viernes. 19.04.2024
rajoy480
Rajoy y Gallardón en el Congreso. (Foto: La Moncloa).

Observo la portentosa obra legislativa del Partido Popular en el Gobierno y no encuentro ni una sola medida que haya ido dirigida a aliviar la situación de aquellos que más padecen la crisis sin haberla provocado. Un impuesto del valor añadido que graba productos de primera necesidad como la luz, el teléfono, el gas, el agua o la cultura al veintiuno por ciento; un impuesto sobre la renta de las personas físicas que pagan sólo aquellas personas que tienen nómina y que viola la actual Constitución al carecer de proporcionalidad y progresividad; un trato de favor hacia las grandes fortunas que tienen departamento especial en la Inspección de Hacienda controlado por Montoro; una policía armada que sólo actúa, por orden gubernativa, para acallar las protestas legítimas de los ciudadanos indignados y meter el miedo a la población, no vaya a ser que se contagie; una crueldad infinita con aquellos que quieren venir a nuestro país huyendo de la miseria tremenda que Occidente ha creado en África; un desprecio de igual calibre hacia aquellos de entre nosotros que tienen que largarse del país porque aquí no hay nada, nada de nada más que corruptos, logreros, inútiles, trepas y lameculos instalados en todas las esferas del poder, público y privado; una rapidez inusitada –veinticuatro horas- para juzgar a quien roba una moto, y una lentitud exasperante hasta la prescripción a la hora de encausar a aquellas personas que pertenecen a la casta o han pegado la hebra con ella, dando como resultado lo que podríamos denominar sin mucho margen de error como Estado de Impunidad, que es el que actualmente rige en España; un desprecio hacia la investigación y la Educación en general que nos está haciendo perder en muy pocos meses lo que habíamos avanzado en décadas: Nuestros cerebros más notables huyen de España como si de nuevo aquí se hubiese instalado en Santo Oficio con sus hogueras, chivatos y correveidiles; una relación entre el Gobierno y los gobernados –hasta hace poco algo parecido a ciudadanos- que se basa únicamente en la represión y en la obligación de tributar y obedecer so riesgo de palo, multa, detención o todo a la vez.

¿Qué herencia, pues, vamos a recibir? ¿Qué herencia estamos recibiendo? Nunca estuvimos cerca de la perfección, casi nadie lo está y además sería aburrido, pero esto de ahora supera todo lo previsible. En poco más de dos años de gobierno, Mariano Rajoy Brey –hijo y nieto de Camborios como Antonio Vargas Heredia, flor de la raza calé- ha recortado mucho más de lo que la Democracia permite dejando los servicios públicos a merced de cualquier desaprensivo de su misma condición, no obstante ha logrado, empleando para ello toda la impericia y cortedad del mundo, que la deuda pública haya subido del sesenta por ciento a casi el cien por cien de nuestro PIB, hipotecando para mucho tiempo las posibilidades de recuperación del país; ha cercenado el Derecho a la Educación al aprobar una ley clasista, excluyente y clerical que nos retrotrae a 1970 y nos acerca aromas de Villar Palasí, al disminuir las becas de todo tipo, al eliminar partidas enteras de ayuda a la investigación, al dejar a la escuela pública en general al borde la ruina, mantenida sólo por el esfuerzo y el sacrificio de miles de maestros y profesores que no están dispuestos a dejarse vencer por los envites del pasado rancio y cochambroso; ha destrozado el Sistema Nacional de Salud al expulsar del mismo a miles de médicos y sanitarios excelsamente preparados que hoy se rifan otros sistemas europeos, al provocar, por ello, interminables listas de espera que desesperan a los enfermos y llevan a los más graves a recurrir a las clínicas privadas como último recurso dentro de una política sanitaria privatizadora perfectamente planificada y premeditada; ha convertido la factura de la luz en una pesadilla para la mayoría de las familias españolas que tiemblan cada final de mes cuando ven próximo el día en que el cartero les comunique el nuevo sablazo, aunque no tengas calefacción, aunque uses bombillas de bajo consumo, aunque te pases el día apagando chismes, aunque uses velas; ha agredido a las mujeres en los más íntimo de su inteligencia, de sus derechos y de su dolor, al otorgar rango de ley a la moral católica en asuntos como el aborto que sólo a las mujeres concierne; ha convertido a la policía, en todas sus vertientes y modalidades, en una guardia pretoriana al servicio de los poderosos, pero pagada por todos; ha sembrado el miedo y la inseguridad entre la mayoría de los habitantes de este país que a diario se acuestan pensando que será de ellos, qué de sus hijos con el nuevo amanecer; prepara una ley de seguridad ciudadana que dejará vacios de contenido los derechos ciudadanos fundamentales, dando a las fuerzas represivas facultades y prerrogativas similares a la que tienen en cualquier monarquía bananera o país autoritario de tres al cuarto. En fin, ha declarado la guerra al pueblo, a quienes trabajan, a quienes están en el paro, a quienes están disminuidos o discapacitados, a quienes están sanos, a quienes protestan, a quienes callan, a todo lo que se mueve y tiene un nivel de renta inferior a los cincuenta mil euros anuales.

