jueves. 28.03.2024
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Resulta imprescindible que la izquierda social y política, lejos de acomodarse al relato dominante, genere una propuesta propia que parta de la denuncia de la precarización generalizada de las condiciones de trabajo

El fundamentalismo de mercado ha orientado un crecimiento económico sustentado en una globalización sin reglas ni contrapoderes y en la subordinación del poder político al poder económico. En consecuencia se ha producido un incremento de las desigualdades, con un peso creciente de las rentas del capital en detrimento de las del trabajo. La figura del trabajador pobre es hoy una realidad en aumento

Ciertamente, en el último tercio del pasado siglo se produjeron profundos cambios que han afectado a las estructuras sociales: cambios tecnológicos y en la organización del trabajo, el paso de un modelo de empresa concentrada a la fragmentación empresarial, la configuración de un mercado de trabajo global con la incorporación de los países del bloque del este, China e India... No obstante, el proceso de desigualdad extrema no es una consecuencia automática de estas transformaciones, sino de los cambios políticos que han llevado a una minoría privilegiada a dinamitar el acuerdo social de postguerra en Europa, que dio lugar al período de máxima prosperidad económica y social jamás vivido en el continente.

En este proceso las denominadas políticas de empleo juvenil han jugado un papel central en el desmantelamiento de los derechos laborales. El fundamentalismo neoliberal parte de la falacia de que el elevado paro entre la juventud halla sus causas en las insuficiencias de las propias trabajadoras jóvenes (inadecuación de la formación, falta de experiencia laboral, ausencia valores) y de la regulación laboral (rigidez de la normativa). Sobre este prejuicio se ha justificado un proceso de dualización del mercado de trabajo que se presentó como una estrategia de transición entre estudios y empleo para justificar unas condiciones laborales discriminatorias, que en principio finalizarían con la incorporación laboral plena y “adulta”.

La experiencia de estos años desmiente esta lógica. La generalización del paro entre la gente joven se produce en momentos de fuerte destrucción del empleo que afecta de manera generalizada a quienes se incorporan por primera vez a la búsqueda de trabajo. Las políticas de empleo juvenil basadas en la incorporación laboral en condiciones precarias no generan nuevo empleo, tan solo condenan a la discriminación y la precariedad a aquellas generaciones que se incorporan al mercado laboral una vez que se han deteriorado sus estructuras. Una precariedad que no se limita a una etapa inicial de la vida laboral, sino que resulta permanente para un gran volumen de trabajadores. De esta manera se  sitúa a una parte cada vez más mayoritaria de la sociedad en una precariedad social y vital sin horizonte de cambio.

En este contexto hemos asistido a la proliferación por parte del pensamiento dominante de un discurso de atomización de la identidad colectiva mediante etiquetas poco sustentadas: “precariado”, “mileurismo”, “ninis”, “generación perdida”… Categorías que no sólo carecen de rigor, sino que comportan un clasismo latente y una voluntad de trasladar el conflicto social al conflicto generacional. En la fase actual, las mismas instituciones y poderes que exigieron la dualización de las condiciones laborales son las que presentan esta misma dualización como discriminatoria y reclaman una equiparación… a la baja. De esta manera estamos inmersos en una ofensiva generalizada de precarización laboral y social.

Resulta pues imprescindible que la izquierda social y política, lejos de acomodarse al relato dominante, genere una propuesta propia que parta de la denuncia de la precarización generalizada de las condiciones de trabajo para, a partir de aquí, plantear el conflicto allí donde de se encuentra: no entre los explotados, sino entre estos y sus explotadores.


Andrés Querol Muñoz | Coordinador Xarxa de Sindicalistes d’Esquerra Verda

Existe la precariedad, no el “precariado”