar la unión bancaria; o un impulso de la inversión común en proyectos europeos de interés general (formación e infraestructuras digitales y energéticas) que aumenten la productividad global de los factores y el potencial de crecimiento. Queda aún mucho por debatir, acordar y hacer, pero está a punto de producirse un cambio de dinámica en las políticas y reformas institucionales de la eurozona en el que la izquierda debe intentar influir y tratar de fortalecer.

También en el terreno doméstico alemán, el acuerdo supone un cambio en la misma dirección favorable al impulso de la demanda interna que, por el volumen de la economía alemana, impulsaría la demanda y la reactivación económica del conjunto de la eurozona: mayor inversión en educación, investigación y digitalización y una mayor preocupación por reducir el importante superávit de las cuentas públicas (sin abandonar el objetivo del equilibrio presupuestario) y el también fuerte superávit alemán por cuenta corriente que, de lograrse, supondría reducir el obstáculo que para los principales socios comerciales de Alemania supone el más que notable ahorro que acumulan sus agentes económicos.

Hay que esperar y ver lo que sucede en las próximas semanas en Alemania, pero convendría que las izquierdas de nuestro país tomaran nota de la nueva situación que, probablemente, va a abrirse a muy corto plazo y se aplicaran en serio a la tarea de proponer alternativas e influir en las negociaciones, los objetivos y la evolución de las reformas que se van a poner en marcha.

De una incertidumbre a otra: en Alemania se juega el futuro de Europa