LA CRISIS GRIEGA: UNA SEMANA DECISIVA

Escenarios tras el referéndum griego

Foto: Europapress

El referéndum es el último recurso del que dispone el Gobierno de Syriza para que las instituciones europeas entren en razón.

Tsipras no es un irresponsable ni un héroe, es un político de izquierdas al que sus pares y socios de la eurozona han colocado, con plena conciencia, en una situación imposible y ante una disyuntiva dramática

La cuerda no se ha roto todavía, pese a lo mucho que han estirado de ella los miembros de la troika (Banco Central Europeo, Comisión Europea y Fondo Monetario Internacional) hasta la ruptura de las negociaciones entre Grecia y el Eurogrupo el pasado viernes, 26 de junio. Los riesgos de que Grecia no pueda mantenerse en la eurozona están al alza, pero su salida no se va a producir en los próximos días. Ni la negativa del Eurogrupo a extender el programa de ayuda una semana, hasta la celebración del referéndum ni el impago de los 1.600 millones de euros que Grecia está obligada a devolver al FMI provocarán el abandono del euro por parte de Grecia. El vencimiento de la deuda con el FMI (12 de la noche del martes, 30 de junio, en Washington) no es determinante. Se trata, como tantas otras fechas que han servido para marcar el tiempo límite para llegar a un acuerdo, de un chantaje más.

Los bancos y las bolsas de Grecia van a estar cerrados una semana y aunque el BCE decidió mantener la financiación de urgencia al sistema bancario griego, las autoridades griegas han impuesto controles de capital y un tope máximo de 60 euros por persona y día a la retirada de depósitos. No parece conveniente estar con la soga al cuello de una decisión arbitraria del BCE que puede cambiar de un día para otro. Casi todo va a depender del resultado del referéndum del próximo domingo. La primera opción de los líderes europeos es que el triunfo del sí en el referéndum fuerce la dimisión de Tsipras y permita la constitución de un Gobierno más comprensivo con las propuestas de la troika o más temeroso ante sus amenazas. Pero tal resultado, posible, puede no concretarse. Si gana el no, los líderes europeos no encontrarían ninguna justificación democrática o, simplemente, decente para no retomar el diálogo.   

Mientras se produce el desenlace, en lo que queda de semana va a haber mucho ruido en ámbitos políticos y mercados financieros, más madera contra el Gobierno de Syriza, una asfixiante presión sobre el pueblo griego para que vote sí y maniobras en la oscuridad que intentarán evitar el referéndum, maquillar la última propuesta de la troika o adelantar nuevas vías de diálogo. En una decisión sin precedentes, la Comisión Europea ha hecho pública (en inglés y en griego) la última propuesta de la troika para demostrar que la mala voluntad demostrada durante semanas se había trocado en el último minuto en solícita comprensión de que lo que necesita Grecia no es financiación a cambio de otro “estúpido plan de austeridad”.   

Si gana el sí, Grecia permanecerá en la eurozona en tan malas condiciones como en los últimos años. Habría una extensión inmediata del actual plan de rescate y se reiniciarían las conversaciones para aprobar un nuevo plan, el tercero, menos perjudicial que los anteriores, pero que tampoco serviría para solucionar los problemas de fondo de una economía que seguirá siendo insolvente durante muchos años. En ese escenario, Grecia dejaría de ser el avispero político que ha sido en los últimos meses y el conflicto social y político escalaría a dimensiones desconocidas en un Estado miembro de la eurozona. Unas nuevas elecciones o un nuevo Gobierno compuesto por fuerzas que confunden la responsabilidad con la sumisión se prestaría a volver a participar en unas negociaciones que ya solo podrían ser un paripé y a gestionar otro ineficaz paquete de medidas de austeridad. Nada de eso garantiza una solución duradera para los problemas que sufre la economía griega ni, mucho menos, una gestión adecuada del agudo conflicto sociopolítico que se abriría. Desplazar a Tsipras no va a acabar con la rabia que acumula el pueblo griego. Irá a más, porque los problemas que afronta Grecia no surgen ni se agravan con el Gobierno de Syriza, son la consecuencia lógica de una estructura productiva que ha sido vaciada desde su entrada en la eurozona de sustancia económica y los desequilibrios macroeconómicos que genera. Y a esos problemas económicos se suman las debilidades institucionales de la eurozona y las salvajes y erradas políticas de austeridad que se han impuesto y, en su núcleo esencial, se quieren seguir imponiendo.   

Si gana el no preconizado por Tsipras aún existe una pequeña posibilidad de seguir negociando y lograr un nuevo equilibrio entre las pretensiones de los acreedores y las necesidades de Grecia y sus ciudadanos. Y es a ensanchar esa pequeña posibilidad de seguir negociando sobre unas nuevas bases, que no supongan más de la misma austeridad que ha fracasado en los dos planes de rescate aplicados, a la que Tsipras y su partido dedicarán todas sus energías en estos días. La izquierda europea está obligada a acompañar a Syriza en ese esfuerzo, defender que sea el pueblo griego de forma democrática el que decida si la propuesta de la troika es aceptable y exigir que, independientemente del resultado, se siga negociando. Los líderes europeos deben dialogar, mantener abiertas las conversaciones y negociar con un Estado miembro que pretende seguir formando parte de la eurozona y la UE, pero ha decidido no aceptar imposiciones insufribles ni seguir aplicando las mismas políticas que prolongan desde hace cinco años su agonía.

