viernes. 19.04.2024
capitan-lagarta

Preguntado José Saramago en televisión acerca de si la humanidad tenía solución, respondió raudo que no, que es tarde, que la especie humana cogió un camino equivocado en algún momento de la evolución, un camino sin retorno. El periodista, entrando al trapo, inquirió que cómo podía ser tan derrotista un incansable defensor de causas perdidas como la del pueblo palestino o el saharahui. Saramago respondió: “la especie humana no tiene solución pero yo actúo como si realmente la tuviera”. El capitán piensa a menudo que el hombre es maravillosamante imperfecto. Humanidad no es sinónimo de bondad; ser humano es tan solo una circunstancia atenuante en el juicio contra Caín. Estamos codificados para hacer daño, para odiar incluso a quienes hemos ofendido. Unas veces somos martillo, otras nos toca ser clavo. Los experimentos de Milgram  son prueba científica de ello. El capitán contará, a su manera, en que consisten. Stanley Milgram ideó un máquina de dar calambrazos, 30 botones que al ser accionados podían propinar desde 15 a 450 voltios. Conectada a la máquina se hallaba una persona a quien vamos a llamar víctima. Se reclutaban voluntarios para propinar descargas a la víctima arropados por un experimentador ataviado de blanca bata que decía: “cada vez que el sujeto se equivoque al recordar una serie de palabras, debe usted darle un calambrazo; el primero será de 15 voltios, el siguiente de de 30 y así hasta 450”. Es importante saber que cuando el voluntario dudaba porque la víctima gritaba rogando que la soltasen, el de la bata, la autoridad, le animaba con un “sigue, sigue, no pares” (no pasa nada, este es un experimento seguro y controlado). ¿Cuántos sujetos llegaron a propinar zurriagazos cercanos a los 450 voltios?. Desgraciadamente muchos; busque el lector datos. En realidad, en este cruel escenario, quien recibía las corrientes era un buen actor que simulaba recibirlas, siendo la verdadera víctima el voluntario. Al monumental cabreo que la persona podría manifestar cuando se le explicaba esta menudez técnica, probablemente siguiese una especie de paz -“menos mal, no hice daño nadie, fue como un sueño”-  un confortante relax que bien pudiera rematar, también de manera íntima, con el mejor de los juicios, el  más soberbio aprendizaje de cuantos haya, una preciosa manera de burlar el destino a partir de mañana: la desobediencia. 

Sigue, sigue, no pares