sábado. 20.04.2024
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A Paula D. Molero

El próximo jueves, ocho de marzo, se celebra uno de los días que más polémica despierta todos los años: el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. A pesar de una creencia ampliamente extendida, no es un día en el que se deba felicitar a toda mujer sobre la faz de la tierra, ni haya que regalarle flores o joyas, porque es lo que les gusta, a todas las mujeres que formen parte de nuestra vida; no es un día de celebración, sino de reivindicación.

Celebrado por primera vez en Alemania en 1911 pero no institucionalizado por la ONU hasta 1975, el ocho de marzo conmemora el asesinato de 146 mujeres trabajadoras en una fábrica textil de Nueva York en 1908. Pioneras en la lucha en el avance de las condiciones laborales de la mujer, decidieron encerrarse en la fábrica en la que trabajaban hasta que consiguieran un aumento de sus salarios y una mejora de sus condiciones de trabajo; pero unas bombas incendiarias, a manos de las ejemplares fuerzas del orden, acabaron con sus vidas. Si hoy en día las protestas de las mujeres no son rentables, mucho menos en 1908.

110 años después del trágico homicidio en masa, aunque se hayan ejecutado más de 800 feminicidios en España desde que se aprobó la Ley Integral contra la Violencia de Género en el año 2004, todavía son muchas las reaccionarias voces contra los movimientos feministas, voces reaccionarias indocumentadas de hombres blancos, heterosexuales y cisgénero en su mayoría, que todavía no contemplan la existencia, y por lo tanto no consideran necesaria la supresión, de un sistema heteropatriarcal del que todos formamos parte y que, con mayor o menos conciencia, a su perennidad contribuimos.

No todos los hombres, y esto no haría falta decirlo, violamos o matamos; pero sí todas las mujeres pueden ser violadas o asesinadas por violencia machista en algún momento de sus vidas: este, y no otro, debe ser el centro de atención

Este año, el ocho de marzo viene además acompañado con más polémica, si cabe, debido a la huelga feminista convocada, y que tendrá lugar en más de 40 países. Muchos hombres (y un reducido número de mujeres), que ni siquiera entienden el significado del feminismo, todavía no comprenden el objetivo de dicha huelga, y se sienten amenazados ante su simple mención. Rafael Hernando, indignado, señaló que “las mujeres no están para perder parte de su salario con estas cosas”; el Partido Popular rechaza la huelga porque la considera parte de la “élite feminista”, Arcadi Espada, fundador de la plataforma de Ciutadans de Catalunya, afirma que la huelga “le trae sin cuidado”; Inés Arrimadas, la portavoz nacional de Cs no secunda la huelga porque “reivindica el anticapitalismo” y su partido respeta la huelga pero no la secunda. Para todos ellos, los feminicidios cometidos, los techos de cristal, la brecha salarial, la ablación, el acoso verbal o sexual en todos los ámbitos en los que se produce, las violaciones y las múltiples vejaciones que sufren las mujeres durante su vida no son suficientes para secundar una huelga que pretende acabar con el machismo existente en nuestra sociedad.

Sin embargo, ¿cuál debería ser el rol que los hombres debemos desempeñar dentro de los movimientos feministas y, en especial, en una huelga a la que acude hasta la virgen María? Parece ser que a los hombres, independientemente de nuestra condición sexual, se nos ha olvidado que no somos protagonistas de un movimiento en el que más del 50% de la población mundial reivindica unos derechos que les han sido negados a nuestra costa, y tal vez esté pecando de ello al escribir este texto.

Los hombres hemos sido educados para tener la voz y la autoridad en una sociedad machista, en la que nuestra voz vale más que la de las mujeres. Debemos, por tanto, ser consecuentes con ello y saber que no somos los portavoces de los movimientos feministas; debemos ser cómplices, ayudantes y ejecutores, pero son ellas las protagonistas de un movimiento que las representa. Son ellas las violadas, las asesinadas, las vejadas, las acosadas y las invisibilizadas a nuestra costa.

Obviamente, y eso ya lo indica el movimiento #HeForShe, comandado por Emma Watson, el machismo también afecta a los hombres, pero no de la misma manera. Es insultante que un hombre se queje de no poder mostrar su sensibilidad sin ser juzgado, cuando las mujeres son violadas y asesinadas, y el mundo no solamente mira para otro lado, sino que le quita importancia al terrorismo machista.

No todos los hombres, y esto no haría falta decirlo, violamos o matamos; pero sí todas las mujeres pueden ser violadas o asesinadas por violencia machista en algún momento de sus vidas: este, y no otro, debe ser el centro de atención. Para ello, debemos ser conscientes de que, si de verdad queremos ser de ayuda, tenemos que analizar nuestra manera de actuar en nuestra vida diaria, cambiar la educación dirigida hacia los hombres, hacer autocrítica con el vocabulario que empleamos, del uso que hacemos del espacio público, de las interrupciones que realizamos a las mujeres y, por último, ceder parte de los privilegios con los que contamos para cedérselos a las mujeres y que, así, la igualdad sea real.

Por ello, flaco favor a los movimientos feministas le hace que Dani Rovira lleve tacones a la gala de los Goya en el 2017, después de haber cobrado más del doble que Clara Lago en Ocho Apellidos Vascos; que Alfred de OT2017 sea el que vista el traje feminista en una gala con cuatro concursantes femeninas; o que los hombres llevasen el pin #MeToo en los Globos de Oro, entre los que se encontraban James Franco, acusado de acoso sexual. Nosotros no somos mujeres, no sufrimos las consecuencias de ello y, por lo tanto, no es nuestro papel reivindicarlo con la voz cantante. Como, acertadamente decía Leticia Dolera en la gala de los Goya de este año, los feminismos se han convertido en un “campo de nabos feminista precioso”.

El próximo día ocho de marzo, debemos respetar y apoyar a las mujeres que acudan a la huelga, pero no podemos formar parte de ella. No se nos niega la participación porque el feminismo considere inferiores a los hombres ni porque las mujeres (feminazis, por supuesto) quieran establecer un sistema hembrista, sino porque debemos aprender que sin ellas, sin su labor, el mundo no hubiera salido adelante; a pesar de haber contado con la mitad de derechos pero con el doble de deberes y obligaciones.

¿Debemos los hombres ser feministas?, ¿debemos los hombres acudir a las manifestaciones feministas? Por supuesto, pero sabiendo que, si de verdad queremos ser hombres feministas en su totalidad, no debemos llevar trajes, tacones o pins, sino que tenemos que ceder parte de nuestros derechos, arrebatados a las mujeres durante siglos, para que la equidad real se alcance y, no por ello menos importante, ser feministas de verdad, ser feministas porque creamos en la causa, no solamente porque en nuestra vida haya mujeres, sino porque diariamente se producen asesinatos, violaciones o acosos a la mitad de la población mundial.

El feminismo no debe ser un campo de nabos