viernes. 29.03.2024

Quiso el general pasar a la posteridad para que la Historia no borrase su legado sangriento. Mandó así construir un gigantesco mausoleo –el gigantismo siempre fue característico de la arquitectura fascista- en el que darse tierra llegado el momento. El mausoleo es la llamada “Cruz de los Caídos” que se construyó a base de trabajo esclavo: el trabajo de los presos políticos de la dictadura. A la tal cruz no le faltó detalle. De manera que el general se enterraría junto a los restos de un símbolo principal del régimen: el jefe fascista José Antonio Primo de Rivera. Añadiría además una ingente cantidad de restos de los “caídos”; es decir, de sublevados muertos tras el 18 de julio de 1936. Pero no encontró los suficientes y ordenó saquear tumbas de “rojos” para amontonarlos en su gran panteón. El mausoleo quedó coronado por una enorme cruz, pues la dictadura franquista se basó en una sólida alianza entre el régimen y la Iglesia católica, cuya jerarquía a día de hoy no ha pedido perdón a la sociedad española por aquella fraternidad criminal. Por fin, se alojarían allí un grupo de monjes. El resultado es el lugar de memoria supremo de la dictadura franquista. Y como tal sigue perviviendo hoy, algo excepcional en la Europa del siglo XXI.

¿Qué hacer con semejante monumento? El gobierno ha creado una comisión de expertos para tomar una decisión, justo cuando ya no le queda tiempo para poner en práctica las recomendaciones que le pueda hacer llegar. En todo caso, ¿qué cabría hacer? El profesor de la Universidad de Barcelona, Ricard Vinyes -un experto en el estudio de la represión franquista y en la cuestión de la memoria- propuso en la prensa hace algunos meses volar la “Cruz de los Caídos”, con el desalojo previo de los frailes, claro está. “Desaparecería como lágrimas en al lluvia”, en frase célebre de “Blade Runner”. Es una posibilidad. Pero también se pueden acometer los reajustes necesarios para que quede como testimonio del horror, de la misma manera que hoy perviven Auswitch o Mauthausen. Insisto en lo de “testimonio del horror”, porque la “Cruz de los Caídos”, al igual que Auswitch o Mauthausen, no puede ser nunca un espacio de reconciliación –esa noción religiosa, ajena al universo categorial de la democracia- o de memoria compartida. No es posible que víctima y victimario compartan memoria.

Para el propósito propuesto, la “Cruz de los Caídos” debe, en primer lugar, desacralizarse. No puede ser que se celebren misas en la basílica honrando la memoria del general, un rito apologético que en una sociedad democrática debería constituir delito. Desacralizado el espacio, la presencia de los monjes deja de tener sentido. Asimismo, los restos robados de los “vencidos” en 1939, en la medida de lo posible, tendrían que devolverse a sus deudos.

El resto debería conservarse tal y como está. Es decir, los restos del general y del jefe falangista deben permanecer donde se hallan, porque forman parte fundacional y sustancial de ese espacio del horror. Además, ¿qué resuelve sacar de allí los restos del dictador? El dictador y el jefe fascista, junto a la cruz y a los símbolos religiosos forman parte del conjunto, del mismo modo que los hornos crematorios o los barracones forman parte de Auswitch. Por fin, el espacio debería museizarse para explicar e ilustrar el origen y sentido del monumento, así como la atroz dictadura que representa. Del mismo modo que hoy Auswitch o Mauthausen sirven para no olvidar el horror nazi y su significado.

Hemos querido hacer esta reflexión en el setenta y cinco aniversario del golpe militar contra el régimen republicano, legal y democráticamente constituido. Golpe que explica la guerra civil, pues en la medida en que no triunfó debido a la movilización armada de los trabajadores y de las capas populares dio paso a la guerra misma. Un golpe acometido por militares “africanistas”, de esos que gustaban fotografiarse en la colonia sosteniendo por los pelos sendas cabezas cortadas de rifeños, a guisa de trofeo. Una guerra de tres años de resistencia antifascista del pueblo español hasta 1939. Después, una dictadura sangrienta y longeva que la “Cruz de los Caídos” perpetúa, a día de hoy, en términos simbólicos.

La Cruz de los Caídos como Auswitch o Mauthausen (A propósito del 18 de julio)