viernes. 29.03.2024

Tal día como hoy, un 17 de julio de 1936, los militares africanistas, empujados por la oligarquía financiera, industrial, terrateniente y clerical de todo el país, se alzaron en armas cometiendo delito de alta traición contra la II República española. El Director de aquella matanza sin precedentes en nuestra historia se llamaba Emilio Mola Vidal y en su instrucción reservada número 5 de dos días después fijaba las brutales pautas a seguir para la guerra y la futura posguerra: “Es necesario crear una atmósfera de terror, hay que dejar sensación de dominio eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todo el que no piense como nosotros. Tenemos que causar una gran impresión, todo aquel que sea abierta o secretamente defensor del Frente Popular debe ser fusilado”. Seguida a rajatabla y con entusiasmo por Queipo de Llano, Yagüe –cuyo nombre sigue ostentando el Hospital General de Burgos para vergüenza de todos- Franco, Aranda, Millán Astray, Solchaga y tantas otras bestias pardas, tras la victoria de las tropas católico-fascistas se convertiría en el artículo primero y único de la Constitución que nunca aprobó Franco pero puso en práctica con sumo deleite y dedicación, dejando al país sin lo mejor de sí mismo, hundido en la miseria, la sumisión, el terror y la castración psicológica que este proporcionó a generaciones y generaciones de españoles.

En la guerra y en la terrible posguerra cientos de miles de españoles fueron asesinados, exiliados, torturados, desaparecidos, apagados, disminuidos, vejados, insultados y maltratados hasta lo indecible, entre ellos miles y miles de militantes socialistas que habían luchado en todos los frentes contra los golpistas, contra quienes querían regresarnos al horrible pasado del que parecimos escapar, como un espejismo, durante los dos primeros años republicanos. Hubo pueblos dónde no quedó viva ninguna persona que hubiese militado en ese partido, ciudades dónde se prohibió estudiar a sus hijos, provincias en las que se depuró, haciéndoles jurar por Dios y por España, su inquebrantable adhesión al régimen para salvar el pellejo, a miles de maestros y profesores, retrocediendo el reloj de nuestra historia como si el tiempo se pudiese recuperar alguna vez. El silencio habitó entre nosotros y Sansueña–maravilloso y desgarrador poema de Luis Cernuda- se convirtió en un cementerio habitado por gallinas ciegas, lo que no impidió que entre 1958 y 1977 cuatro millones de súbditos tuviesen que abandonar el país para buscar el pan en otros cuyos nombres jamás habían pronunciado sus bocas.

Vaya desde estas páginas mi más sentido y profundo homenaje de gratitud y admiración a todos lo que se enfrentaron en solitario durante tres años al nazifascismo mundial y a todos los que, abandonados por las grandes democracias, sufrieron la crueldad infinita de las bestias que destruyeron cuanto tocaron, que incendiaron el país de punta a punta, que hicieron del negro el color de nuestra memoria, de la mía, de la de tantísimas personas hoy perdidas en la noche del olvido más espantoso y denigrante, para quienes olvidan.

En este día de tan triste recuerdo para quienes tenemos alma, memoria y conciencia, para quienes amamos la democracia, el socialismo y la libertad, 17 de julio de 2013, Joaquín Almunia, Licenciado en Ciencias Económicas por la Universidad de Deusto –el jesuitismo imprime carácter-, responsable económico que fue de UGT entre 1976 y 1979, grisáceo y plúmbeo ministro de Trabajo y Administraciones Públicas en dos gobiernos de Felipe González, colaborador de Argentaria a tiempo parcial, contrincante de Aznar cuando este señor obtuvo la mayoría absoluta tras desbancar con artes dudosas a su compañero Josep Borrell que le había ganado limpiamente las primarias, y Comisario de la Incompetencia de la Unión Para la Destrucción de Europa, en este tristísimo día, repito Sr. Almunia, usted y sus compinches de la Nomenclatura al servicio del neoliberalismo y las grandes multinacionales, han decidido acabar con el sector naval español y dejar en la calle y la exclusión a más de 80.000 trabajadores sin mover una pestaña, sin soltar una lágrima, sin que les tiemble el pulso, con su indiferencia e indolencia habitual,  como quien habla desde el altar del que emanan los dogmas y verdades inmutables del libre mercado, la explotación y el empobrecimiento global.  

Pues bien, Sr. Almunia, en este día en que hace 77 años el fuego, la barbarie y la ignorancia egoísta y salvaje de quienes, funcionarios armados de la República, se sublevaron contra la legalidad constitucional causando la muerte de miles de socialistas que militaban en el mismo partido en el que usted milita hoy, reciba mi más absoluto y contundente desprecio: Un socialista, jamás toma decisiones antisociales, un socialista dimite y lucha contra quienes las toman, usted es otra cosa que todo el mundo sabe y no es preciso nombrar. Vaya también mi solidaridad más absoluta con los trabajadores de todos los astilleros de España, con todos los parados y excluidos por causa de las políticas neoliberales que usted y sus amigos aplican para mayor gloria y beneficio de los mercados y los mercaderes, y como no, mi gratitud eterna para aquellos que hoy y en aquellos días penosos de 1936 fueron fieles a sus ideas y las defendieron hasta la derrota final arriesgándolo todo, incluso la vida. Usted, seguro, estaría, como hoy está, en el otro lado de la barricada. Con su pan se lo coma.

17 de julio: Almunia, ese hombre