Un país sin derechos, un país con más policía por habitante que cualquier otro de la Unión Europea, un país sumido en la deslocalización industrial más espantosa, un país dónde se abren comercios a la desesperada y se cierran a la semana porque no hay un real para el consumo interno, un país amordazado, amedrentado, precarizado, deprimido y humillado que ha perdido el norte, que está noqueado, sin capacidad de reacción ante una agresión de tal contundencia que difícilmente nadie podía imaginar. Se ha sometido la voluntad popular a la voluntad de los bancos que provocaron la crisis, a la de los burócratas neoliberales de la Unión Europea, a la de las grandes corporaciones que compran fábricas para cerrarlas y deslocalizar después, optando por la sumisión completa a las leyes de los poderosos y la fuerza para con los díscolos. No, y siento decirlo, no hay futuro con un gobierno que todo esto ha hecho y que es tan incapaz que ni siquiera puede o sabe obligar a las grandes compañías monopolísticas a que traten a sus clientes obligados con respeto, a que no los tengan horas pegados a un teléfono dónde suena una y otra vez un robot y una musiquilla, una musiquilla y un robot, para decirte después, caso de alcanzar el privilegio de oír una voz humana explotada desde cualquier confín del planeta, que esa llamada va a ser grabada para nuestra seguridad –vamos, por si te cagas en sus muertos o algo más- ya que no nos van a solventar absolutamente nada.

La democracia –claro no se le puede pedir a Rajoy Brey o a Ruiz Gallardón que sepan de eso, ellos mamaron de otras leches- no consiste en votar cada cuatro años y achantar con lo que venga; tampoco el voto da al gobernante patente de corso para regresar un país al feudalismo. La democracia se basa en la mutua confianza entre gobernante y gobernado, y eso aquí se ha roto definitivamente. Los ciudadanos estamos fuera de juego, se gobierna y legisla contra nosotros dentro de un sistema pervertido que ha suprimido la división de poderes y en el que el nepotismo, la prevaricación y la impunidad han adquirido –de facto- rango constitucional. Esa es la herencia que estamos recibiendo, miseria, latrocinio, inmoralidad, supresión de derechos fundamentales, agonía de la economía productiva, parasitismo, aumento brutal de las desigualdades sociales y el esquilmo de la riqueza del país en beneficio de unos pocos. La Segunda Restauración, ha muerto. La amenaza autoritaria cada día cobra más fuerza y es más evidente, empero aquí hay vitalidad, inteligencia y voluntad para poner fin de una vez por todas a este perverso e insoportable orden de cosas, por mucho que la España que muere –la del poder- quiera asfixiar a la que grita por la justicia y la libertad con el pulso de un titán.

La herencia que estamos recibiendo