martes. 16.04.2024
LS-para-NT---Eloy-Tizón
Fotografía © Karina Beltrán

lecturassumergidas.com | @lecturass | Por Emma Rodríguez | “No hay más que un defecto: carecer de la facultad de alimentarse de luz”. Con esta cita de Simone Weil, perteneciente a su obra “La gravedad y la gracia”, descorre Eloy Tizón la cortina de su nuevo libro, “Técnicas de iluminación” (Páginas de Espuma), una entrega que me ha devuelto a las atmósferas, a los colores, a las sensaciones que el autor me descubrió hace ya mucho tiempo, cuando leí “La velocidad de los jardines”. Entonces me sentí muy cerca de ese territorio de paisajes desvaídos, de nubes poéticas que obraban el milagro de añadir prodigio a los detalles, a los andares cotidianos. Aunque lejano, los estímulos, los recuerdos de aquel viaje, nunca me abandonaron, del mismo modo que tiempo después incorporé a mi presente algunas sugerentes  imágenes de “La voz cantante”, una novela en la que la figura del diablo se presenta ante el protagonista en diferentes momentos. Aún me veo por esos días en el vagón del metro buscando el extraño rostro del mal entre los pasajeros.

Es ese el efecto que la literatura obra en ocasiones en nuestra vida. Determinadas escenas se pegan a la piel, se vuelven tan vívidas que acaban matizando nuestras percepciones o se convierten en una especie de melodía, de banda sonora, que nos acompaña. Las narraciones de Eloy Tizón me han cautivado por su capacidad de adentrarse, de mimetizarse con mis propias experiencias, pero no desde lo evidente, sino desde lo imperceptible, no desde lo sabido sino desde lo buscado. He leído su nuevo libro, relato a relato, pero al final me he quedado con la impresión de haber recorrido un todo, una corriente fluida que nos arrastra hacia el interrogante de quiénes somos y quiénes queremos ser realmente.

Hay una marea de palabras, de intuiciones, de metáforas que atrapan los movimientos, las quietudes, las vibraciones, lo que soñamos, lo que sentimos. Hay pérdidas, muchas pérdidas, en este volumen en el que el autor demuestra que, evidentemente, ha crecido respecto a “La velocidad de los jardines”, manteniendo la frescura de entonces en el modo de contar, esa inconfundible forma de someter la narración a los hallazgos del magma de la poesía, pero renovándose a través de una mayor hondura y experiencia. “Hay veinte años de diferencia entre ambos libros. Antes no tenía el bagaje vital suficiente para hablar de la pérdida, del dolor. Mi amigo Ángel Zapata me dijo que “Técnicas de iluminación” era mi obra de malestar ante la madurez y creo que es algo que lo define muy bien”, me contó el escritor en un encuentro reciente, mientras hablábamos del paso del tiempo, de las búsquedas, de los aprendizajes. También me confesó que su pretensión fue “ir más allá de lo razonable” y manejarse entre el control y el descontrol, añadiendo a las piezas ciertos elementos caóticos, pero sin llegar al desorden, jugando, en definitiva, a mezclar lo racional con lo irracional.

Hace tiempo que Eloy Tizón (Madrid, 1964) ha dejado de ser una promesa para erigirse en uno de los narradores más originales y atractivos del actual panorama de nuestras letras. Sus relatos tienen un clima propio, nos sumergen en esos fondos marinos en los que descubrimos misteriosas especies y matices desconocidos, fondos en los que las cosas son nombradas con palabras diferentes. Me encantan las asociaciones que establece el autor, su fijación en los pequeños detalles, la plasticidad de sus imágenes, esas conclusiones con las que suele rematar sus cuentos. Por ejemplo: “Sin embargo, en el instante de morir, con nuestro último aliento todos comprenderemos que sin sospecharlo nuestros pies han bordado un tapiz”. O: “Dentro de poco, si hay suerte, estaremos todos perdidos”...

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Los soles y sombras de Eloy Tizón