viernes. 19.04.2024
fanatismo

Sus orígenes son lejanos y están viciados por muchos intereses que no podemos dejar que nos arrastren a los extremos que buscan los yihadistas con su brutal violencia y las posturas racistas de partidos como el Frente Nacional

Aún resuena el horror de un acto tan cruel como la matanza, a sangre fría, de doce personas, periodistas de Charlie Hebdo y policías, el 7 de enero en París. Y el de otro policía y las muertes de franceses judíos en un supermercado de hace apenas unas horas... Lo primero y más urgente es la solidaridad con ellos y sus familias. También con sus compañeros que han decidido publicar el siguiente número.

Aunque debería ser demasiado pronto para lanzarse a debates profundos, estos han estallado con el nerviosismo del momento. Sus orígenes son lejanos y están viciados por muchos intereses que no podemos dejar que nos arrastren a los extremos que buscan los yihadistas con su brutal violencia y las posturas racistas de partidos como el Frente Nacional.

Hoy no puedo dejar de acordarme de la sacudida del 11 de marzo de 2004 en la madrileña estación de Atocha. De aquella sensación de brutalidad por la ejecución sumaria de casi dos centenares de personas “acusadas” por la participación de España en la guerra de Irak. Un país en el que cerca del más del 90% de la población se había opuesto a esa decisión y lo había demostrado en multitudinarias manifestaciones. Puro totalitarismo.

También en la revelación de aquellos días. Claro está, las vidas más cercanas dolían más. Cualquier madrileño pudo ser víctima. Pero también una segunda certeza. No servía de nada poner, también, fronteras al dolor. Por solidaridad con otros seres humanos y por egoísmo, para evitar más sufrimiento en un mundo que no anda sobrado de él. En Madrid hubo un 11M. En Irak, cientos durante aquellos años. Aún sigue habiéndolos hoy.

Lo mismo sucede estos días. Unos dibujantes satíricos brutalmente asesinados en nombre de una venganza, que sus autores quieren reclamar como, religiosa. Y otros cientos de personas muertas ayer mismo. En Siria, Irak, Yemen o Nigeria. Por similares ideas totalitarias.

Dejemos claras dos ideas obvias antes de avanzar en otros asuntos. La primera. Nada, nada en absoluto, justifica asesinar a otra persona por defender y publicar otras ideas. Incluso en tono irónico o hasta blasfemo. En el contexto europeo, hay mecanismos para esgrimir otros derechos, al respeto o la libertad religiosa. Además de un ancho campo para debatir sobre los límites de la libertad de expresión. Ojalá fuera así en todo el mundo.

La segunda, ¿hace falta justificar que nada tiene que ver el conjunto de una religión con más de mil millones de fieles con la acción de de tres personas? ¿No bastan las declaraciones de imanes y  particulares? ¿No suena la comparación con la, también bárbara, matanza de socialistas noruegos en la isla de Utoya en 2011? En ese momento se calificó la acción como aislada.

Si estamos embarrados en debates como esos es porque a veces los árboles no dejan ver el bosque entero. Porque hay demasiadas personas y grupos con ganas de encender la mecha del supuesto “choque de civilizaciones”. Su objetivo es claro: agrupar la gran variedad de identidades étnicas, religiosas y de residencia bajo el ellos o nosotros.

Unos lo hacen con objetivos políticos, a costa de erosionar la convivencia y echar gasolina al racismo en Europa. Otros, en tierras árabes y africanas, para conquistar poder e imponer su distopía religiosa y cultural, sin importar cuántas vidas se masacran, por cierto la mayoría de árabes y musulmanes, incluidos periodistas, activistas por los derechos humanos y minorías religiosas. Ambos quieren ganar adeptos para sus horribles proyectos.  En medio hay, como detalló Amin Maalouf en “Identidades Asesinas”, hay una gran variedad de tonalidades identitarias, una amplía variedad de personas que no debemos ser arrastradas hacia los extremos fanáticos.

