CRISIS DE GOBIERNO EN FRANCIA

Hollande se hace el harakiri

Hollande y Valls en una foto de archivo.

Por Gabriel Flores | La crisis cocinada por Hollande y Valls simboliza el abandono definitivo del programa, las promesas y los compromisos con la ciudadanía que convirtieron a Hollande en presidente.

Al nombrar a Valls como primer ministro el pasado 31 de marzo, Hollande dio el primer paso atrás y mostró a la opinión pública europea su renuncia a encabezar y construir una alternativa progresista a la estrategia conservadora de salida de la crisis encabezada por Merkel. Fue el primer paso atrás. El mal resultado del Partido Socialista (PS) en las elecciones municipales celebradas el día anterior provocó el peculiar movimiento de Hollande y el ascenso de Valls.

El nombramiento de Valls supuso un cambio de rumbo abrupto en la senda política seguida hasta ese momento. En materia de política económica, el primer ministro asume elementos centrales del diagnóstico de la derecha y de su recetario de soluciones: existe un problema de falta de competitividad ocasionado por la enorme carga fiscal que supone el mantenimiento de un Estado de bienestar insostenible e ineficiente y por unos costes laborales excesivamente altos que no responden convenientemente al aumento del desempleo ni a la reducción de las tasas de rentabilidad de las empresas. En consecuencia hay que flexibilizar (léase desregular) el mercado laboral, reducir el Estado, descargar a las empresas de costes laborales y fiscales para aumentar su competitividad y aminorar el pesado fardo que representa la financiación de gasto público, especialmente en materia de pensiones, sanidad y demás gastos de protección social.

Así, el pasado 29 de abril el gobierno de Valls daba el segundo paso atrás al lograr el apoyo parlamentario (con un PS fracturado por la abstención crítica de 41 parlamentarios socialistas) un paquete de medidas económicas que suponía una rebaja de impuestos a las empresas de 41.000 millones de euros (complementada con una rebaja mucho más pequeña a los hogares de otros 5.000 millones de euros) y obligaba, para cumplir los objetivos de reducción del déficit público, a recortar en 50.000 millones el gasto público (10.000 millones en sanidad, 11.000 millones en otras prestaciones públicas, 11.000 millones más a las administraciones regionales y locales,…) y a congelar las pensiones públicas que superen los 1.200 euros. ¿Le suena esa música? Sí, en efecto, es la misma que empezó a tocar el gobierno de España en mayo de 2010 y que, tras cambiar de inquilino, aún sigue tocando el actual gobierno. La letra es algo diferente, se trata de otro idioma y otras circunstancias.

Ni el desastre electoral del PS en las elecciones al Parlamento Europeo ni la caída de la popularidad del presidente de la República y de su primer ministro que muestran los sondeos de opinión ni los malos resultados económicos cosechados han tenido para Valls las consecuencias que cabría esperar. Hollande y Valls han urdido una maniobra política para desembarazar al gobierno de los socialistas críticos con la austeridad y reafirmar la autoridad de Valls como primer ministro. El nuevo paso atrás dado por Hollande, el tercero, vincula su futuro al de Valls y el ala derecha del socialismo francés.

La crisis cocinada por Hollande y Valls simboliza el abandono definitivo del programa, las promesas y los compromisos con la ciudadanía que convirtieron a Hollande en presidente de la República. No creo que semejante cabriola pueda hacerse sin sufrir el correspondiente y merecido castigo electoral, por muy lejano que aparezca ahora la fecha de las elecciones presidenciales. Votar socialista no puede acabar siendo siempre un voto para que se aplique el programa económico de la derecha.

Hollande ya no admite discrepancias internas en el Ejecutivo, quiere un gobierno homogéneo (puede que Valls acierte a incorporar un toque verde que le de vistosidad y unas gotas de diversidad) dispuesto a achicar el espacio ganado por la extrema derecha, aplicar las nuevas medidas económicas y mantener la presión, junto a su aliado Renzi, para que Merkel reconsidere la intensidad de sus políticas de austeridad y proporcione a las economías francesa e italiana el oxígeno que necesitan para no hundirse en una nueva recesión. Si la jugada le sale bien, podría aspirar a mantenerse como presidente de la República en la siguiente legislatura y promover una gran coalición gubernamental de los socialistas con el centro y la debilitada derecha democrática francesa.

Que nadie espere que, tras esos tres pasos atrás, el próximo movimiento de Hollande pueda ser un paso adelante en la tarea de recuperar un programa socialista que suponga confrontación con los poderes y las políticas que en Europa representa y encabeza Merkel.

La alternativa a las políticas de recortes, austeridad y reformas estructurales encaminadas a menguar el Estado de bienestar y desregular el mercado laboral ya no puede contar con Hollande y el nuevo gobierno de Francia. La socialdemocracia europea da una nueva y contundente muestra de inconsistencia e incapacidad para constituirse como eje de una alternativa a las soluciones que ofrece la derecha europea, acabar con los estragos sociales y económicos que suponen las políticas de austeridad, defender el Estado de bienestar, encarrilar a Europa por unas nuevas vías de solidaridad y cooperación y responder a las necesidades de los Estados miembros de la eurozona y los  sectores sociales que han sido especialmente golpeados por la crisis y las política de austeridad.

Puede que sea verdad que no haya mal que por bien no venga y que la izquierda del socialismo francés logre movilizar la energía y el peso que tienen en la sociedad y en el propio PS, no acepte la maniobra de Hollande que pretende su arrinconamiento político y se incorpore al movimiento de convergencia política y ciudadana en contra de las políticas de austeridad, contribuyendo a su ampliación y consistencia.

Como ha declarado el ministro de economía saliente, Montebourg, las políticas de austeridad “son la causa de la prolongación de la crisis económica y de sufrimientos inútiles de la población europea”. Existen soluciones progresistas alternativas y otros caminos para Europa, bastaría para poder llevarlas a cabo con escuchar a la mayoría de la sociedad y ponerse de su lado.

Señores Montebourg (anterior ministro de Economía), Hamon (anterior ministro de Educación) y Filipetti (anterior ministra de Cultura) bienvenidos a la resistencia ciudadana a las políticas de austeridad. Su aportación es necesaria y será bien recibida.