martes. 19.03.2024

Más allá de la presencia de dos septuagenarios en escena, uno que preguntaba y otro que respondía, la comparecencia del rey en el horario de máxima audiencia de TVE ha sido uno de los fiascos más monumentales de la televisión en España. “Pasará a la historia”, decía el aprendiz de director de informativos Julio Somoano en la presentación del vídeo. Desde luego, pero por razones bien distintas a esas que se pretendían en Zarzuela y Prado del Rey.

Sobre el preguntador, Jesús Hermida, solo cabe decir que fue un títere, un oxidado y anticuado personaje popular de TV (y punto) que se limitó a formular preguntas obsequiosas y complacientes que en nada contribuyeron al lucimiento de Juan Carlos de Borbón. Ni una pregunta comprometedora, incisiva, periodística. La insistencia en referirse a vuestra majestad revela el único aval de Hermida es su antigüedad en la profesión. Nada más. Todos los periodistas sabemos que se le llama señor, o majestad. La fórmula vuestra majestad es cursi y anacrónica. Propia de súbdito, no de ciudadano. Hermida también abusó de las apostillas, como cuando, tras la afirmación del rey: "Somos la generación de la libertad", Hermida dijo: "¡Qué hermoso nombre!". Inmenso error la elección de Hermida.

Sobre el preguntado, Juan Carlos I, solo cabe recordar lo obvio: que es un monarca en declive, sin fuerza, que llama a la dictadura otro sistema, que califica de mazazo la muerte de Franco... La misma actitud de “lo siento, me he equivocado, no volverá a ocurrir”. Cubrir el expediente, y a otra cosa. Ni Urdangarín, ni Botsuana, ni nada de nada. Empatía con el ciudadano, cero patatero. Quince minutos hablando de generalidades. La primera pregunta ya marcó el rumbo del despropósito: “¿Cómo se siente?”, le brindó Hermida. “Satisfecho”, admitió el rey. Flaco favor a la monarquía... y a su hijo, que estuvo presente cuando se realizó la grabación. Habrá aprendido lo que no hay que hacer para mejorar su imagen. Con lo fácil que es formular preguntas de verdad: suelen poner en bandeja la respuesta al entrevistado, que obtiene una rentabilidad mucho mayor que enfrentarse a un perrito faldero. Eso sí es el ABC de la entrevista. EL ABC del periodismo.

Sobre el concepto de programa de televisión: Que Julio Somoano presente el espacio resta credibilidad de arranque, dado que suscita indiscutible antipatía. El escenario, desastroso. Se repite la localización “despacho”, con el ya popular cuadro de Borbón Parma al fondo. El reloj marcó varias horas distintas a lo largo del vídeo. No hubo piernas cruzadas, norma de cortesía televisiva. Consecuencia: el rey, repanchingado, y Hermida, contorsionado, no contribuían a dar trascendencia, vuelo, al momento. La entrevista fue claramente editada: eliminando silencios y, probablemente, fragmentos inconvenientes para la imagen del monarca. La imaginación es libre. El ritmo: nulo. En la primera parte, las preguntas de Hermida, más largas que las respuestas del rey. En la segunda parte, la inclusión de planos de recurso (proclamación, muerte de Don Juan, Felipe de Borbón) fue otro burdo recurso para... ¿tapar cortes? ¿Dar un ritmo falso a un engendro televisivo que no lo tenía?

La comparecencia del rey en TVE apenas dejó dos o tres titulares prefabricados destinados a satisfacer a la prensa del establishment (referencias a las víctimas del terrorismo, a las familias que sufren, a los jóvenes sin empleo, a la vertebración del Estado conceptos como sacrificio o juntos podemos,) y con un innegable objetivo narcotizante, como producto en prime-time destinado al espectador pasivo y ciegamente juancarlista.

Solo nos queda rescatar a Neruda: señor, con todos mis respetos, todo en ti fue naufragio. Lo peor es que ya no le quedan más oportunidades. Igual se lo piensa mejor y concede una entrevista de verdad a Jordi Évole.

El rey en TVE: ni preguntas ni respuestas