jueves. 28.03.2024
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Por José Mansilla | El próximo domingo día 23, mientras en muchas ciudades de nuestro ámbito más cercano se celebra el tradicional Sant Jordi, San Jorge o, simplemente, el Día Mundial del Libro, una conmemoración, donde, simbólicamente, se dan la mano la muerte de dos de las grandes figuras de la literatura universal -Shakespeare y Cervantes- junto a poderosas llamadas a la vida como son las rosas y los propios libros, en Francia se estarán llevando a cabo las elecciones más importantes de las únicas décadas.

Este inminente proceso electoral pone mucho en juego. Por un lado, el gobernante Partido Socialista, con su último Presidente con un más que bajo nivel de aprobación, se presenta extrañamente dividido entre el candidato que ha ganado las primeras, Benoît Hamon, y un outsider de la política tradicional, el liberal e independiente Emmanuel Macron. Por otro, el conservador François Fillon, otrora favorito para la victoria, se encuentra inmerso en diversos escándalos de corrupción de forma que, incluso, grandes y conocidas personalidades de su partido, Los Republicanos, le han retirado su apoyo. La izquierda no socialista, agrupada en torno a la candidatura de La Francia Insumisa y Jean-Luc Mélenchon, parece que va ganando apoyos cada día que pasa y, por último, la presencia ya constante desde hace décadas de la última representante de la familia Le Pen, Marine, al frente del antieuropeista y ultraderechista Frente Nacional (FN). Por supuesto que existen otras opciones, hasta 11 distintas, pero éstas son los que tienen más posibilidades de acceder a la segunda vuelta de las elecciones.

Aunque las encuestas varían casi cada hora, lo que a día de hoy parece más probable, si nada lo evita, es que la candidata del Frente Nacional pase, junto a alguno de sus oponentes, al ballotage del próximo 7 de mayo. El programa electoral de Marine Le Pen está impregnado de una visión altamente nacionalista que propone, entre otras cosas, la limitación de los derechos de los inmigrantes; la restricción de la libertad religiosa; avances en el carácter securitario del Estado; una lucha contra la globalización mediante el fomento del aparato productivo interno francés con liderazgo del Estado y, a nivel de asuntos exteriores, el rediseño de sus relaciones con la Unión Europea (UE) de forma que Francia salga del Tratado de Schengen, el cual garantiza la libertad de movimientos de los europeos por territorio de la Unión; se limite la inmigración interior legal del propio continente y se impongan tasas e impuestos a los trabajadores de origen extranjero, además de recuperar el Franco como moneda nacional, entre otras cuestiones. En definitiva, se trataría de una Francia que se miraría hacía sí misma, rompiendo, en cierta medida, las relaciones que tradicionalmente ha mantenido con el exterior.

Ahora bien, más allá de las posibilidades de dichos planes –por ahora solo electorales- los vínculos que nuestro vecino del Norte ha establecido con el resto del mundo no han sido solo políticos o económicos, sino también culturales, afectivos e, incluso, familiares. En este sentido, el turismo de y hacía Francia ha actuado como un puente entre culturas desde hace décadas. Así, según las últimas referencias aportadas por el Instituto Nacional de Estadística (INE), y con datos de febrero de este mismo año, quitando al Reino Unido, los Países Nórdicos y Alemania, Francia ha sido el origen de aquellos turistas que han realizado un gasto mayor –hasta 341 millones de euros- en nuestro país, con un incremento anual del 18,4%. Esto ha supuesto que más de 1,1 millones de franceses hayan visitado los distintos territorios del Estado español, con un incremento del 6,5% sobre 2016.

En sentido inverso, las cifras también son importantes. Así, Francia, principal destino turístico mundial con más de 85 millones de visitantes en 2015, vio incrementar éstas un 0,9% con respecto el año anterior, según la Embajada de Francia en España. Pese al leve retroceso de los visitantes europeos (-1,5%), largamente compensado por aquellos de origen asiático (+11,6%), las visitas procedentes de nuestro país se vieron incrementadas en un 4,9%, así como las de italianos en un 6,5%. Tal éxito ha hecho al actual Gobierno francés situar, para 2020, su objetivo de visitas en los 100 millones.

En definitiva, Francia es y seguirá siendo un destino mundial aunque sus relaciones con sus países vecinos, miembros del Club Europeo, puedan verse más o menos alteradas por las medidas políticas de los próximos gobiernos. Sin embargo, lo que parece más difícil es que el país ponga en riesgo una actividad como la turística, la cual supone el 7,4% de su PIB. Y no solo eso, sino que, en un mundo cada vez más global e hipermovilizado, los lazos e intercambios sociales, económicos y culturales que, entre otros, el turismo conlleva, hacen altamente improbable el, por algunos deseado, aislamiento de un país que fue, no lo olvidemos, protagonista del Siglo de las Luces. 


José Mansilla | Miembro del  Observatori d’Antropologia del Conflicte Urbà (OACU) y del Grupo de Investigación Interdisciplinar en Turismo (GRIT-Ostelea)

Elecciones en Francia: el turismo como puente entre sociedades