jueves. 18.04.2024
salvados

Algunas ONG todavía estamos en estado de shock por las respuestas que ha generado el programa “Salvados”, “Las víctimas de la moda”, en su investigación sobre el comportamiento de las grandes empresas textiles en los países en vías de desarrollo, y en concreto en relación a Inditex. Las reacciones se han centrado en lo sesgado del mismo, pues atiende sólo a los supuestos comportamientos negativos sin poner de manifiesto los impactos positivos (creación de empleo, elevación del nivel de vida, reducción de la pobreza, etc.), cosa que más de un artículo se preocupó inmediatamente en constatar.

No cabe duda: el programa fue sesgado y parcial. En su descargo señalar que la estructura como fue concebido es perfectamente legítima: denuncia y solicitud de respuesta por parte del denunciado. Al parecer los acusados no respondieron, actitud también bastante común, desgraciadamente. Sin embargo, entre estas respuestas, destacó una por sorprendente, que firmó José Manuel López-Zafra con el título “#EnseñaTuEtiqueta (Inditex), la campaña discriminatoria recordada por 'Salvados'.

Comienza el artículo con una chocante defensa de la economía de mercado, dando a entender que este tipo de ataques pertenecen a una trasnochada concepción en contra de este tipo de economía y, lo que es más asombroso, al parecer añorantes de “procesos conocidos” creadores de pobreza, en clara alusión al “socialismo real”, ya prácticamente muerto y enterrado.

Para la tranquilidad del autor habría que decir que estos grandes conceptos que se manejan en este artículo rara vez se descubren en la agenda de las organizaciones nacionales e internacionales preocupadas por los comportamientos de las empresas y que las críticas a estas por sus malas conductas no significan en absoluto un ataque a la economía de libre mercado. Muy al contrario: el punto de partida de la acción de casi todas las organizaciones sociales es utilizar el mercado y la empresa como instrumentos de creación de bienestar y desarrollo sostenible, al tiempo que se lucha por erradicar las malas prácticas de las corporaciones en relación a los derechos humanos y el medioambiente, todavía desafortunadamente demasiado generalizadas.

La empresa tiene que ser, necesariamente, un actor fundamental, pero no una empresa cuyos criterios de decisión se basen únicamente en el balance financiero. En los últimos tiempos asistimos al crecimiento de prometedores palancas de cambio: Responsabilidad Social Corporativa, inversiones de Impacto Social y Medioambiental, banca ética, fondos ISR (de inversión socialmente responsable), comercio justo, Economía colaborativa, Economía del Bien Común, Economía Circular, etc., etc., etc., iniciativas de la sociedad civil que tienen en común la utilización del mercado y del emprendimiento como motor de cambio, pero también la concepción de una empresa que no funcione con criterios exclusivamente económicos, sino que introduzca otros objetivos: sociales y verdes. Ni rastro de esos “procesos conocidos”. Tal vez al contrario: hablamos de nuevos procesos en expansión todavía desconocidos por muchos.

Hubo una parte del documental que no he oído comentar hasta ahora y que probablemente concentre el meollo del problema. La antigua empleada de las grandes marcas y hoy empresaria independiente habla de sus métodos de producción y de sus márgenes. Trabaja con materiales sostenibles, estricto cuidado de la salud y salarios dignos europeos. Mientras las grandes marcas tienen unos costes en Asia de aproximadamente 3 euros por camiseta, ella las consigue a 8. Es decir, si ambas venden la camiseta al cliente final por 30 euros, las multinacionales obtendrían unos beneficios de 27 euros por camiseta, mientras que los suyos llegarían a los 22 euros. Seguramente crecerá más despacio, pero lo hará más sosteniblemente. Vamos despacio que tengo prisa. Son abundantes a estas alturas los estudios que están probando que las empresas que crean valor en todos sus grupos de interés tienen más posibilidades de supervivencia que las que sólo buscan la maximización inmediata del beneficio de sus accionistas. “Ese es el camino”, concluye la emprendedora gallega.

Existe una concepción del capitalismo que lleva a dos posiciones opuestas, pero oriundas de la misma creencia: la empresa debe reducir sus costos al máximo posible por una cuestión de supervivencia. Si no lo hace, fracasará, arrollada por el resto. Algunos infieren de esto que las consecuencias sociales y medioambientales de tal competencia feroz hacen necesario el cambio total del sistema. En el otro extremo, como se deduce de las respuestas al programa que hemos visto en los últimos días, parece sostenerse que estas externalidades son males menores en pos de un bien ulterior, el progreso y el crecimiento.

