jueves. 28.03.2024
el-prestigio

Alejandro Tarantino ha escrito el libro que podía querer, mientras espera sentir el lugar de los otros, o aquello en que consistimos cuando obramos para aprender a querer. Es esta voluntad de querer lo que le lleva al borde mismo del decir, a imaginar que el amor es entrar en la oscuridad más absoluta.

Establece una geología de la oscuridad, o una genealogía de la voluntad de decir el querer. Y agradecemos esta suerte de regreso al vientre de la madre, a través de los indicios de la oscuridad, esta suerte de confusión en la que retornamos para dar con lo no dicho, y de algún modo descubrirnos en un querer que es volver, para ver si somos capaces de amar: imaginar que el amor es entrar en la oscuridad más absoluta.

La máxima oscuridad es salir a la luz, al dolor de la palabra; que al tenerla y saber qué sería de ella sin las cosas, asienta ausencias. Para después, volver al nacer de la oscuridad tras toda la luz del desamor y el éxtasis del malestar. El exceso de la luz de occidente escribe lo que está muerto en nuestros corazones, y nos ha dado ciegas esperanzas.

Mientras, el que dice a través de las páginas de El prestigio de la oscuridad, al borde de la dicha de desaparecer, es una suerte de ser híbrido: en la lucidez de un lugar sin sombras, monstruo prometeico en los confines del norte, una biografía rebelde, un loco hedonista; que lucha contra el poder, contra su narración y lo que parece inevitable. Y no es el autor. Sí su voz sostenida por las figuras de una conciencia desdichada que quiere despertar a la esperanza. Hay algo de Sicilia en él, rastros de Vincenzo Consolo. Y quizá también el Cirlot más oscuro. Una vida secreta y una voluntad de desaparecer escribe este extraño ensayo de una cadencia vertiginosa, que nos somete al ritmo mortal entre la belleza y la angustia; que tiene la virtud de dejarnos al borde de las ideas que va desgranando, y sus grafías, que nos deja solos, esperando lo que no vendrá, y nos dice: el lenguaje buscó durante siglos el vientre del animal.

Pensar es entrar en la oscuridad para no aceptarlo todo, una acción contra la cobardía retraída y ensimismada. Por esto, el libro también es un lamento; porque al prestigiar la oscuridad deplora que haya poca, ya desde haber nacido…

El libro nos enfrenta al mito de la trasparencia, y nos extravía al modo de Walter Benjamin: una extrañeza que se encuentra cómoda en el mundo solo porque va en busca de la oscuridad. Y nos ofrece todo lo que no dice en un ejercicio contra la persuasión, cómo: poblando nuestras mentes de imágenes sobre lo que no deberíamos saber nunca.

Porque este libro defiende la oscuridad…, la geometría de la esperanza que hace tiempo abandonamos. A pesar de saber que vivimos en la tiniebla que a veces rapta la luz, las luces de una razón que nos hace llegar tarde a la experiencia y sin la melancolía necesaria a nuestra imaginación.

El prestigio de la oscuridad, de Alejandro Tarantino