jueves. 18.04.2024
chipre

Desde hace ya 41 años, existe en Europa, una situación anómala: el conflicto de Chipre, un país dividido y parcialmente ocupado por Turquía y a cuya capital, Nicosia, tiene la triste condición de ser la única capital dividida de Europa. Se trata, pues, de una anomalía inaceptable en la que la realpolitik, las hipocresías y los dobles raseros políticos, han enquistado el conflicto en esta isla del Mediterráneo oriental y que es miembro de pleno derecho de la Unión Europea (UE) desde el año 2004.

Stelios Stavridis, en su interesante libro La Unión Europea y el conflicto de Chipre (1974-2006), recapitula sobre el origen del mismo y, a la vez, nos ofrece una profunda, amarga y dolorosa visión crítica de dicho conflicto, en especial del “ambiguo e inconsistente” papel desempeñado para buscar una posible solución, tanto por parte de la UE como del Parlamento Europeo (PE) pues ambas instituciones no han ejercido, con energía y convicción, su influencia en lo que, como recuerda Stavridis, “a todas luces era un caso claro de invasión y ocupación militar ilegales” con arreglo al Derecho Internacional.

Pero situémonos en el contexto del problema. La historia de Chipre es una historia de continuas invasiones y ocupaciones dada su envidiable posición geopolítica y geoestratégica. Así, desde que en el siglo XIII antes de Cristo se asentaron en ella los griegos, la isla fue ocupada, sucesivamente, por Alejandro Magno, Roma, Bizancio, Ricardo Corazón de León, la dinastía francesa de Guy de Lusignan, Venecia, hasta que fue conquistada por Turquía (1871), potencia que la cedería al Imperio Británico en 1878 al que perteneció hasta que, finalmente, Chipre logró la independencia en 1960.

Dado que en la isla convivían dos comunidades diferentes, la greco-chipriota y la turco-chipriota, las aspiraciones de ambas en el nuevo Estado, que pronto se demostraría políticamente inviable, eran bien distintas: mientras la mayoritaria población de origen griego deseaba la unión a Grecia, lo que se conoce como la “enosis”, la minoría turca era partidaria de la “taksim”, esto es, de la doble partición de la isla, de la separación política de ambas comunidades.

Así las cosas, el desencadenante del conflicto actual tuvo lugar cuando el 15 de julio de 1974 se produjo un golpe de Estado por parte de la extrema derecha del EOKA-B contra el cardenal Makarios, entonces presidente de Chipre, y que, al posicionarse durante la Guerra Fría con el Movimiento de Países No Alineados, le valió el que Estados Unidos lo calificase despectivamente como “el Castro del Mediterráneo”. El golpe contra Mamarios fue alentado por la Junta Militar de Atenas, por la dictadura griega entonces en el poder, con objeto de lograr la ansiada “enosis”. Ante esta situación, Turquía reaccionó de inmediato y cinco días después, por medio de la “Operación Atila”, invadió el norte de Chipre con el pretexto de restablecer el status quo previo al golpe y defender a la población de origen turco cuando, en realidad, el gobierno de Ankara, presidido por Bülent Ecevit, lo que hizo fue aprovechar la oportunidad para forzar un “taksim” sobre Chipre. Aunque el golpe pro-griego puso en el poder a Nicos Samson, la asonada fracasó a los pocos días, al igual que le ocurrió a la Junta Militar helena, que sería derrocada. Sin embargo, las consecuencias de la invasión y posterior ocupación turca se mantienen invariables hasta el día de hoy puesto que las fuerzas de Ankara siguen dominando el 37% de la isla, a la vez que se produjo una limpieza étnica  lo cual supuso que 200.000 greco-chipriotas fueron expulsados de sus hogares y que, hasta 1977 se produjo un intercambio de poblaciones entre el norte turco y el sur griego de la isla con la mediación de la ONU. Desde entonces, las dos comunidades se hallan separadas política y geográficamente. Además, ha habido variaciones demográficas puesto que, en sucesivas oleadas, han ido llegando a Chipre campesinos turcos de Anatolia, en una cifra estimada de unas 115.000 personas, lo cual ha reforzado la turquización del norte de la isla, con la consiguiente destrucción de los vestigios de la cultura y la religión griega, máxime tras la declaración unilateral de independencia en 1983 de la autodenominada República Turca del Norte de Chipre (RTNC), tan sólo reconocida diplomáticamente por Turquía ya que ningún otro país del mundo acepta su legitimidad y legalidad.

Por otra parte, para solventar este conflicto enquistado, han tenido lugar numerosas negociaciones entre ambas comunidades. La más importante, aunque a la postre inútil, fue el Plan de Kofi Annam, el entonces secretario general de la ONU, con sus 5 versiones presentadas entre 2002-2004 y sus más de 9.000 páginas. Pero, tras ser sometido a referéndum por separado el 24 de abril de 2004, fue rechazado “abrumadoramente” por los grecochipriotas (el 80% votaron en contra) liderados por su presidente Papadopoulos, ya que dicho plan legitimaba la invasión, la ocupación militar turca del norte de la isla y la posterior llegada de los colonos turcos, no se concretaba la futura estructura política del país (federal o confederal) y, además, se obligaba al nuevo Estado reunificado a apoyar el ingreso de Turquía en la UE.