Pero este dilema es falso, como demuestra la emprendedora del programa. Lo es si atendemos al factor de los costes tangibles, pero lo es mucho más si tenemos en cuenta los activos intangibles (reputación, imagen, etc.) cada vez más importantes en la empresa moderna. De acuerdo con The International Integrated Reporting Council (IIRC), un porcentaje importante del valor de la empresa actualmente puede atribuirse a estos. Desde 1975 hasta 2015 los intangibles han crecido en el valor de la empresa desde el 17% al 84% en las 500 compañías que conforman el índice S&P (Ocean Tomo, LLC). Por tanto, no: no se trata de elegir entre susto o muerte, entre capitalismo y “procesos conocidos”, se trata de convertir a la empresa en una organización que trata a sus trabajadores dignamente, transparente, participativa, cuidadosa con su impacto en las comunidades en las que se asienta y con todos sus grupos de interés, respetuosa con el medio ambiente, que no promueva la corrupción, en la que en definitiva el 100% de sus impactos sean positivos.

Porque todavía se reciben abundantes quejas sobre el comportamiento de las multinacionales, principalmente en los países en vías de desarrollo. Como botón de muestra de los abundantes estudios sobre este impacto, se puede consultar un reciente informe de Verisk Maplecroft. Condiciones insalubres, sueldos por debajo de los mínimos necesarios para subsistir dignamente, contaminación salvaje, corrupción, desplazamientos de pueblos, etc., son todavía fenómenos cotidianos en países con legislación pobre y con baja o nula supervisión ¿Criminales? Sí, también criminales: estos días lamentamos la muerte de la activista medioambiental y de los derechos humanos en Honduras, Berta Cáceres. Las sospechas sobrevuelan grandes empresas y al mismo Estado, al parecer por su oposición a grandes proyectos en su región.

¿Que la gran empresa europea no es ya ese ente negro con garras de águila y sangre en el pico? Pues no, normalmente tampoco. Los mecanismos de supervisión en la cadena de suministro se han fortalecido, sobre todo después del colapso del Rana Plaza en Bangladesh, y también después de las denuncias de las ONG y los medios de comunicación sobre los responsables últimos. Sabemos que tras esta última tragedia las grandes empresas textiles se lo han tomado en serio y en efecto se han mejorado el control, la trazabilidad del producto y las condiciones de trabajo y salud. Pero José Manuel López-Zafra peca también de ingenuo si cree al pie de la letra los informes de sostenibilidad de las empresas, no por falsos, sino por monocolores e incompletos. También el Rana Plaza había sido supervisado y auditado previamente y murieron en él 1.100 personas. Las supervisiones pueden hacerse bien o mal. También de esto nos habla nuestra protagonista gallega.

El problema de introducir un exceso de ideología en los temas es que a menudo se leen los estudios de manera no menos sesgada. El autor menciona el informe “Tailored wages”. En él, en efecto, se califica el esfuerzo de Inditex de “encomiable”, pero también se afirma que “ninguna de las compañías supervisadas están pagando todavía un salario digno” (entendiéndose este como aquel que permite pagar comida, alojamiento, transporte, salud, educación y lograr un pequeño ahorro) (pág. 4) o que los salarios ofrecidos por estas industrias todavía provocan que estos trabajadores se vean “atrapados en la pobreza”, en un “círculo vicioso de sueldos bajos, excesivo trabajo y deudas” (pág. 6). El mismo informe, cuando se centra en Inditex, alaba su mejora, sí, pero también apunta que esta se circunscribe a los trabajadores sindicados, los cuales no representan ni de lejos el total de trabajadores implicados en su actividad (pág. 61).

No, Inditex no es un monstruo, incluso está entre las multinacionales que mejor lo hacen, pero puede hacer muchísimo más. A nuestra organización continuamente nos llegan protestas como esta en referencia a su actividad. Sobre los problemas de la producción textil en el mundo, este es el último informe.

No, ciertamente el programa de Jordi Évole no fue ecuánime ni equilibrado. Soslayó los impactos positivos de la transnacionalización de las empresas, que existen sin duda alguna. Sin embargo, la denuncia de las malas conductas de las empresas ha sido, sigue siendo y será un instrumento indispensable para conseguir unos buenos comportamientos que conduzcan a un mundo más justo y sostenible.  


Por Ramiro Feijoo. Observatorio de RSC

El programa Salvados y el comunismo