En nuestro continente, la crisis ha avivado unos demonios tristemente familiares en la historia del continente. Superadas las guerras de religión de hace cientos de años y las matanzas en nombre del nacionalismo, algunos grupos vuelven a agitar las diferencias culturales y religiosas  Los cócteles incendiarios lanzados contra mezquitas en Suecia, las manifestaciones, solo concurridas, en el deprimido Este de Alemania, los mensajes antijudíos y antigitanos del partido Jobbik en Hungría o el uso del miedo a la inmigración como arma electoral en el Reino Unido han sido signos muy preocupantes en los últimos meses. Han sido la confirmación del alza de la extrema derecha en las pasadas elecciones al parlamento europeo.

En Francia, el país de la revolución de la libertad, igualdad y fraternidad y del estado laico, también juegan grupos interesados en torcer problemas reales para lanzar un discurso extremista. Apoyados en una parte de la población de ideas tradicionalistas, se aprovechan de una incompleta y compleja integración de poblaciones con orígenes diferentes, franceses de derecho descendientes de segunda o tercera generación de aquellos inmigrantes o habitantes de las colonias que se instalaron en el país. En ese caladero han pescado no sólo el Frente Nacional, sino otros partidos, como la UMP y hasta algunos sectores del PSF, agitando miedos islamófobos. En esos problemas de integración, también han lanzado las redes los grupos religiosos más retrógados que utilizan la religión musulmana para buscar elevar barreras culturales y excepciones. Y a la vez arrinconar otras visiones más progresistas dentro de su religión. El corolario más grave es el de aquellos jóvenes atraídos por las proclamas milenaristas y nihilistas  que han pasado a engrosar las filas del yihadismo internacional.

En el mundo árabe, el Daesh, el mal llamado estado islámico, ha crecido en las cenizas de las apagadas primaveras. Lleno de dictaduras de todo tipo, hubo una oportunidad de democracia, igualdad y justicia para esa parte del mundo. Apagada esa llama por los intereses de sus dirigentes y de otros países europeos, Rusia y EE.UU., los yihadistas han encontrado las condiciones perfectas para resurgir. El Daesh nace de las versiones totalitarias de una pequeña parte de grupos, del desastre de las guerras en Irak y del macabro juego de ajedrez de las guerras regionales intermediadas en Siria, por encima de las vidas, sueños y proyectos de cambio de su población.  Ahora, las chispas de ese incendio llegan a Francia. Y, por desgracia, podrían aparecer en otros lugares.

“No en mi nombre” han dicho muchos musulmanes, europeos y de países árabes ante los atentados. “Je suis Charlie” han dicho mucho franceses de diferentes orígenes, en solidaridad con los asesinados.  “Sí a la diversidad” gritaron también muchos alemanes hace apenas unos días, frente a las manifestaciones de Pegida (Patriotas europeos contra la islamización de Occidente). No en mi nombre, tenemos que gritar todos. No a los asesinatos y matanzas. No a las dictaduras, las tiranías, las violaciones de derechos humanos. No a considerar enemigos a grupos enteros de población que viven en toda Europa.

Si los partidos políticos no lo hacen, hagásmolo los ciudadanos. Así ha pasado en España, donde el movimiento 15 M y partidos como Podemos han creado nuevos espacios de cambio, y son un colchón contra el arraigo de mensajes extremistas, como los discursos del alcalde de Badalona. A la vez, hace falta trabajar por una solución justa y democrática de los conflictos en Oriente Medio. Creemos alianzas con aquellos sectores europeos de otros orígenes, aquellos con los que compartimos miradas similares, y claro también alguna diferencia. Y también con los que viven en los países árabes. Digamos no sólo a las soluciones basadas en la seguridad militar o el retorcimiento de nuestras libertades y sí a las de la seguridad humana. Por justicia o por egoísmo.

No en mi nombre: la necesidad urgente de evitar alimentar los fanatismos