Hay que recordar también otros intentos que, aunque infructuosos, intentaron buscar una solución al conflicto chipriota como el proyecto de creación de los Estados Unidos de Chipre de 2001 auspiciado por EE.UU. y que contemplaba la existencia de tres zonas geográficas distintas: la grecochipriota, la turcochipriota y una zona común, u otros intentos de articulación federal de la isla como el inspirado en la Constitución federal de Bélgica de 1992, pero todos ellos quedaron en actos voluntaristas y bienintencionados pero carecieron de operatividad práctica.

El libro de Stavridis dedica, con buen criterio, una parte considerable del mismo a  analizar el papel, tan ineficaz como irrelevante, de la UE y del PE a la hora de intentar solventar un conflicto que afecta, no lo olvidemos, a uno de sus Estados miembros. Es por ello que estudia la actuación de la UE como actor regional (que no global)  en el marco de las relaciones internacionales y reconoce que no ha ejercido la influencia que cabía esperarse de ella en Oriente Medio, foco permanente de conflictos para seguidamente analizar el concepto de “potencia civil”, de “poder blando”, que se supone tiene la UE. Este concepto, acuñado por Joseph Nye en 1990, significa la existencia de “instrumentos políticos, culturales y de otro tipo. Es el poder de la persuasión, que en ocasiones puede ser más efectivo  que el poder duro tradicional, esto es, los métodos de fuerza o militares”. Por ello, como señala Nye, “cuando nuestras políticas son percibidas como legítimas ante los ojos de los demás, nuestro poder blando se enaltece”. Por ello, porque el “poder blando” de la UE no ha sido puesto al servicio de solucionar el conflicto de Chipre, es por lo que la obra de Stavridis ofrece una valoración muy crítica con el papel desempeñado en este caso por las instituciones comunitarias. Y la razón, a su modo de ver, hay que enmarcarla en el contexto de la posible entrada de Turquía en la UE, una decisión política de gran calado pues ello constituiría “una clara señal  de que la UE posee una naturaleza no cristiana, no discriminatoria  y no religiosa”. Pero, frente a esta intención, los hechos demuestran que ello no ha servido para resolver el conflicto de Chipre ya que, como señala con amargura Stavridis, la UE “no ha ejercido nunca  una presión genuina sobre Turquía” como lo prueba, por ejemplo,  el hecho de que en las negociaciones entabladas para la incorporación de Turquía a la UE, nunca se exigió, como requisitos previos al gobierno de Ankara, que reconociese a ka República de Chipre y ni tan siquiera  se  le exigió el poner fin a la ilegal ocupación militar del norte de la isla.  Todo ello es un claro síntoma de lo que Jean Catsiapis ha denominado como “passivité européenne”. En este sentido, siempre he sido partidario de la integración de Turquía en la UE, una decisión de gran calado político y que, por ello, ha generado siempre polémica,  pero no a cambio de pagar el precio que supone la indignidad de perpetuar la división política de la isla y la ilegal ocupación militar que padece, hasta hoy, la República de Chipre.

En consecuencia, durante estas cuatro décadas de conflicto, la CEE primero y la UE después han hecho gala de una retórica que no ha ido nunca respaldada por acciones concretas y firmes para no enemistarse con Turquía.  De este modo, la UE ha eludido el tema escondiéndose tras la coartada de su apoyo internacional a la ONU y, de este modo, eludiendo involucrarse en el conflicto de forma directa. Lo mismo podemos decir del escaso e irrelevante papel del PE pese a que la “diplomacia parlamentaria” que enarbola  dicho organismo comunitario, pretenda asumir un papel activo  en la escena internacional como promotor de los principios democráticos y de los derechos humanos en el mundo entero. Y, sin embargo, tampoco el PE emprendió en este tema ninguna acción concreta, nunca adoptó sanciones contra Turquía, país al que considera un importante “actor geoestratégico de la realpolitik”. De este modo, se obvia la actitud negativa de Ankara, ya que, como recordaba Stavridis, “la Turquía oficial se define por Grandes Causas nacionales que permanecen fieramente ajenas a toda racionalidad democrática: la negación del genocidio armenio de 1915, la negación de la cuestión kurda y el rechazo a reconocer a Chipre”.

La solución es y será difícil mientras Turquía mantenga una postura rígida alegando que “el problema chipriota fue solucionado en 1974”  y que esta óptica inflexible siga contando, por pragmatismo político, con el apoyo de EE.UU. y de Reino Unido.

Así las cosas, a fecha de hoy nadie cree en la existencia futura de una República de Chipre centralizada. Más bien, la solución parece hallarse en una apuesta por la bizonalidad y la bicomunidad. Por ello, a modo de balance, la amarga conclusión de Stavridis es que el enquistamiento del conflicto se debe a que tanto la UE como el PE no han presionado como debieran para buscar una solución federal para Chipre. Esta ausencia de voluntad y de una coherente política exterior por parte de las instituciones comunitarias para con uno de sus socios, les ha supuesto un serio descrédito en el ámbito de las diplomacias defensoras  de la legalidad internacional y de los derechos humanos.

La resolución justa del conflicto de Chipre supone, a fecha de hoy, un importante reto político pues ello, además de ser determinante para el futuro de la isla, significa también un desafío para la credibilidad de las ideas europeístas, tan dañadas precisamente ahora como consecuencia de la actuación de la Troika con respecto a la crisis de Grecia, ya que como señalaba Camiel Eurlings, de ello dependerá el que la UE se convierta, o no, en “un actor internacional de envergadura”.

El conflicto de Chipre y la inoperancia europea