sábado. 20.04.2024
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El insoportable centralismo -que se comporta de forma fractal- también en lo referente a los transportes ha llevado a consolidar una apuesta de miles de millones de euros que conecta unos pocos puntos del territorio y margina al resto

Por Raúl Travé | El diputado del PP por la Región de Murcia Teodoro García declaraba hace unos días que “todos los murcianos merecen que el AVE llegue sin parches a Murcia”. Con ese argumento, el cual tan sólo apela a cierto orgullo patriotero, un clásico del populismo, desechaba la posibilidad de que el tren se detenga en Beniel u Orihuela evitando la construcción de unos muros que harán la vida imposible a los vecinos de los barrios del sur de la ciudad al menos durante dos años. Estos, al parecer, no se merecen acceder como cualquier otro a su casa, su centro médico o su colegio, sin embargo sí parecen merecer que la delegación del gobierno les mande a los antidisturbios para disolverlos, ancianos y niños incluidos, a golpes.

No entraré a debatir si el muro es realmente provisional o si la foto de la inauguración antes de las próximas elecciones autonómicas beneficiaría a unos o a otros. La larga lucha por el soterramiento del AVE a su llegada a Murcia, que ya dura más de tres años, y las declaraciones citadas me llevan a reflexionar sobre lo que ha significado la “modernización” de España, de la que el AVE ha sido uno de sus últimos símbolos.

El paulatino despoblamiento del mundo rural no ha sido una casualidad inevitable, sino el resultado de unas políticas económicas deliberadas. En ningún momento, ni durante la Dictadura ni tras la Transición, se trató de borrar el estigma de atraso de los pueblos. No solo eso, sino que en muchas zonas del país se dejaron morir o se eliminaron servicios que permitían mantener cierto nivel de vida, entre ellos el tren o al menos una conexión algo más que testimonial con el resto del territorio.

El insoportable centralismo -que se comporta de forma fractal- también en lo referente a los transportes ha llevado a consolidar una apuesta de miles de millones de euros que conecta unos pocos puntos del territorio y margina al resto. Esta impresionante inversión hubiese producido unos resultados bien diferentes si se hubiese apostado por el tejido de redes no radiales, las vías electrificadas -sólo un poco menos rápidas que la alta velocidad- y las líneas de cercanías.

Esta habría sido una apuesta –que todavía es posible- por la vertebración territorial, por el aprovechamiento de los recursos naturales, por una distribución demográfica más racional y también por un turismo menos dependiente de los núcleos de sol y playa y el turismo urbano. Resulta difícil pretender conjugar las intenciones de desarrollar el turismo rural y mantener al mismo tiempo una red de transporte público que margina los que debieran ser destinos bien conectados. Esta es, por cierto, una baza que podría ayudar a descongestionar destinos cuya saturación genera más problemas que beneficios a la población local.    

Pero como decíamos, probablemente no nos enfrentamos a errores de cálculo sino a decisiones meditadas cuyas consecuencias son conocidas y buscadas por aquellos que las ejecutan. Por ejemplo, la concentración de la población facilita su control y explotación socio-laboral y disminuye las inversiones en infraestructuras. En el caso de Murcia que nos trajo esta reflexión, quizá el objetivo es que tras la llegada del AVE se vayan unos vecinos pobres y peleones y en unos años, cuando desaparezcan los muros, lleguen otros con mayores ingresos y sin memoria del conflicto.


Raúl Travé Molero, Doctor en Antropología Social y Cultural y Profesor de Ostelea School of Tourism and Hospitality.

El AVE, el turismo y la elitización