Tsipras no es un irresponsable ni un héroe, es un político de izquierdas al que sus pares y socios de la eurozona han colocado, con plena conciencia, en una situación imposible y ante una disyuntiva dramática. Tsipras buscaba un acuerdo viable que le permitiera cumplir su compromiso con los electores que le habían votado para acabar con las políticas de austeridad. Podía, como ha demostrado de forma reiterada durante las últimas semanas, hacer muchas concesiones e, incluso, renunciar a que el acuerdo recogiera propuestas razonables que no entraban en conflicto abierto con la estrategia de austeridad. Lo que no podía aceptar es un acuerdo imposible de defender ante la ciudadanía griega, que incumpliese el mandato de sus votantes cuando lo eligieron para liderar una nueva estrategia de crecimiento que tuviera presente los intereses de una mayoría social empobrecida y permitiera protegerla. Aceptar la permanente presión de los acreedores para conseguir nuevas concesiones llevaba a un camino sin retorno que conducía irremediablemente a  la división de Syriza, el desprestigio de su Gobierno y la desconfianza de la ciudadanía en toda forma de representación política democrática.   

Tsipras hubiera preferido utilizar el referéndum para ratificar un insatisfactorio pero necesario acuerdo, pero no le han dejado otra opción que convocarlo para intentar recomponer el marco negociador y sacar a las conversaciones del callejón sin salida en las que se habían adentrado. Tras la convocatoria del referéndum queda claro que las autoridades europeas no están apretando las tuercas a la izquierda radical griega, sino a un Estado miembro de la Unión Europea y a una parte de la ciudadanía europea que rechaza las políticas de austeridad porque la condenan a vivir durante décadas en unas condiciones deplorables de las que no tienen forma de salir.

Cada nueva concesión griega parecía alejar la meta del acuerdo y disparaba el dispositivo de una nueva presión por parte de alguna de las instituciones acreedoras o, incluso, de algunos de los personajes (Schäuble, todopoderoso ministro alemán de Finanzas, en primera fila, y Lagarde, directora del FMI,  a su vera) con mayor presencia en el drama. Estaban envalentonados ante la frágil y deteriorada situación de la economía griega, la división en el seno de Syriza y los gérmenes de un cuestionamiento social que se interroga a propósito de si la resistencia a las medidas de austeridad, vistos los resultados en estos meses, ha sido el camino adecuado o puede prolongarse por mucho más tiempo. Consideraban que Tsipras estaba atrapado y que no tenía otra salida que aceptar nuevas imposiciones. Y se les ha ido la mano.

El referéndum es el último recurso del que dispone el Gobierno de Syriza para que las instituciones europeas entren en razón. Si no lo consigue, Grecia caerá en el abismo y la eurozona entrará de la forma más penosa que pudiera imaginarse en una época de incertidumbres, crisis y, muy probablemente, decadencia. Resulta extraño pensar que un desenlace tan penoso como fácilmente evitable esté a punto de producirse, pero así están las cosas. Así las han puesto las instituciones europeas y su peligroso juego de cercar y aniquilar toda resistencia a las políticas de austeridad.

En los próximos días, todas las baterías mediáticas y políticas en manos de los mercados y el bloque de poder que marca el paso a las instituciones europeas van a bombardear a las opiniones públicas de Grecia y del resto de Europa para mostrar la irresponsabilidad de Tsipras al convocar el referéndum, tratar de identificar el no a la propuesta de la troika con rechazo a la eurozona y acompañar esa mentira con una amenaza abierta de exclusión de la eurozona si gana el no. Puede que esa amenaza, en una situación angustiosa para la mayoría social griega, surta efectos. En unos días lo comprobaremos. Sometida la ciudadanía griega a una presión brutal, cualquier resultado es posible

¿Lograrán desplazar a Tsipras y aplastar la resistencia a las políticas de austeridad que representa el Gobierno de Syriza? Es posible, pero no conviene adelantar acontecimientos ni dar por buenos los planteamientos y pretensiones de mercados e instituciones europeas. También es posible que el pueblo griego respalde el no que solicita Tsipras y rechace el chantaje planteado por las instituciones europeas. Y a partir de ese no mayoritario se pondría en marcha otra partida.

A pesar de tantas amenazas que asocian el no con la salida del euro, ¿se puede descontar ya que una ruptura tan irracional, tan costosa para ambas partes (por mucho que Grecia y su ciudadanía ocupen el epicentro de la catástrofe) y tan peligrosa para el proyecto de unidad europea acabe sucediendo? Ni el referéndum del próximo día 5 de julio ni el no de la ciudadanía griega a la última propuesta de la troika  justificarían una exclusión de la eurozona que ni está prevista en los Tratados ni forma parte de la pregunta sometida a referéndum. Haría falta, además, un factor decisivo: la voluntad política de los líderes europeos. Tsipras sigue dejando claro que su decisión es mantener a Grecia en la eurozona. Y no se observa ninguna prueba de que los demás líderes europeos, Merkel incluida, tengan voluntad suficiente ni ganas de afrontar la responsabilidad histórica de iniciar un proceso de desmantelamiento de la eurozona que nadie sabe en qué puede acabar.

En las últimas horas, algunos líderes europeos han mostrado su voluntad de mantener los puentes abiertos y seguir haciendo todos los esfuerzos posibles para reiniciar el diálogo y concluir las negociaciones con un acuerdo que sea satisfactorio para Grecia y para Europa. No hacen falta tantos esfuerzos, bastaría con que Merkel moviera un dedo tras conocer el resultado del referéndum, sea el que sea (el dedo y el resultado).